Los pecados de nuestra sangre

Capítulo 8 Ep. 3

«Sam…»

Una voz desde lo profundo de su subconsciente, le habló en sus sueños. Aion abrió los ojos repentinamente. El eco de aquella voz le advertía algo.

Miró el reloj sobre la mesita de luz. Había podido dormir seis horas seguidas, lo máximo que podía dormir, pero aún sentía su cuerpo adormecido; sentía que su espíritu usaba un pesado disfraz de piel y hueso.

Consideró cerrar sus ojos de nuevo, sin embargo, había una energía extraña en la habitación, algo que lo hacía sentir observado. Intentó ignorar aquello, pero era muy difícil hacerlo.

Aion Samaras suspiró resignado y obligó a su cuerpo a moverse. Se metió al baño para darse una ducha rápida, y un dolor superficial lo abrumó cuando intentó quitarse la camisa manchada con sangre seca que estaba pegada a su herida, que tenía una costra que apenas comenzaba a sanar.

Usó agua fría para despejar su mente, y pasó unos buenos cinco minutos lavando con ahínco la mugre, grasa y suciedad de su pelo negro. Luego se envolvió la cintura con una toalla, se afeitó la escasa barba que llevaba, y se enfocó en la más grave de sus heridas: estaba al rojo vivo; la piel alrededor estaba inflamada y roja.

Aion inspiró aire y buscó una ampolla inyectable y una jeringa en su botiquín de baño. Limpió la herida con alcohol ⸺cosa que adormeció la zona debido al insoportable dolor⸺, y se inyectó el antibiótico cerca del agujero que tenía en el hombro. Apretó los dientes, maldiciendo por lo bajo y tiró la jeringa vacía al lavamanos. Cerró los ojos un momento, tratando de controlar el temblor de sus manos debido al dolor inaguantable. Luego vendó la herida, y tomó dos píldoras con codeína.

Una vez vestido y decente, apagó la luz del baño y se arrastró hasta la cama donde se tumbó de nuevo, preparándose mentalmente para soportar un nuevo día trabajando para Ego, un día más sin su hijo, y esperaba con paciencia a que Romania le enviara el mensaje de texto habitual, pero no sucedió nada.

«¡Sam!»

Aquella voz le puso la piel de gallina mientras se quedaba medio dormido otra vez, y saltó de la cama de inmediato. Miró alrededor alarmado, consciente de que aquella voz provenía nada más ni nada menos que de su interior. Era una voz extraña, como si dos personas estuvieran llamándolo al unísono. Un hombre, y una mujer.

Aion reflexionó en ello, pensando que las dos únicas personas que él amaba y que lo llamaban así, estaban muertas: Gabriel y Gris.

La alarma contra intrusos se activó y la ventana de su cuarto estalló en pedazos cuando una pequeña esfera explosiva chocó contra el cristal e iba directo a él. Aion le dio un manotazo en el aire para apartarla lo más lejos posible de él y se lanzó al piso, cubriéndose la cabeza cuando la explosión destruyó parte del techo y los muebles.

⸺¡Ah!, estoy harto de esto ⸺jadeó, en el medio del caos y el fuego que lo rodeó.

Serpenteó por el suelo lo más rápido que pudo, y buscó debajo de su cama un compartimiento especial donde alojaba una Makarov calibre 22.

Personas vestidas completamente de negro comenzaron a invadir su habitación, buscándolo por todos lados mientras disparaban sus rifles destruyendo muebles, adornos y juguetes costosos.

Aion disparó a ciegas entre el fuego y el humo mientras se arrastraba hacia la salida de su casa, pero cuando llegó a la puerta, se dio cuenta de que estaba olvidando algo que era muy importante. Miró fijamente su mano en el picaporte y apretó la mandíbula, antes de girar en sus pies para enfrentar a quienes habían irrumpido en su hogar.

Caminó hacia la cocina y arrastró con sus manos todas las cosas que había sobre la mesada central, los cubiertos, vasos y adornos cayeron al piso con un estrépito. Aion levantó la superficie de madera que servía como tapa de una especie de baúl secreto que había diseñado él mismo. Había varios artilugios allí dentro: cuchillos y navajas de distintos tipos, de dientes enormes, gruesos, y de formas intimidantes, y también había granadas, cartuchos y armas.

Con agilidad cambió el cartucho de su Makarov, tomó un largo cuchillo de acero, y se dirigió al pasillo. Se escondió en el hueco de la puerta del baño y apuñaló sin piedad al primer hombre que cruzó frente a él camino a la sala. Luego, Aion se lo lanzó a otro hombre que salía de su cuarto y apuntó y disparó en la cabeza al que venía detrás de su compañero.

No tuvo piedad.

Ellos seguían arrojando esas esferas explosivas en el interior de su casa, y pronto estar allí dentro era un infierno. Aion cayó al piso y cubrió su rostro mientras tosía y le lagrimeaban los ojos; sentía cómo se le dificultaba respirar bien, pero no titubeó al matarlos a todos.

Una vez que estuvo solo, gateó hasta su cuarto, y un trozo de madera cayó sobre él, quitándole el poco oxígeno de sus pulmones. Aion jadeó del dolor, apretando los dientes mientras hacía mucho esfuerzo para quitarse el peso de encima.

Cuando finalmente logró hacerlo a un lado, buscó con desesperación por el piso, sobre la cama y entre los pedazos muebles destruidos su celular con las fotos y videos de Nevan, y lo encontró en una esquina, con la pantalla hecha trizas.

Aion lo apretó en su mano y tragó saliva con una expresión amarga mientras yacía sentado en el suelo. El fuego era el dueño de lo que había sido su hogar, y la vista de Aion comenzó a tornarse borrosa. Saturaba poco oxígeno, pensó, e intentó ponerse de pie. Sin embargo, el dolor en su pecho se intensificó.




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