Despertó horas después. Se saboreó los labios con la boca seca y sintió un gusto habitual: sangre.
La llovizna continuaba y él estaba empapado, adolorido y roto. Desplegó los ojos lentamente, un hilo de sangre nacía de su sien y otra de la línea media de su boca. No podía mover los brazos.
Deseó estar muerto.
Giró su cabeza despacio al asiento del copiloto, y vio a Gris. Ella estaba radiante, como siempre la recordaba.
Gris le sonrió con tristeza y afirmó su cabeza en el asiento. Se miraron a los ojos por largos segundos. Quizá sí estaba muerto...
Miró, a través del parabrisas roto, el gran roble con el que había impactado y recordó lo que había sucedido. Recordó a Morfeo, y sollozó en silencio. Había sobrevivido una vez más.
Por supuesto que era fácil llevarse una pistola a la cabeza y acabar con todo esto, pero no estaba listo para ir al infierno.
Abrió la desfigurada puerta del auto, estaba tan débil que sentía que intentaba mover un gran bloque de sólido cemento, y luego cayó al empantanado suelo. Se quejó del dolor agudo que nació de su costado derecho.
«Costillas rotas ⸺pensó⸺. Levántate con cuidado. No parece haber una hemorragia interna ni un pulmón perforado. De otra forma ya estarías muerto». Rió sin razón lamentándose enseguida, y al cabo de varios minutos se levantó con mucha dificultad.
Era un milagro que nadie lo hubiese hallado... Excepto por Gris, como era evidente. No le importó.
Caminó a tientas entre las malezas altas y los robles y pinos aleatorios con un arma en una mano mientras se abrazaba el costado herido con la otra, hasta que llegó a las orillas de un manantial cristalino. Cayó a la orilla, y el atronador sonido de las astas de un helicóptero por encima de su cabeza perturbó sus sentidos desorientados. Una luz fulgente merodeaba el área boscosa desde el cielo, parecía un gran ojo buscándolo, y se le vinieron a la mente esas películas fantasiosas de naves espaciales abduciendo una vaca. Eso parecía.
Se recostó en su espalda y dejó salir un jadeo adolorido. Las hierbas picaban su cara, pero durmió como un bebé hasta el amanecer.
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Cuando Sam despertó otra vez, ya no llovía, pero algo sólido aún picaba su mejilla.
⸺Ya... Morfeo... basta ⸺musitó con la voz débil y apagada. Pero la sensación de estar siendo picado con un palito continuaba molestándolo.
Intentó apartar la irritante sensación con un movimiento de su mano y oyó pasos retrocediendo un poco, seguido de risillas traviesas.
Abrió los ojos con lentitud y se percató de que no estaba solo. Tres niños de diferentes edades curioseaban alrededor de él.
⸺Está vivo ⸺dijo el mayor de ellos. No tenía más de diez años. Sam plegó las cejas, confundido⸺. ¡Está vivo!
El pequeño corrió a donde estaban los otros dos y Sam se sobresaltó ante el repentino grito.
Estaba mareado. Rodó poco a poco en su costado sano y miró alrededor. Ya no estaba en la orilla del manantial. Volvió la vista hacia donde habían ido los niños, y vio a una mujer mayor, mirándolo fijamente. Los niños detrás de ella, también observándolo.
«Gitanos», pensó.
Se recostó nuevamente sobre la manta multicolor en la que estaba y que no había advertido antes. La mujer caminó hacia él con una botella de vidrio llena con un líquido brillante y se la extendió a él para tomarla.
Sam miró de la botella hacia la mujer sin decir ni una palabra.
⸺Bebe ⸺le dijo. Él titubeó. Pero luego la mujer agarró su mandíbula firmemente y lo obligó a beber el líquido.
Sabía muy amargo y picante, pero estaba demasiado débil y sediento como para luchar o quejarse. Tragó el frío caldo y tosió.
⸺¿Qué es eso? ⸺carraspeó.
⸺Menjurje. ⸺La mujer tomó su mano y le colocó la botella⸺. Para limpiar y sanar heridas de afuera y de adentro.
Sam la miró a los ojos, estaba irritado por las acciones de la mujer, y soltó una risa desganada que lamentó de inmediato cuando el dolor agudo de su costilla rota lo tumbó en su espalda de nuevo sobre la manta de lana.
⸺Soy... O mejor dicho: era… enfermero, señora. Un menjurje de yuyos exprimidos no me hará nada. Lo que necesito son analgésicos para la inflamación y el dolor, no pseudo... medicinas naturales.
⸺Necio ⸺respondió la mujer. Él la miró sin comprender⸺. El menjurje sana heridas de afuera y sana heridas de dentro... ⸺Tocó su costilla rota, cosa que lo hizo gemir de dolor⸺. Sana la mente y el corazón. ⸺Señaló su sien y su pecho.
Sam la observó quieto, sin saber qué decir o cómo reaccionar ante aquellas palabras. Miró la botella con casi un litro de menjurje y luego asintió hacia ella.
⸺Gracias... ⸺musitó a regañadientes.
La mujer acarició su mejilla y luego acomodó su cabello negro. Por alguna razón, Sam odió el contacto físico al mismo tiempo que anhelaba sentirlo profundamente. Anhelaba tener una conexión real con alguien más como no había tenido hacía mucho tiempo.
⸺Yo soy La Donna.
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Editado: 12.11.2024