Los pecados de nuestra sangre

Capítulo 4 Ep. 3

El sol parecía estar fritándole los ojos a medida que se acercaba a la valla de seguridad. Hacía un calor intenso, muy distinto del frío de días anteriores, allá cerca del corazón de Wintercold. Entrecerró los ojos detrás de los anteojos robados que traía puestos, el cristal parecía empeorar su visión.

Avanzaba a paso de tortuga, esperando en la fila para cruzar la compuerta de seguridad que lo llevaría fuera de Wintercold. Miró a su lado, donde solía llevar a su hijo, y apretó la mandíbula. Ahora estaba su mochila robada con sus escasas posesiones y algo de ropa. Su Springfield 40 envuelta y escondida allí.

Suspiró lentamente, trastabillando sus manos contra el volante, mientras revisaba de forma obsesiva su apariencia en el espejo retrovisor.

Su cabello se había aclarado dos o tres tonos gracias a las recetas caseras que había preparado el día anterior, y había logrado un tono café anaranjado espantoso. Aún tenía pequeños parches de cabello negro.

Apretó la mandíbula de nuevo y estiró su mano hacia el asiento trasero para agarrar una gorra de un color verde muy opaco. Se había vestido con una camisa de leñador que le quedaba un poco holgada, un par de jeans celestes, botas marrones y una chaqueta campestre de cuero vacuno color café.

Intentó mantener la respiración a raya a medida que se acercaba a pagar el peaje. Creyó distinguir que el inspector en el puesto de control lo miró de reojo más de una vez, y eso sólo hizo que quisiera apretar el acelerador.

Cuando finalmente llegó al frente de la fila, bajó la ventanilla y se encontró con la mirada del oficial. Lo saludó brevemente, intentando poner una sonrisa en su cara, y tragó saliva mientras le entregaba los papeles que debían estar en regla. Si algo estaba mal, estaría perdido.

⸺Este calor atrae a las moscas. ⸺El oficial ventiló con los papeles espantando a los molestos insectos de su cara. Aion sonrió ante el comentario, sin nada mejor que hacer, y apretó las palmas de las manos contra el volante. Sentía un hilo de sudor goteando por su frente.

Apenas soltó el aire que contenía en sus pulmones mientras el hombre ponía el sello de autorización para viajar. Un sargento de milicia se acercaba a su ventanilla, descansando un rifle automático en sus manos. Aion volvió a pasar saliva y miró al frente, evitando su mirada.

Cuando ambos hombres lo despacharon con una ligera señal de sus manos y le dijeron que podía seguir avanzando, él asintió sonriéndoles y puso el auto en marcha.

El corazón le volvió al pecho y le hormigueaban las manos a medida que se alejaba del control.

Unos kilómetros más allá, aceleró poniendo distancia entre él y Wintercold, y observó el desierto frente a sus ojos. Una terrible sensación hizo estremecerlo mientras probaba este nuevo, agridulce y anhelado gusto de la libertad.

⸺Libertad ⸺dejó escapar ante el pensamiento. La palabra se sentía extraña en su boca.

Libertad.

Era libre, al menos por un tiempo. Pero la emocionante sensación quedó ahogada con algo más profundo y deprimente dentro de él, al darse cuenta del precio que había tenido que pagar por esa libertad. El verdadero peso de su decisión comenzó a asimilarse.

El desolado desierto reflejando lo que sentía dentro. ¿Desde cuándo la liberad, era sinónimo de la soledad? No lo sabía. Pero comprendió la ironía: era libre, porque estaba completamente solo.

Aion respiró hondo y exhaló con fuerza. Los nervios y la angustia aún carcomían su corazón. Ya no tenía a nadie con quien compartir sus triunfos o fracasos, nadie con quien llorar o reír, ningún consuelo en sus momentos más sombríos. Solo él y el vasto y vacío desierto que se extendía frente a sus ojos. Pero si algo había aprendido de todo lo que había hecho para llegar hasta ese punto, era que así debía mantenerse. Apartaría a todos lejos de él.

Resuelto aquel asunto, rechazó cualquier otro pensamiento y se concentró en el camino que tenía por delante, sus ojos escudriñando el horizonte en busca del primer pueblo que encontrara hacia el sureste.

La tenue silueta de una ciudad apareció en la distancia. No era la gran cosa. Apenas una pequeña colección de edificios y sonidos dispersos, pero era una vista bienvenida. Así que giró el volante y se dirigió allá.

 

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⸺Un whisky, sin hielo ⸺le dijo al hombre detrás de la barra. Una extraña bebida para ordenar a las once de la mañana, pero eso no le preocupó mucho mientras miraba alrededor a otros borrachos bebiendo vino y cerveza, y que parecía que estaban allí desde la noche anterior. Cristo, parecía que habían estado allí desde hacía una semana.

⸺¿Por qué tan sola, muñeca? ⸺preguntó el barista, llamado Harold, arqueando una ceja inquisitiva.

Aion se sentó en la barra e ignoró la pregunta. No quería hablar. Solo quería un poco de alcohol. Harold se inclinó sobre la barra, sus ojos parpadearon sobre Aion, estudiándolo microscópicamente.

¿Qué le pasaba? Aion lo miró sombríamente, sus ojos grises severos mientras apretaba la mandíbula. Harold parecía entretenido con él, mientras sonreía y ponía un vaso frente a él y luego vertía el whisky en él. Harold insistió:




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