Los ojos de Dante se dirigían a él más veces de las que eran normales.
Luego de haber descubierto aquella podrida verdad acerca de la muerte de Helena, Aion casi no le había dirigido la palabra en lo que duró el viaje, hasta que finalmente llegaron a la residencia de verano en la Provincia de Abcester donde, con suerte, podría acceder al código fuente de Pandora y sacar la información que necesitaba para Ego, y también, para destruir a Ego.
Aion perdía la paciencia rápidamente mientras los empleados de aquella residencia se demoraban en abrir los enormes portones de hierro para hacer pasar su auto. Pudo notar cómo ellos lo observaban con curiosidad y luego, con una seña de Dante, los empleados finalmente los dejaron ingresar.
La majestuosa residencia de verano de su padre se alzaba en lo alto de un acantilado. Columnas blancas sostenían un techo de tejas rojas que se extendía sobre amplias terrazas, vistas panorámicas del mar golpeando la costa.
Jardines exuberantes rodeaban la propiedad, como le gustaba a Gabriel. Árboles y plantas que, de otro modo, no habrían sobrevivido al despiadado clima de Wintercold, prosperaban allí: palmeras ondeantes, buganvillas de colores exóticos y fragantes flores de todo tipo.
Una larga y serpenteante pasarela conducía a la playa privada, protegida por la mansión y sus jardines.
La casa era mucho más grande que la de Hyoga Village. Una vista asquerosamente empalagosa de la opulencia que se ostentaba en cada esquina de aquel sitio. Los interiores estaban decorados con muebles elegantes, colecciones de obras de arte que seguramente Gabriel había seleccionado con cuidado.
Amplias habitaciones con ventanales hacia las increíbles vistas del mar. Una piscina de borde infinito se diluía con el horizonte marino. El sonido de las olas golpeando la costa llegaba hasta sus oídos como un susurro tranquilizador.
Aion Samaras contempló aquel lugar de brazos cruzados y una mueca de apatía en su rostro. Su corazón y su mente estaban en otra parte. Se dijo a sí mismo que estas no eran vacaciones, y giró en su talón para ir directo a lo que había venido a hacer.
Ya no había mucho en el mundo que le sorprendiera de todos modos.
Ni siquiera le hizo falta ordenarle a Dante a que reuniera a todo el personal de ese sitio cuando salió a uno de los patios interiores de la casa, pues todos parecían asombrados con su presencia allí.
Aion sintió la urgencia de tranquilizarlos.
⸺Buenas tardes ⸺empezó en un tono solemne⸺. Veo caras sorprendidas, descuiden, conmigo no hay de qué preocuparse.
Dijo aquello, pero los rostros confusos se miraron unos a otros con aún más consternación. Aion inhaló profundamente.
»⸺No hay tiempo que perder. Así que ignoren mi presencia aquí y pónganse a trabajar de inmediato ⸺les ordenó, y sin decir más nada, empezó a caminar al interior de la residencia otra vez.
Caminó con la mirada fija al frente hacia la oficina que alguna vez fue el despacho de su difunto padre, puso el código en la pantalla digital y estaba a punto de abrir la puerta cuando sintió un brusco golpe contra sus piernas.
Aion Samaras bajó la vista, cruzándose con un par de grandes ojos oscuros que lo miraba fijamente, y dos pequeñas manitas que se aferraban a su pantalón. Su corazón se detuvo en el momento en que vio a ese niño desconocido, de la edad de Nevan, que había venido corriendo distraído a toda velocidad por el pasillo, y había chocado con él.
Aion se dio cuenta de que no lo había oído venir hacia él.
⸺Perdón, señor. Tropecé. ⸺El pequeño se disculpó con Aion, pero él continuaba mirándolo, sin palabras.
El niño le hizo recordar que tenía un hijo que necesitaba a su padre, y Aion sintió que su mundo se desmoronaba de nuevo. Pero, ¿quién era este niño? ¿De dónde había salido? Su mente se llenó de preguntas mientras su mano apretaba el picaporte.
Cuando intentó abrir la boca para proferir palabra, oyó el eco de alguien hablando fuerte, casi gritando de horror, detrás de él.
Aion volteó y observó a la mujer de tez morena, ojos y cabello oscuros, que venía trotando hacia ellos. Observó cómo su empleada doméstica tomaba al niño por el brazo, arrebatándolo de su lado y reprendiéndolo en un idioma extranjero que él no conocía. Y luego, la mujer se alejó pidiendo disculpas, sus ojos atentos y llenos de temor mientras él la miraba sin pestañear.
Aion no dijo nada. Simplemente observó aquella escena en silencio, y un instante luego, giró el picaporte y entró a su oficina, alterado. Aquel niño había revivido todos aquellos sentimientos que tenía hacia Nevan, su indefenso hijo, y hacia el amargo sentimiento de injusticia por no poder tenerlo a su lado por culpa de Ego.
Maldita sea ella.
Aion intentó componerse, se enderezó secándose el sudor frío de su frente al notar lo sobresaltado que aún estaba.
La oficina principal estaba destinada a investigaciones criminales. Era un espacio sofisticado y meticulosamente organizado, según los gustos del dueño anterior. Aion lo sabía, cada elemento, cada material y pieza de tecnología allí dentro aún tenía impregnada la presencia de Gabriel Samaras.
Observó los monitores de alta resolución alineados en las paredes, mostrando datos e imágenes que él supuso eran datos satelitales de la provincia de Abcester. Equipos informáticos avanzados ocupaban los escritorios, donde alguna vez los subordinados corruptos del equipo de Inteligencia de Gabriel habrían trabajado antes de que él muriera.
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Editado: 26.08.2025