⸺Está en Wintercold ⸺murmuró el hombre para sí solo, camino a su trabajo.
Miró a su chofer, que manejaba con dejadez. Por un momento deseó que su vida fuera tan sencilla como la de aquel hombre, pero al recordar cuánto ganaba trabajando para Ego, se arrepintió.
Iba comiéndose la uña del pulgar mientras pensaba en ese… sujeto, que Ego estaba tan empecinada en encontrar. El asco estaba presente en todos los gestos que hacía su rostro al imaginar a Ego interactuar con un hombre ajeno a su círculo social tan exclusivo. No confiaba en extraños.
Una vez que llegó al gran conglomerado de oficinas, subió por el ascensor hasta el vigesimoséptimo piso. El robusto hombre tenía que cruzar tres accesos de seguridad antes de encontrarse con ella.
Saludó a su compañera de trabajo en el recibidor principal, la joven trabajaba tanto para Ego como para el lujoso conglomerado de sesenta metros de altura, a las afueras de Wintercold, al que se habían infiltrado hace unos cuantos meses.
⸺Hoy es un gran día, ¿eh? ⸺le comentó a la chica. Ella se limitó a sonreír mientras tecleaba en su computadora. Él continuó⸺: ¿Ella está…?
⸺Feliz ⸺lo interrumpió la joven recepcionista, apartando los ojos de la computadora para mirarlo. Luego entrelazó las manos⸺. Ego está que salta en una pata.
El hombre revoleó los ojos, soltando un jadeo de exasperación.
⸺Tú y tus eufemismos… ⸺murmuró.
Momentos después, entró a la oficina de Ego. La oscura sala estaba cubierta de pantallas y computadoras manejadas por gente a cargo de ella. El hombre vislumbró su figura esbelta, tenía una mano posada en su cadera mientras las pantallas exponían una centena de fotogramas de Aion Samaras. Se sintió celoso.
»Lo encontraste ⸺murmuró con recelo.
Se acercó a Ego y ella volteó con una enorme sonrisa. La amaba, y mucho, pero verla sonreír por otro hombre estrujó su corazón.
⸺Querido, me ha llevado mucho tiempo y finalmente… ⸺Ego regresó su vista a las fotografías por todas partes.
Las cámaras habían avistado a Aion Samaras cruzando la frontera desde el estado de Bennington, que limitaba con Wintercold por el oeste. Algo inesperado que en realidad ellos esperaban que sucediera.
Estaba impresionado. El poder deductivo de Ego era casi tan bueno como tener la capacidad de predecir el futuro. Nadie escapaba de sus percepciones, su mirada de rayos x. Se sintió alegre, pero a la vez herido por ella.
Miró bien a Samaras, conduciendo un auto robado y cruzando la frontera de Wintercold como si no pasara nada.
Ego le había mencionado que debía cuidarse mucho de él, pues Aion era un hombre muy peligroso. Él se había burlado de eso, pero Ego no lo había encontrado gracioso, y luego le explicó cómo ese hombre había sido el responsable de la muerte de Gabriel Samaras: el tipo que casi había asesinado a Ego y la había enviado a cuidados intensivos por meses.
⸺Aion Samaras… ⸺susurró el hombre, saboreando el nombre en su boca.
⸺El mismo. ⸺Ego asintió.
⸺¿Qué harás ahora? ⸺le preguntó.
⸺Nada. ⸺Ego inspiró aire y exhaló con aburrimiento⸺. Vamos a observarlo un poco más para saber qué ha venido a buscar.
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Finalmente había llegado. Por un camino diferente, y le había tomado más tiempo del que pensaba, pero había llegado sin dificultades al lugar donde había dejado a su hijo.
El suelo se balanceaba bajo sus pies. O eso le pareció, cuando se detuvo frente a la enorme puerta de doble hoja de la iglesia por segunda vez en su vida.
No alzó la mirada, o todo el pasado volvería por él haciendo estallar su cabeza con recuerdos demasiado nítidos y dolorosos. Sin embargo, lo hizo.
La iglesia tenía el mismo aspecto que tenía cuando estuvo allí la última vez: lúgubre, fría y descolorida. El silencio que lo rodeaba era tal, que Sam podía oír la sangre correr por sus venas. Le costaba respirar. Sus manos temblaban, sentía una espantosa opresión en su pecho. Apretó los puños, tratando de controlar su temblor.
Se acercó a la puerta, la manija estaba fría. Trató de tranquilizarse mientras la abría. La madera de la puerta soltó un largo quejido, pero él no se detuvo. Dio un paso y las baldosas del piso se movieron debajo de él. Otro paso. Tenía ganas de vomitar ahí mismo. Un paso más, y sintió el aliento helado del pánico soplándole en la nuca. Avanzó un paso más, y luego otro, y otro, hasta que llegó al altar.
Mantuvo sus ojos fijos en el suelo, tenía la garganta cerrada, se asfixiaba. Había una mancha rancia y pequeña en el mismo lugar en el que había dejado a su bebé, parecía sangre, y pensó si era tal vez de…
No, no podía ser. Había pasado casi tres años desde aquella vez. Pero el pensamiento de que algo malo le había sucedido a su hijo le revolvió el estómago.
«Tres años», pensó, y todo volvió violentamente, haciéndolo estremecer.
La cárcel. Wally, Seb, Gris. Su hijo…
No consiguió mirar más allá de sus pies. Le costaba alzar la mirada al Cristo crucificado que lo observaba inmóvil sobre su cabeza. No se sentía bien estar en ese lugar, él ya había sido condenado por todos sus pecados.
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Editado: 12.11.2024