Esa noche soñó con su hijo y con Morfeo. Aion estaba sentado en un sillón azul con Nevan en su regazo, mientras le leía un libro de terror.
No era que entendía una palabra de lo que estaba leyendo en voz alta, pero sentía que el libro era de terror. Hablaba de un gran espíritu con forma de ciervo que deambulaba perdido por un bosque encantado, y nadie que entraba en aquel bosque podía volver a salir. Le había dado escalofríos mientras miraba a Nevan. Los ojos de su hijo eran normales. Verdes, como los de su madre. No se inquietó.
Al alzar la cabeza, vio a Morfeo, observándolo sentado en el suelo frente a ellos. Miraba a Nevan con curiosidad, y luego marchó a la cocina.
Aion continuó leyéndole el libro a su hijo, hasta que oyó los ladridos asustados del perro y de inmediato supo que debía irse de allí cuanto antes. Sin embargo, Nevan bajó de su regazo y corrió hacia donde estaba Morfeo, desapareciendo tras la puerta. Aion abandonó el libro y siguió a su hijo, pero cuando llegó a la cocina, sólo Morfeo estaba allí.
Aion quedó paralizado de miedo.
—Morfeo… ¿Dónde está Nevan?
El perro ladeó la cabeza y lo miró fijamente con sus ojos cafés, sin comprender. Aion comenzó a preocuparse. Dio pasos lentos, acercándose al can.
—Lo vi venir hacia aquí, ¿dónde está? —exigió; el silencio de Morfeo lo ponía nervioso.
Empezó a buscar por las distintas habitaciones, en la sala, en el jardín y en el sótano, pero su hijo no estaba por ningún lado. Se le aceleró el corazón.
—¡Nevan, ¿dónde estás?! ⸺Lo buscó desesperado mientras gritaba llamando a su hijo y el perro se mantenía inerte, mirándolo como si no comprendiera por qué su dueño estaba tan alterado⸺. ¡Nevan, ya basta! ¡Ven aquí ahora mismo! Morfeo, ¡¿dónde está?! ¡Mi hijo, ¿dónde está?!
El perro gruñó mostrándole sus afilados dientes a Aion y él se quedó helado y sin aliento. Alzó sus manos mientras miraba cómo el animal se ponía en guardia para atacarlo en cualquier instante.
Aion tragó saliva con fuerza, le daban puntadas en el pecho. Dio un paso atrás al ver a Morfeo tomando una forma etérea, una oscura y espesa neblina que abarcó toda la sala, ahogándolo y dejándolo ciego, sin voz, y sumido en una profunda desesperación y lleno de dolor, hasta que la oscuridad se lo tragó por completo.
—Dónde está... —Aion murmuraba, luchando por despertar de aquella pesadilla.
Abrió los ojos de par en par y se enderezó en la cama, buscando en la habitación algo que no iba a encontrar. Su hijo no estaba. Morfeo había muerto hacía mucho tiempo... al igual que Gris.
Soltó una risa amarga al darse cuenta de que no iba a necesitar a una niñera que se encargara de cuidar a su hijo después de todo… Pero sus ojos le ardían por las ganas de llorar.
Sentía una angustia insoportable en el pecho. Se cubrió el rostro y sollozó, aturdido por la pérdida de todas las personas que había intentado proteger, por Gris, por Morfeo... que dio su vida por él como si él lo hubiera merecido, por Nevan.
Él habría hecho cualquier cosa por evitar al menos uno de esos desenlaces fatales, pero no podía cambiar nada de lo que había pasado.
Golpeó el colchón con rabia, ahora sólo le quedaba Nevan, pero ¿dónde estaba? ¿Qué lo obligarían a hacer para poder tenerlo de vuelta? Apretó los dientes hasta que le dolió la mandíbula.
«Enfócate en recuperar a Nevan», su voz interior sonó tajante y cruel.
Aion abrió los ojos. Miró a su alrededor y vio el teléfono celular que Romania le había dejado, órdenes de Ego el día anterior. El desprecio regresó con fuerza. Sabía lo que debía hacer.
Se preparó para salir, tomó las llaves de su auto y arrancó hacia el centro de Bennington. No tan cerca del centro como para llamar mucho la atención de lo que estaba a punto de hacer, ni tan lejos como para que el rastreador que le había puesto Zeta perdiera la señal de su auto mientras lo seguía.
Aion miró por el retrovisor con disimulo, había descubierto a Zeta siguiéndolo desde que había salido de su casa. El teléfono que le había dado Romania sonó.
—¿Qué? —contestó en un tono brusco y seco.
—¿Dónde estás? —Era Romania—. Te recuerdo que tienes un deber con Ego ahora, y si no haces lo que te dice...
—Estoy yendo enseguida, ¿okay? Necesito tomar mi maldito desayuno primero —le contestó tajante. Oyó a la chica soltar un suspiro de frustración.
—Cuida tus palabras, Aion. —Cortó la llamada.
Aion volvió a mirar por el retrovisor, Zeta estaba un poco más cerca ahora.
Inclinó su cabeza hacia un lado y luego al otro para liberar la tensión en su cuello, e inhaló hondo. Se detuvo en una estación de servicio a una orilla de la calle y encendió un cigarrillo mientras llenaba el tanque de combustible.
Esperó pacientemente. El auto de Zeta se había detenido a varios metros, detrás de unos árboles, pero Aion no era estúpido, y probablemente Zeta ya sabía eso.
La puerta del autoservicio más allá se abrió y una chica muy pequeña y nerviosa se acercó a él. Aion sonrió para sus adentros, su improvisado plan estaba sucediendo ahora.
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Editado: 12.11.2024