Los pecados de nuestra sangre

Capítulo 7 Ep. 2

Hacía frío. Aion frenó su auto frente al enorme bloque de oficinas donde Ego lo estaba esperando. Rememoró su cara de porcelana, sus labios pintados, la mirada aguda que le había dado.

Él tenía dos medialunas oscuras debajo de sus ojos enrojecidos e hinchados producto de su llanto imparable la noche anterior. Había sido incapaz de dormir, pensando en dónde habían llevado a su hijo. Le costaba mantener abiertos sus párpados pesados; sentía que había estado boxeando sin siquiera defenderse.

Estaba de nuevo en Wintercold.

Wintercold. Wintercold. Wintercold. ¿Acaso nunca iba a poder irse de esa maldita ciudad? Apretó los puños.

«Si no fuera por Nevan...», pensó, habría sido capaz de matar a todos en ese lugar donde estaba Ego.

Salió de su coche, sus movimientos lentos y cansados mientras el aire frío le picaba la piel. Inspiró hondo y se enderezó antes dirigirse a la entrada. Las puertas automáticas se abrieron de par en par.

No sabía a lo que estaba a punto de enfrentarse, pero se daba una idea de lo que aquella mujer podía ser capaz. Ella lo estudiaría bajo el microscopio para ver cada punto débil, para aprovechar cada ventaja que él pudiera darle con sus habilidades y conocimientos, lo diseccionaría para usar lo que tenía dentro de su cabeza también, para manipularlo como Gabriel lo hizo. Y saber que estaba a punto de convertirse en el títere de Ego no le afectó. Nevan era más importante. Por su hijo, Aion estaba dispuesto a despellejar su propia piel si eso significaba volver a tenerlo a su lado.

Ego lo esperaba tras las puertas de vidrio, otra vez, las esquinas de sus labios se curvaron hacia arriba. Usaba un par de zapatos de tacón altos, un vestido blanco que se amoldaba a su esbelta figura.

—Bienvenido. Me alegro de verte ⸺dijo ella, antes de mirarlo de arriba abajo, y luego arrugó la nariz transmitiéndole su disgusto por el aspecto descuidado que él tenía. Aion evitó rodar los ojos y jadear con molestia. No era su maldita culpa si no había podido dormir y no tenía otra cosa más que Nevan en la cabeza. Sin embargo, Aion no contestó—. Como sea.

Ego asintió a un costado y cuatro de sus guardias armados se acercaron para escoltarlo.

—Bonita bienvenida —musitó él con sarcasmo.

Ego rodó los ojos y giró en su talón comenzando a caminar hacia el interior del edificio. Uno de los guardias lo empujó sutilmente con el cañón de su arma y Aion avanzó detrás de ella.

Cruzaron varios pasillos con oficinas a la vista, notaba cómo varias miradas de los empleados de Ego recaían sobre él sin decir una palabra y regresaban a sus asuntos mientras él pasaba. Se detuvo cuando Ego frenó su andar frente a una enorme puerta para escribir un código, y Aion alzó la vista a la enorme pantalla encima de la puerta, su rostro estaba en ella. La imagen lo hizo sentir incómodo.

Si hubiese sido un poco más paranoico, habría podido evitar todo esto. Ahora estaba sin su hijo, porque había creído que ya nadie podía encontrarlo fuera de Wintercold, donde nadie lo conocía. Pero se había equivocado.

La puerta se abrió y Ego volvió su mirada a él.

—Primero te presentaré al equipo —dijo ella, y se hizo a un lado para dejarlo pasar.

El silencio era abrumador allí dentro. En aquella sala estaba la misma mujer joven que Aion vio la primera vez que se encontró con Ego, de oscuros ojos, su cabello largo de dos tonos: un tono rubio cenizo en las raíces que empezaba a tornarse más oscuro hacia las puntas hasta que tomaba un tono violáceo. Usaba maquillaje, pero era natural, no como el de su jefa, ese detalle le daba un aire de inocencia a la joven. Sin embargo, Aion sabía que no debía confiar en las apariencias.

Junto a la chica, había un hombre lo suficientemente mayor como para que pudiera ser su padre. Era alto, corpulento, de oscuros ojos igual que su cabello. Por la forma en la que se acompañaban el uno al otro, parecían buenos amigos.

Ego se acercó a Aion hasta que estuvo justo a su lado.

—Aion, te presento a Zeta —dijo, extendiendo su mano hacia el hombre—. Y Romania.

La mirada de Aion se cruzó con la de Romania por un intenso momento, hasta que él se enfocó en Zeta.

—Mucho gusto —dijo el hombre con austeridad, cruzándose de brazos.

Romania lo observaba fijamente, sin siquiera pestañear y había una pequeña pizca de curiosidad en su mirada.

Aion no pronunció palabra, solo los analizó cuidadosamente hasta que Ego avanzó poniéndose entre sus empleados y él.

—Tú no necesitas presentación —le dijo Ego.

—¿Dónde está? —preguntó él sin dudar. Romania y Zeta intercambiaron una mirada seria entre ellos.

—Las preguntas después de que-

¿Dónde está? —exigió Aion, más alterado ahora.

Los ojos de Ego se ensombrecieron un instante, conviniéndole que no le agradaba su tono, pero él continuó mirándola con desafiante obstinación

—Deberías saber que yo soy la única que hace las preguntas y alza la voz aquí —aclaró Ego.

—Deberías saber que yo trabajo solo.

Ego comenzaba a perder la paciencia.




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