Los pecados de nuestra sangre

Capítulo 10 Ep. 3

La noche del gran evento había llegado.

El aire en Wintercold se sentía distinto: cargado, espeso, una manta de silencio que no le traía calma. Al contrario, lo hacía sentir nervioso, observado. Cada sombra parecía alargarse más de lo normal, cada luz de neón parpadeaba como una pequeña advertencia: «Cuidado, Aion.»

«Si fallas, morirás…»

Aion Samaras ajustó el precinto de los puños de su chaqueta mientras avanzaba por los pasillos iluminados con esa luz blanca y mortecina del edificio. Cada paso retumbaba en su pecho, un eco de su propio corazón, demasiado acelerado. El miedo estaba allí, punzante y real, una corriente helada recorriéndole la columna. Se preguntó, fugazmente, si acaso se notaba en su rostro.

Pero cuando Romania apareció frente a él, con la calma de alguien que desconocía la gran catástrofe que se avecinaba, Aion respiró hondo y dejó que su máscara se cerrara sobre él. La sonrisa que dibujó en sus labios era suave, confiada, como si nada lo perturbara.

⸺Hola, Aion. ⸺Ella fue la primera en saludarlo⸺. ¿Cómo has estado?

⸺Ya sabes cómo soy, Roma ⸺respondió él con voz ligera, acariciando las palabras⸺. No importa lo que venga hacia mí, estaré bien. Siempre caigo de pie.

Ella lo miró en silencio. Sus ojos queriendo atravesar esa fachada confiada de él, pero Aion mantuvo el gesto, controlado, hasta que Romania asintió apenas y bajó la mirada a su computadora en el mostrador.

Aion notó que ella se estaba mordiendo el labio inferior.

⸺Estoy feliz de escuchar eso ⸺dijo ella, intentando suprimir la atracción que siempre había sentido hacia él en cada expresión de su rostro.

Ego tenía razón: él era cada vez mejor en leer a las personas. Tal y como ella lo hacía.

⸺¿Tienes algo para mí? ⸺preguntó Aion, haciendo que Roma reaccionara como si acabara de recordarlo.

⸺Ah, claro… ⸺Romania volteó un momento para sacar un maletín pesado de debajo del mostrador⸺. Esto es tuyo.

Aion aceptó el maletín y miró a Roma con una pequeña sonrisa en su rostro.

⸺Roma, preciosa, eres un ángel ⸺le dijo en un tono seductivo, y le guiñó un ojo.

La joven asistente apartó la mirada y se concentró en la pantalla de su computadora, sus mejillas sonrojándose. Aion sabía el efecto que tenía en ella y, sin embargo, ese pequeño gesto era solo por él; porque el corazón le palpitaba en todo el cuerpo, y flirtear con ella era la forma en la que intentaba tranquilizarse, fingiendo que nada estaba a punto de suceder… Fingiendo que no estaba a punto de traicionar a Egorath Dangerov.

Se retiró a hacer su trabajo. Apenas giró la esquina, dejando las luces de neón atrás, deslizó la mano dentro del bolsillo. Su teléfono vibró una vez, corto. Un mensaje encriptado.

Iván: Movimiento confirmado. Mantén la calma.

Aion tecleó rápido, sin detener la marcha: Entendido. Avanzando.

Guardó el dispositivo y continuó andando. Su sonrisa desapareció en la penumbra, sustituida por la rigidez en los hombros y el ceño fruncido. El plan debía ejecutarse con precisión quirúrgica. No había margen de error, no esa noche.

Se dirigía al piso 35.

Su respiración se volvió más lenta, forzada. El eco de sus zapatos en el frío suelo de losa se asemejaba al tic tac inevitable de los segundos que pasaban, acercándolo a su misión. Una parte muy profunda de él quería correr, desaparecer, pero otra ⸺la parte endurecida por Gabriel, por sus propios fantasmas⸺ lo mantenía erguido, firme.

El teléfono vibró de nuevo.

Iván: Listo en el punto. Todos en posición.

Aion lo leyó con un entrecejo apretado.

Muy bien. Mantén a tus hombres alerta.

Soltó un suspiro tembloroso mientras miraba al frente otra vez. El miedo seguía allí, bajo su piel. E irónicamente, solo avanzando hacia adelante se dio cuenta de que, en ese instante, no había vuelta atrás.

•❅──────✧✦✧──────❅•

⸺¿Lo tienes? ⸺preguntó Ego por el transmisor de auricular.

⸺Todo listo ⸺dijo él sin reaccionar.

Apretó su agarre en el maletín mientras el ascensor lo llevaba a su destino. Ego estaba controlándolo constantemente. Aion era consciente de que ella presentía que algo grande iba a pasar, y no tenía nada que ver con su meticuloso plan.

Ascendió lentamente hasta el último piso. El metal frío del rifle, cuidadosamente desmontado en piezas dentro del estuche, parecía pesar más que de costumbre. Atravesó el pent⸺house en unas cuantas zancadas, y al abrir la puerta que lo separaba del balcón, el viento nocturno lo golpeó de lleno, helado y áspero.

Desde allí, la ciudad se extendía frente a sus ojos, luces parpadeantes emitían su resplandor tenue en el cielo, pero todo lo que a Aion le importaba en ese momento estaba a unos cientos de metros: el balcón donde, en cualquier instante, el político serbio saldría a dar su discurso.

Todos los meses de trabajo, todo el sufrimiento, caos y muerte que Ego lo había hecho pasar, se reducía a esa noche, en ese lugar exacto donde Aion ejecutaría a aquel hombre. Esa era su misión. Ese era su último trabajo para Ego.




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