La lluvia había dejado un brillo encandilador en el asfalto cuando Aion llegó al punto de encuentro. Era un bar austero en las afueras, donde ellos podrían conversar y resolver sus asuntos sin que nadie se entrometiera. La luz del local era de tono sepia, el humo flotaba muy denso, formando espirales en el techo.
Iván ya estaba allí, estaba cada vez más delgado, su mirada cansada, pero con el mismo rencor y aprehensión que siempre había sentido hacia Aion. Se levantó con un gesto mesurado, la postura rígida, la distancia entre ellos siempre había sido medida por la desconfianza.
—Tanto tiempo —dijo Iván sin sonrisa—. No sé si quiero celebrar que sigas respirando.
Aion no respondió a aquella puñalada. Realmente Iván seguía resentido con él después de aquel apagón general, y luego de que él no le entregó el control de Pandora. Se sentó frente al policía sin ganas, casi obligado a tener que lidiar con él, pero lo necesitaba.
El silencio se extendió entre ellos. Un recordatorio de que ninguno de los dos había olvidado aquel último encuentro. No lo olvidarían, pero ahora solo estaban por las conveniencias, apenas eran aliados provisionales.
—Ni yo —contestó Aion finalmente, en un tono apagado—. Pero las prioridades cambian.
Se limpió la nariz con una servilleta, hacía días que había enfermado, pero se aseguró de que su semblante continuara igual de rígido. Ambos hombres intercambiaron miradas serias, atisbos de aquella vieja rivalidad brillando a medias.
Se pusieron a trabajar sin más vueltas. Hablaron en códigos, midieron nombres y posibilidades. El plan para destruir a Ego se deslizaba entre ellos, frío, lleno de aristas: filtrar información, tender trampas, buscar aliados dentro de su propia red. Había reproches entre trago y trago que compartían allí en ese bar, claro, pero también había concentración y pragmatismo: ambos sabían que la otra alternativa era ser aplastados como insectos bajo el capricho de Egorath.
El teléfono de Iván vibró sobre la mesa, interrumpiendo la conversación. El policía lo miró por un segundo, antes de que su rostro se transformara por completo. Contestó y en dos palabras su cuerpo se tensó.
—¿Qué? ¿Qué dices? —la voz de Iván vaciló, un hilo de color dejó su habitual compostura.
Aion notó el cambio brusco. La temperatura pareció subir en la habitación. Estaba preocupado por el hombre, pero era demasiado orgulloso y demasiado terco como para preguntar si sucedía algo malo. Iván apretó la mandíbula, y en un instante perdió por completo lo que quedaba de su calma.
»—¿Cómo fue posible? —preguntó casi gritando, los dedos blancos rodeando el móvil—. ¿Cuántos? ¿Cómo…?
La respuesta del otro extremo hizo que su corazón se detuviera: Ego había matado a varios de sus hombres. Hombres infiltrados en su organización. Así sin más. Sin avisar. En su rostro se encendió algo más que indignación, se sentía humillado, impotente. Se levantó de un salto, la silla chirrió, los vasos sobre la mesa vibraron.
»—¡Maldita! —gritó con ira—. ¡Voy a arrancarle la cabeza!
⸺¡Ey! ¡Ey! ⸺Aion rápidamente se puso en pie antes de que la rabia de Iván estallara en violencia descontrolada, y dio dos pasos para sujetarlo por los hombros firmemente.
No le extendía una mano amistosa. Más bien, era un ancla que evitaba que Iván fuera allá y cometiera el acto más estúpido de su vida, y que a la vez terminaría por arrancársela. Aion no iba a permitir que Ego acabara con su aliado provisorio así nada más.
»⸺Cálmate —ordenó Aion, su voz firme, determinada—. No te dejes llevar. Si vas ahora, sin plan, todo lo que nos queda se irá a la mierda.
Iván lo miró con los ojos encendidos de rabia, como si quisiera arrancarle la garganta con una sola mano. Sus ojos brillaban de ira, sudaba por la sien, las venas de su cuello palpitaban. Su respiración era corta, violenta.
—¿Me estás diciendo que me siente y tome té mientras ella descuartiza a mis hombres? —susurró en tono amenazante.
Aion no soltó el agarre, se mantuvo sereno, intentando transmitirle su propia calma fría y controlada.
—No tenemos que arruinarlo todo por un momento de rabia —le dijo con lentitud—. Tenemos un objetivo en común. Ella tiene a mi hijo. Y tú… —Buscó su mirada—. No puedes permitir que te humille así.
Iván jadeó, aún indignado. Dio un paso atrás y se frotó los labios para borrar su frustración. Aion podía ver cómo la mente del policía comenzaba a maquinar cosas, a recordar nombres, favores, deudas. Iván miró un momento a la mesa, apretando la mandíbula mientras negaba con la cabeza. La sangre le latió en las sienes hasta que la idea empezó a calmar el temblor.
—El enemigo de mi enemigo… —murmuró, las palabras saliendo lentamente.
Aion frunció el ceño y sintió un ligero escalofríos al oír lo que Iván intentaba decirle. Aquella frase quedó colgando, incompleta y con todo el peso del pasado que aún se balanceaba sobre ellos. Pareció que iba a agregar algo más certero, pero se mordió la lengua.
Aion asintió despacio, tragando saliva. Aún buscaba sus ojos pardos mientras terminaba:
—…es mi amigo.
Era una concesión mínima, un acuerdo temporal. Iván lo miró a los ojos y asintió con la cabeza.
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Editado: 17.10.2025