Sonrisas. No tenía idea de cuánto podía odiar las sonrisas. Esas falsas y condescendientes. Esas de las que hacía que las personas parecieran seguras. Sólo había tres personas con ese tipo de sonrisa: Gabriel, Dante, y él.
Dejó escapar un jadeo burlesco y se quedó allí, tratando de mantener la calma. Odiaba tratar con la gente, y en especial, con aquellos que pensaban que lo conocían. La miró fijamente, fingiendo desinterés. No iba a darle la satisfacción de saber lo nervioso que estaba. Debía demostrar que ella no lo intimidaba en lo absoluto. Esta mujer no podía saber demasiado de él.
—Parece que sabes con lo que te has encontrado —dijo, con la voz más firme que se le permitió hacer.
Ego estrechó aún más sus labios, y esta vez, su sonrisa parecía divertida.
—Cariño, lo tengo frente a mis ojos.
Aion apretó la mandíbula.
—¿Ah, sí? ⸺replicó él en un tono sarcástico y guardó su Glock—. ¿Y qué es exactamente lo que crees que tienes delante?
Ego soltó una risa. No una risa maligna, ni siquiera una risa real. Fue algo discreto, femenino, delicado. Parecía inofensiva, pero también había pensado lo mismo de Gabriel la primera vez.
Se le erizó la piel con esa risa vibrante, parecida al cascabel de una víbora, engañosamente encantadora en la superficie, pero con una intención mortal oculta detrás.
Observó cuidadosamente a Ego: tenía una mandíbula endurecida y en V, aquella mirada penetrante y calculadora le daba escalofríos. Su cabello negro estaba recogido en un moño apretado que enfatizaba sus rasgos afilados. Sus orejas estaban perforadas con pequeños y numerosos aretes de oro.
Los ojos de Aion se deslizaron por su figura. En su antebrazo derecho, resaltaba una marca de quemadura distintiva, con forma de serpiente. En el cuello llevaba un colgante de serpiente dorada con un par de ojos esmeralda.
Parecía apropiado para esta mujer, preparada y lista para atacar en cualquier momento. Los ojos de Aion se desviaron a los profundos ojos azules de Ego cuando ella habló:
⸺Un amigo mío... Un muy buen amigo mío… ⸺enfatizó con malicia⸺, murió hace un tiempo; y lo último que me dijo en el mismo teléfono encriptado que me dio hace años, a las tres de la madrugada y a quince mil millas de distancia, fue que nunca encontraría a Aion Samaras.
La espalda de Aion se enderezó, haciendo que la expresión divertida de Ego brillara a expensas de la mirada sombría que él le dio. Ego caminó hacia él meciendo sus caderas de forma sensual y felina, no parpadeó ni por un momento mientras se acercaba hasta que lo tuvo frente a ella. Ego levantó un dedo y, con una uña afilada, le rasguñó la mejilla suavemente, haciendo que el contacto le enviara corrientes de escalofríos a la columna vertebral.
»Y te pareces tanto a él... ⸺Ella suspiró con sus ojos llenos de anhelo y lo que parecía nostalgia, haciendo que el estómago de Aion se retorciera.
Trató de dar un paso atrás, pero se encontró congelado en su lugar. Ira, miedo y confusión corrían por sus venas.
Ego inspeccionó a Aion como si fuera algo que merecía la pena observar, pero él se sintió enfermo. No podía haber alguien peor que Gabriel, esa lucha había terminado hace mucho tiempo.
Comenzaba a sentirse irritado, estaba a punto de replicarle cuando notó que ella llevaba un bolígrafo de color verde esmeralda, apretado en su otra mano. Parecía un objeto extrañamente fuera de lugar. Miró aquello con cautela, no parecía especial, pero sin duda resaltaba contra su elegante atuendo rojo.
—¿Qué quieres de mí? —inquirió Aion con más miedo en su voz del que habría deseado. Ego lo miró directamente a los ojos, sin siquiera parpadear cuando habló:
—Quiero que seas un poco más inteligente que él, y hagas lo que te digo, si sabes lo que te conviene, Aion.
Él apretó la mandíbula, enfurecido ante el tono condescendiente de su voz. Las palabras pronunciadas con tanta frialdad y franqueza, le causaban un malestar inexplicable. Su corazón empezó a latir con frenesí en su pecho al oír su nombre en los labios de aquella mujer mortífera.
—¿Qué sería eso? —preguntó, ignorando la sorpresa en su propia voz.
—Nada que no puedas hacer, pero definitivamente algo que no deberías hacer. Mucho menos algo que quisieras ⸺respondió Ego.
Aion perdía la paciencia. La irritación aumentando en proporciones logarítmicas ante la respuesta vaga y condescendiente de la mujer. Se estaba cansando de sus mensajes crípticos; sus amenazas.
—¿Qué, ya no hay más criminales a sueldo en el mundo? —Bufó—. ¿Realmente todos decidieron ir a casa? ¿Mandar a personas como tú al diablo?
Apenas podía relajarse. Esto había pasado antes. Pero su mente estaba con Nevan. Afuera. No podía perder a Nevan, ni dejar que ella se enterara de su existencia.
Ego ensanchó su sonrisa.
—No criminales como tú —replicó—. Gabriel cuenta mil quinientas muertes en su registro personal. Al menos veinte fueron políticos de alto rango, dos golpes de Estado en Asia Meridional, trescientos soldados enemigos, seiscientos insurgentes y varias centenas de inocentes civiles. ¿Y quién obtuvo un trato especial de él?… —Hizo una pausa y se acercó a su rostro aún más—. Tú. La misma persona que sabe todo lo que él sabía y conocía sobre los sistemas de datos más inaccesibles del mundo. La persona que tiene las mismas habilidades de combate, la inteligencia, sus recursos, sus preciosos algoritmos y su programación estratégica. La persona que mató al hombre más letal que conocí, y sólo le tomó un sucio pedazo de vidrio.
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Editado: 12.11.2024