—Es como... un montón de moscas... queriendo salir de mi cabeza... —balbució.
Extendió una mano para apartar una molesta sensación que picaba su rostro, pero era inútil.
Sam despertó. Tenía la botella de menjurje vacía y continuaba en la casa de los hermanos K. Le costó distinguir si eso era real o no. La mosca que lo estaba fastidiando se posó en su nariz, y él la espantó. El insecto fue a posarse en la pantalla del televisor que había dejado encendido toda la noche.
Había sido, por lejos, la peor pesadilla que había tenido en su vida. Se dirigió al baño, pero antes se detuvo en el pasillo al oír un particular ruido proveniente del sótano. Se oía como si un panal de abejas hubiese sido molestado y ahora estaban furiosas. Sam tragó saliva.
«Como un montón de moscas... —recordó, caminando lentamente hacia la puerta del sótano—, queriendo salir...»
Inclinó su cabeza y presionó su oído contra la puerta. El murmullo era espeluznante. Miró la puerta fijamente cuando la mosca azulada de antes se posó sobre ella.
Sam se armó de coraje y sostuvo el picaporte, girándolo lentamente. Pensó en Kevin y su cuerpo putrefacto al lado del cadáver desfigurado de Karen. Estaban bien muertos, estaba muy seguro de eso, entonces… ¿Ese ruido?...
Abrió la puerta enseguida, y un grotesco enjambre de moscas abofeteó su rostro. El ruido era ensordecedor, y su textura aún peor. Sam sintió que había enfrentado una granada explosiva cuyos perdigones se le incrustaban en toda la cara.
Se lanzó al suelo para salvarse del enjambre desorientado de cientos de miles de moscas que estaban desesperadas por inundar cada espacio de esa casa. El nubarrón de insectos se asemejaba a un demonio gigante que había cobrado vida y que rápidamente lo ocupaba todo. Sam se arrastró hasta la puerta que daba a la cochera y una vez allí se encerró en el auto. No dudó en arrancarlo y salir de allí de inmediato, pisando el acelerador a fondo y destrozando el portón de madera de la casa y luego los portones de hierro que lo separaban de la calle.
Aceleró, y vio por el retrovisor cómo los insectos salían por las ventanas y cada hueco que daba hacia afuera, y el ruido... Dios mío, ¡y el olor!
De inmediato recordó lo que había estado soñando. Moscas… que querían salir de su cabeza. Sintió que algo le raspaba la garganta y quiso resistirse a toser, pero se sentía nauseabundo y el vómito quería salir. Se detuvo apresuradamente a un lado de la calle y abrió la puerta para soltar todo lo que tenía en su estómago: el asqueroso sabor del menjurje y alcohol, la bilis, y comida a medio digerir. El vómito de un lánguido color verduzco tenía dos insectos que aún luchaban por sobrevivir. Sam los miró con asco, sin poder creer que se había tragado un par de esos bichos momentos antes. Su rostro estaba rojo y cubierto en sudor, comenzaba a dolerle la cabeza y el tórax por la presión negativa que ejercían los espasmos de su abdomen.
Miró hacia atrás y pensó que tal vez podría volver más tarde, cuando la mayoría de las moscas hubiesen salido de la casa de los hermanos K, pero al ver a los vecinos salir afuera y mirar con asombro semejante espectáculo, supo que no había posibilidad de regresar.
Se limpió la boca con el dorso de su camiseta y se echó a andar sin rumbo, por las calles extrañas de Pergamino. Luego de un rato, se dio cuenta de lo que había dejado allá: sus armas, su comida, ropa, medicamentos, y la botella de la Donna con la que podía conseguir menjurje fácilmente. No se lamentó, quizá dejar de beberlo era lo mejor.
«Y ahora, ¿qué?», se encontró cuestionándose. Estaba solo, con un auto robado y sin sitio a donde ir. No valía la pena quitarle la vida a nadie más para poder quedarse guardado por un tiempo. Pensó en cuánto extrañaba la segura y reconfortante casa de su padre en el hermoso y reservado distrito de Hyoga Village.
De pronto una bizarra idea lo acechó:
«¿Y si vuelves por tu hijo? Ya pasó poco más de dos años, y nadie espera que te aparezcas por allí jamás».
Intentó descartarla de inmediato, pero tener aquella opción le provocaba un sentimiento tentador.
«Ve por tu hijo y lo llevas a Hyoga Village. ¡Está bien! Puedes ver a Wally también, quizá él y el viejo Dante Ziegel te echen de menos…»
Presionó sus manos en el volante.
—Quizá no sea tan mala idea —musitó—. Pero dos años aún no es suficiente. Sólo un poco más de tiempo, Aion, sólo unos cuantos meses más, y veremos qué pasará…
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Editado: 12.11.2024