Los pecados de nuestra sangre

Capítulo 7 Ep. 8

Ego siempre estaba de pie.

No la veías sentada en un trono como a una reina despiadada, la veías caminando alrededor de su pobre víctima mientras revelaba sus más oscuros miedos y los desprendía como piel muerta, dejando ver la más solemne vulnerabilidad que podía tener un ser humano.

Pero Aion ya no sentía que fuera un ser humano. En lo que se había convertido a lo largo de los años, y en lo que lo había transformado esta mujer de pie que le hacía frente… no tenía nombre.

Aion Samaras era un mercenario. Con un pequeño hijo, pero no dejaba de ser un asesino violento. Lo sabía bien.

Entró apuntándole a Ego con el mismo rifle con el que Zeta había muerto y, como siempre, Ego no se espantó.

⸺Tienes sangre en tu ropa ⸺señaló la mujer, y solo luego notó que él le apuntaba al pecho. Lo miró a los ojos⸺. No pensé que te fuera tan fácil.

⸺Intentó matarme.

⸺Y veo que no lo logró.

⸺¿Por qué estás tan tranquila? ¿No oyes lo que estoy diciéndote? ⸺cuestionó Aion con indignación.

Romania apareció tras Ego mientras leía algo en una tableta digital. La chica alzó la cabeza mirando confundida alrededor de la habitación, como buscando a alguien.

⸺Muy bien, Aion, ya puedes irte ⸺dijo Ego mirándolo con seriedad.

Aion comprendió que Roma no sabía nada del asunto entre él y Zeta. Decidió seguirle el juego por ahora.

⸺Ya que terminamos con ese asunto, quisiera verlo ⸺dijo, bajando su arma.

⸺Cariño, ni siquiera hemos comenzado con el verdadero asunto. Si lo ves ahora, te vas a distraer y no podrás hacer bien las cosas. Es mejor que estés enfocado en esto. ⸺Ego se acercó a él con determinación⸺. Es por tu propio bien.

⸺¿Por mi propio bien? ¿Crees que todo esto que me haces es por mi propio bien? ⸺cuestionó Aion frunciendo el ceño⸺. ¡Nada de lo que hago para ti es por mi propio bien! Exijo ver a mi hijo, Ego, no lo repetiré.

El rostro de Ego se endureció. Sus ojos azules oscureciéndose.

Se acercó a él y Aion dio un paso atrás de manera inconsciente.

⸺Estas son tus opciones por el momento: puedes comportarte, esperar para ver a tu hijo y mientras tanto hacer lo que te digo sin protestar, o puedes ir a ver morir a tu hijo si dices una palabra más que me saque de quicio. Tú eliges.

Aion apretó sus manos. Su mirada se desvió a Romania, ella lo miró con una expresión herida en su rostro y él apartó la vista a otro lugar para que no pudiera ver lo vulnerable que se sentía.

Tragó saliva repetidas veces, era inútil insistir. Si tan solo supiera algo, si consiguiera una sola pista que pudiese usar para hallar a Nevan, no tendría que lidiar con Ego. Pero la mujer era imposible de descifrar. No había nada con que negociar con ella. Era una muñeca de porcelana, vacía, que no tenía nada que perder.

⸺Esperaré ⸺dijo en un tono derrotado, y se odió a sí mismo por ello.

⸺Bien. Roma te acompañará afuera.

Aion asintió, pero no esperó a la chica. Sin embargo, Romania lo siguió en silencio, caminando a su lado con los ojos en el piso igual que él.

La lluvia continuaba, y Aion encendió un cigarrillo para calentarse. Luego de unos cuantos minutos silenciosos, Roma habló:

⸺Ego quiere que dejes de robar autos, llama mucho la atención. ⸺Le extendió las llaves de su coche para que fuera a casa⸺. Llévate el mío ⸺dijo, y bajó el tono de su voz cuando agregó⸺: No tiene rastreador.

⸺¿Por qué me ayudas? ⸺preguntó él mientras tomaba las llaves.

⸺No te estoy ayudando ⸺contestó Roma⸺. Solo hago mi trabajo.

⸺¿Eres feliz haciendo tu trabajo? ⸺Aion la miró a los ojos con rencor⸺. ¿Haciéndome miserable junto con Ego?

⸺Te lo mereces por abusar de mí ⸺le reprochó Romania y giró en su talón para volver adentro del complejo.

⸺Te gustó que lo hiciera ⸺replicó Aion.

Romania se detuvo un momento en el que él aguardó una respuesta, pero ella simplemente siguió caminando.

«Y a mí también me gustó», pensó Aion, exhalando el humo de su cigarro. Se llevó la mano a la herida que Zeta le había reabierto. Estaba caliente y dolía mucho. La mancha de sangre se había hecho mucho más grande.

No podía continuar así. Recordó a Dante y se le erizó la piel al recordar al viejo, había tratado y curado sus heridas cientos de veces; heridas que Gabriel había marcado en su piel. Pero ahora no tenía a nadie.

«No puedo hacer esto solo», pensó Aion con nostalgia.

Subió al auto, pero no fue a casa. Se dirigió a la ciudad de Pergamino, en Ravenville, una vez más.

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No esperaba verlo una segunda vez por lo que le quedaba de vida, pero Dios, o el destino, estaban empedernidos en hacerlo volver a las personas, al pasado.

Ya no le quedaba nadie, no involucraría a sus amigos, si le quedaba alguno; así que estaba obligado a voltear al otro lado, bajar la cabeza, y enfrentar a viejos enemigos.




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