Un inesperado período de tranquilidad llegó a la vida de Aion.
El primer invierno que pasó solo, fue más duro de lo que esperaba. No fue un invierno cálido, como solían ser en la ciudad de Wintercold, y especialmente en el centro lleno edificios, gente y contaminación.
Ahora ni siquiera sabía en qué lugar estaba en el mapa, pero se dijo a sí mismo que no tenía importancia, se podía preocupar por eso cuando decidiera volver por su hijo.
Miró por la ventana del pequeño y estrecho apartamento que ocupaba en esa ciudad desconocida. Miró hacia la calle de abajo y notó algunas personas caminando, abrigadas contra el frío que hacía. Era una escena ordinaria, pero le hizo sentir una punzada de soledad y nostalgia.
«Este no es un lugar para establecerse», pensó. Echaba de menos su cálido y acogedor apartamento en Wintercold, el que compartía con Seb. Extrañaba el hogar de su padre, Gabriel. Echaba de menos su vida tal como la conocía antes de su muerte… pero era inútil recordar lo que había dejado atrás.
Los días pasaban, y por primera vez en toda su vida, pasó su cumpleaños número veintiocho completamente solo. No se le pasaba por alto que su hijo también cumpliría un año pronto. No tenía idea de cuál era la fecha exacta, pero aquella también había sido una noche fría.
Morfeo lamió el dorso de su mano que colgaba a un costado de la cama, y Aion se halló con muchas lágrimas en los ojos.
⸺Morfeo. ⸺Sollozó horrible⸺. No puedo... ⸺Acarició al animal que había crecido lo suficiente para llegar hasta la orilla de la cama, y ahora podía recostar su enorme cabeza en el colchón⸺… No puedo dejar de llorar ⸺musitó Aion entrecortadamente y dejó salir un jadeo pesado que resonó hasta sus huesos.
El perro gimió en un lamento suave, lamiendo su mano, y luego saltó sobre la cama para darle un poco de calor y consuelo. Apoyó su cabeza en la mano de Aion, en busca de más caricias y él lo acercó, recibiendo agradecido su compañía.
Cerró los ojos concentrándose en el calor y el suave pelaje de Morfeo bajo sus dedos. Sus latidos rápidos y su nariz fría olfateando su rostro mientras Aion se quedaba dormido poco a poco. El can gimió de nuevo y se acurrucó aún más a su lado, hasta que finalmente Aion se durmió con los ojos hinchados y la nariz congestionada de tanto haber llorado.
El perro volvió a afirmar su cabeza en la mano de Aion, todavía gimiendo suavemente, pero más tranquilo ahora que su dueño estaba durmiendo, y permaneció a su lado todo el tiempo hasta la mañana siguiente.
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Ahora que todo parecía sumergirse en una extraña calma, Aion se dio cuenta de lo mal que estaba mentalmente. Rara vez salía de su propia fortaleza que había construido en su departamento de dos ambientes, reduciendo las salidas a las veces que fueran absolutamente necesarias, como ir a comprar más comida o sacar la basura afuera.
Pasaba la mayor parte del tiempo dentro, mirando por la ventana o tumbado en el sofá, con Morfeo durmiendo a su lado. Aion era consciente de que su comportamiento no era normal, y que se estaba aislando cada vez más. Sentía que no podía evitarlo, el mundo exterior y las personas en él le parecía algo abrumador. Mientras más solo estuviese, más se podía sentir seguro y en control.
Los días pasaban todos iguales frente a sus ojos y varias veces se preguntó qué sentido tenía vivir así, para qué levantarse de la cama, para qué hacerse algo de comer o por qué tenía que bañarse y afeitarse para luego tener una pila de platos qué lavar y ropa sucia amontonada.
Y los días se convirtieron en semanas, y las semanas poco a poco se convirtieron en meses, y él dejó de hacer las reparaciones del edificio como había acordado con el dueño, y ahora éste le advertía que iba a echarlo a la calle, pero a Aion no le importó. No le importaba nada más que permanecer en la cama y mantener a su hijo en su mente, porque temía que pudiera olvidarlo.
Su vida estaba cayendo en una espiral descendente, pero no tenía la energía y motivación suficientes para cambiarlo. Las vistas hacia afuera desde su ventana, se transformaron en una mirada fija en el techo mohoso o a la pared, mientras se hundía en sus pensamientos.
Morfeo se quedaba a su lado, gimiendo suavemente, y de vez en cuando acariciaba su cabeza contra la mano de su dueño, como intentando sacarlo de su deprimente estado mental. Pero Aion estaba demasiado agotado para reaccionar, demasiado entumecido para sentir algo más que apatía.
Morfeo se inquietaba cada vez más, desde hacía días que Aion no salía de la cama, ni siquiera para sacarlo afuera. El perro lloraba y lo molestaba, pero el efecto tranquilizador que solía provocar en Aion ya no era el mismo. Entonces Aion decidió que ya no era reconfortante escuchar sus insistentes ladridos, ni el traqueteo de sus uñas en el piso de cerámica, ni le complacía el montón de pelos que el perro dejaba por todos lados. Así que, por las noches, hizo que el perro durmiera en la cocina.
Se mantuvo solo. Morfeo gemía y rasguñaba la puerta para que lo dejara entrar, y él se cubría hasta la cabeza ignorando al animal y luego sintiéndose mal por hacerlo. Sin embargo, el perro pronto aprendió a abrir puertas, y se subía a la cama con él para darle calor.
Aion ignoraba al animal, pero todas las noches Morfeo encontraba la manera de entrar en la habitación y se unía a él en la cama. Aion no lo apartó, pero tampoco le prestó atención. Se acostó de lado, de espaldas a Morfeo, y trató de dormirse de nuevo. La insistencia del can lo irritaba, pero aún así, tener el cuerpo caliente del ser vivo contra el suyo era lo único que le impedía caer por completo en la desesperación.
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Editado: 12.11.2024