Los pecados de nuestra sangre

Capítulo 10 Ep. 1

Aion terminó de abrocharse la chaqueta frente al espejo del pasillo. El reflejo le devolvió una mirada cansada, pero firme.

Pasó por la cocina casi sin pensarlo, en un gesto automático, y recogió la taza de café frío que había dejado a medio beber horas antes. La enjuagó bajo el agua, el sonido del grifo llenando el silencio de la casa, y la acomodó boca abajo en el escurridor.

Se quedó mirando ese gesto tan simple, como si fuera lo último que quedaba de un orden doméstico que alguna vez tuvo.

Se dio la vuelta y tomó las llaves de su auto, deteniéndose en el umbral de la cocina antes de salir. Volvió a echarle un vistazo a la cocina: había platos perfectamente apilados, la mesa sin una sola miga, el suelo tan limpio que reflejaba la luz tenue de la lámpara. No era su mano la que había impuesto ese orden, sino un eco del hombre que alguna vez fue dueño de todo lo que Aion ahora contemplaba. Gabriel siempre había tenido esa obsesión: la casa debía lucir impecable, como un templo.

Con un gesto casi inconsciente, Aion se acercó de nuevo para acomodar una silla que estaba apenas ladeada, como si corrigiera una falta invisible. Se sorprendió al notarse sonriendo, recordando la voz grave de Gabriel exigiendo disciplina incluso en los pequeños detalles.

Y en cuanto se dio cuenta de esa sonrisa, la borró con un endurecimiento de mandíbula. Aquellas acciones, aquella fugaz sonrisa, revelaban más de lo que él quería admitirse a sí mismo: extrañaba a su padre, pero no podía permitirse nostalgia, no ahora. Inspiró hondo, se ajustó la chaqueta de su traje y caminó hacia la puerta con determinación.

Maldijo entre dientes la lluvia que no paraba desde hacía días, luego de aquella discusión que había tenido con Gris. La lluvia golpeaba el parabrisas, formando venas dendríticas en toda la superficie.

Aion Samaras se dejó caer en el asiento del conductor, con el cuerpo cansado y el corazón aún más pesado. Se sentía vacío. Pasaba noches sin dormir, conversaciones a medias con Dante, silencios demasiado aturdidores como para soportarlos.

Encendió el motor, dispuesto a salir. Apoyó las manos en el volante, y por un instante pensó que la sangre le hervía demasiado rápido, como si su propio destino lo estuviera empujando hacia un precipicio.

Entonces, desde el asiento del acompañante, oyó un leve suspiro.

Aion no se atrevió a girar la cabeza de inmediato, pero supo quién estaba allí. La conocía incluso en la muerte.

—No tienes remedio… —susurró, con una mezcla de rabia y alivio en la voz, antes de mirarla directamente.

Gris estaba otra vez a su lado.

⸺¿Estás bien? ⸺le preguntó ella, mientras Aion se frotaba la cara con frustración, volviendo al momento en que vio lo que Ego había hecho con su casa en Abcester y con las personas que trabajaban allí.

«Qué pregunta tan estúpida», pensó Aion. Como si alguna vez hubiera estado bien.

⸺Sí, bien ⸺respondió con sequedad.

⸺No parece que estés bien…

Aion resistió el impulso de rezongar por la nariz. Odiaba ser cuestionado, y sospechaba el porqué ella estaba allí en ese momento.

⸺Estoy perfectamente bien ⸺recalcó con aún más frialdad.

⸺Bien. ⸺Gris se cruzó de brazos y miró a la calle a través del parabrisas, sin añadir nada más.

Hubo un largo momento de silencio en el coche, incómodo. Aion estaba tenso y no quería seguir hablando del tema, pero estaba seguro de que Gris ya sabía todo lo que pasaba por su mente, sabía que él estaba yendo a ver a Iván, que quería venganza, y apretó la mandíbula, sabiendo lo que venía a continuación de los labios de ella.

⸺Sé lo que estás pensando y… solo quiero decirte que… incluso si estás enojado… Solo digo que… matar a Ego no traerá de vuelta a toda esa gente.

Ahí estaba. Aion lo sabía. Sin embargo, mantuvo sus ojos en la carretera, concentrado en su conducción. Le costaba ocultar su irritación al escuchar la opinión de Gris. No estaba de humor para recibir sermones de moral ni buenos consejos de nadie.

⸺Lo sé ⸺respondió en un tono frío y hasta con algo de fastidio⸺. Pero eso no es importante en este momento. Lo importante es matar a Ego. Todo lo demás… vendrá después. Ella está arruinando mi vida y eso es razón suficiente para yo que termine la suya. ⸺Su tono se volvió amargo, pero aún así, añadió⸺: Ego no merece piedad.

No miró a Gris a los ojos. No podía. Mantuvo sus ojos en la calle que tenía delante. Estaba decidido al respecto y no iba a cambiar de parecer. No sentía compasión por lo que le haría a Ego.

⸺Ego sufrirá las consecuencias de haber jodido con un Samaras, ¿verdad, hijo? ⸺La voz de Gabriel sonó orgullosa a sus espaldas, desde el asiento trasero, y Aion miró a su padre desde el retrovisor. Los ojos de Gabriel brillaban con maldad.

Su presencia repentina lo hizo estremecer. Su corazón comenzó a latir con fuerza y sus manos sudaron frío. Una sombra de los ataques de pánico que solía sufrir en el pasado. La presencia de su padre lo estaba afectando, pero de nuevo, por supuesto, se dijo a sí mismo de debía dejar de sorprenderse cada vez que ellos aparecían así.

Gris exhaló con desaprobación.

⸺Eres mejor que esto ⸺dijo suavizando sus palabras, intentando llegar al corazón y los sentidos de Aion.




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