Se podría decir que pudo descansar bien antes de que se presentara el primer problema. Y, a decir verdad, ya se estaban demorando en llegar.
Las patas de Morfeo oprimieron su pecho y un instante después tenía toda la cara humedecida con una sustancia caliente y pegajosa de olor intenso; la lengua del perro lamía todo su rostro.
⸺Ya, Morfeo, ¡basta! ⸺se quejó Aion, aún adormilado. No esperaba que Morfeo obedeciera; pero, para su maravilla, el can obedeció y se quedó quieto y sentado encima de él.
Aion frunció el ceño.
⸺¿Qué pasa? ⸺le preguntó.
Morfeo brincó de la cama con prisa y salió hacia la cocina.
Aion miró confundido hacia esa dirección, como esperando que el peludo le explicase qué significaba todo aquello, pero segundos después, Morfeo se asomó por la puerta y clavó sus brillantes ojos marrones en él.
Hubo una breve pausa, antes de que el perro se abalanzase sobre él una vez más, llorando y dando vueltas para después volver a salir despegado hacia la cocina. Aion interpretó eso como «sígueme», y, saltó de la cama tan rápido como se lo permitió su fatiga también, para ir a ver lo que sea que quería mostrarle.
Morfeo miraba la puerta de la sala fijamente, la que daba hacia el pasillo exterior. Aion se acercó, afirmando el lado derecho de su cabeza contra la puerta para escuchar del otro lado. Oyó murmullos nerviosos, mientras Morfeo se ubicaba frente a él otra vez con los ojos fijos y sus puntiagudas orejas alertas.
Aion sonrió.
⸺Bien hecho, muchacho ⸺le susurró al animal, y corrió a buscar sus cosas.
Miró fugazmente tras la ventana, afuera todavía estaba oscuro. No debían ser las cuatro de la mañana aún. Concluyó que, si había personas deambulando a esas altas horas de la madrugada, no estaban ahí porque solo se trataba de un tumulto de gente padeciendo alguna clase de insomnio colectivo.
Morfeo esperaba en guardia junto a la puerta, mirando todo lo que su dueño hacía.
Una vez que lo esencial estaba junto, Aion regresó a la puerta para oír el leve barullo y los pasos apurados tras la madera.
⸺Tiene que estar acá ⸺dijo una voz grave y cautelosa desde el otro lado⸺. Ni un alma saldrá de este lugar hasta que lo encontremos. ¡Hagan diez rondas de ser necesario!
Aion jadeó con una arrogancia burlesca.
«¿Sí? Pues ni subiéndote a un carrusel vas a dar las vueltas que harás tratando de dar conmigo», pensó.
Miró un momento a Morfeo, que aguardaba como un soldado por instrucciones, y Aion se sintió orgulloso del perro que lo acompañaba. Morfeo era un gran aliado.
⸺Te daría una jodida medalla si pudiera.
Sintió golpes bruscos de puertas abiertas en el piso encima de él y por los pasillos. Exclamaciones de quejas se acercaban más y más a su apartamento. La sangre empezó a cosquillearle en sus manos mientras extendía y contraía sus dedos. Reconoció de inmediato el efecto de la adrenalina corriendo por su cuerpo.
No podía negar que estaba nervioso por ver a dónde terminaba todo esto, pero al menos, estaba feliz de que todavía podía sentir emociones tan viscerales. Meditó en aquello mientras tomaba su arma y desbloqueaba el seguro, preparándose para lo que se avecinaba.
⸺Bueno, chico… ⸺Suspiró, marchando hacia el baño de la habitación donde estaba la puerta de incendios, con Morfeo siguiéndole detrás—. Es hora de largarnos de aquí.
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Se reclinó contra una fría pared, varios minutos después de aquella emboscada. Su pelo estaba sudoroso y sucio; respiraba con prisa mientras intentaba recuperar el aliento. Morfeo se sentó justo a su lado, lamiéndose el hocico tan aburrido y tranquilo como si ninguno de los dos hubiese estado a punto de morir hacía cinco minutos.
Sam soltó una risita ansiosa hacia él, y afirmó su cabeza contra el largo cañón del rifle que sostenía entre sus piernas.
Miró una vez más a Morfeo, y lo invadió la profunda necesidad de abrazarlo. Estaba agradecido y bastante seguro de que, si no hubiese sido por su astuto amigo de cuatro patas, jamás habría salido con vida del escondite que había sido un hogar para ambos ese último año.
A la mierda el hogar.
Un escalofrió sacudió su espalda ante las evidentes intenciones que la Muerte tenía con él. No habría estado vivo para ver salir el sol salir ese día, si no fuese por su buen compañero que lo despertó a mitad de la madrugada, interrumpiendo sus sueños.
Sus ojos se abrieron de par en par y su sonrisa se deslizó hacia una expresión de descubrimiento. Morfeo pareció notar que algo había cambiado dentro de él, y se acurrucó un poco más contra su costado.
⸺Claro, Morfeo: protector de los sueños ⸺mencionó Aion, todavía asombrado de que no lo había pensado antes.
El perro siempre se había comportado de la misma manera. Despertándolo cuando los problemas, el pánico o las pesadillas volvían; o esperando pacientemente a que él se fuera a la cama para acompañarlo. Era, con mucha frecuencia, una placentera compañía que lijaba los bordes filosos de sus pensamientos. Después de todo, Morfeo dormía con él y Aion ya casi no recordaba su última pesadilla.
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Editado: 12.11.2024