Los pecados de nuestra sangre

Capítulo 10 Ep. 5

La voz de Ego vibró en su auricular.

⸺Aion, ¿dónde están mis permisos? ⸺preguntó con un tono tenso y acusativo que le reflejaba a él y a todo el equipo que algo había salido mal.

Aion se congeló un segundo. Después la sangre comenzó a hormiguearle en las manos. La traición ya no era una sospecha, era un hecho expuesto. Los rostros en la sala se tensaron como cuerdas a punto de romperse. Aion sintió sus manos temblar, pero se contuvo, no había tiempo para vacilar.

Su mano fue al bolsillo, buscó el auricular oculto. Apretó el botón que lo conectaba a Iván. La voz del policía salió, calmada y directa:

⸺Tengo los permisos ahora mismo.

El murmullo se cortó en la sala, y un instante luego el líder gritó que se los habían enviado a otro. Una alarma que hizo saltar a varios con armas alzadas. Aion incorporó en sus pies volcando la silla y sacó la Glock, listo para aniquilarlos. La habitación se cerró en torno a él.

Disparó una vez, limpio, a quien intentó abalanzarse sobre él. No lo dudó y le disparó al tipo que estaba a su lado también. Los derribó en una ráfaga sin ningún tipo de remordimiento.

Su mano estaba firme en su Glock. Su mente se aclaró; la adrenalina subía por sus venas. Su sed de venganza comenzaba a aparecer en el blanco de sus ojos mientras apretaba los dientes.

Desenchufó a Pandora de la rendija del ordenador y corrió a la salida. Derribó a más guardias, cambió el cartucho de su Glock mientras avanzaba. Su prioridad era vivir el tiempo suficiente para encontrar a Nevan.

Ego rugió por el auricular:

⸺¡Tráiganme a Samaras, vivo o muerto!

⸺Aion, ¡¿qué hiciste?! ⸺Romania gritó su nombre con alarma.

Las voces se superponían. Su presión arterial aumentaba y le martillaba las sienes. El pánico estaba engendrándose en su pecho, pero lo empujó abajo. No podía pensar con el corazón agitado. Tenía que pensar en salidas, en corredores, en ángulos muertos.

Corrió hacia la puerta principal y le salió gente al encuentro. Apretó el gatillo con eficacia a medida que avanzaba como una bestia que solo estaba protegiendo lo único que aún le pertenecía. Cada disparo fríamente calculado era una condena que aceleraba su descenso al infierno. Afrontaba hombres que antes llamaba aliados. Ahora no eran más que obstáculos que caían muertos a sus pies.

⸺¡Maten a su hijo! ⸺Ego ordenó a su gente, y la sangre de Aion se heló.

⸺¡Iván!… ⸺jadeó él a través del auricular con urgencia.

⸺Estoy listo para eso ⸺respondió el policía con la voz tensa⸺. Tenemos hombres dentro. No permitiré que toquen al niño.

Aion clavó la mirada en la salida. El plan que habían tejido con Iván debía sostenerse hasta el final. Confundir a Ego, abrir rutas falsas, movilizar activos para derrocar su imperio. Si ese armazón fallaba, morirían no solo ellos, sino que también moriría Nevan.

»⸺¡Ahora! ⸺ordenó Iván a sus infiltrados. Una orden que metía el cuchillo en la garganta de la organización de Ego⸺. ¡Ataquen!

Desde los conductos y pasillos se desató una polifonía caótica. Voces de los de Iván enfrentándose a gritos de los de Ego; disparos, estampidos, caos que tragaba todo a su alrededor. Aion tenía que abrirse camino lo más rápido posible si no quería quedarse atrapado en el fuego cruzado.

Entró a una galería detrás de las cortinas, la batalla contra sus hombres y los hombres de Ego se libraba por todo el edificio, pero él tenía los ojos puestos en un único objetivo.

Avanzó pegado a las paredes, su Glock era una extensión de su mano. Sus ojos fijos en la línea que debía seguir… El punto donde esperaba encontrar a Ego.

Habló a Iván a través del auricular:

⸺Que protejan la ruta este. Si la ruta oeste falla, desvíen por el jardín.

Las piezas del plan se movían en un tablero que a ambos les urgía ganar. Aion mentalmente revisó escape tras escape mientras corría: escaleras de servicio, una trampilla hacia el sótano, ventanas que se abrían a patios.

Todo debía sincronizarse en segundos.

Entonces, la voz de Ego ⸺fría y altiva⸺ le atravesó la radio. Había algo de diversión perversa en ella. Aion podía visualizar mentalmente su rostro sonriente. Una sonrisa que él se juró que haría desaparecer pronto.

⸺Eres tan ingenuo ⸺dijo ella⸺. ¿De verdad pensaste que te daría la dirección real de tu hijo?

El mundo de Aion se detuvo, fracturándose en dos posibilidades: que ella le había mentido desde el principio o que, aun peor, lo quería atraer hacia ella.

Apretó los dientes con rabia. Su corazón se oprimió con un dolor punzante, pero siguió corriendo por los pasillos, a punta de pistola, buscándola.

»⸺Si tú o tus hombres me matan... ⸺continuó Ego⸺. Nunca sabrás dónde está tu hijo. ¡Morirá de todos modos!

Aquella sentencia resonó en su interior. Aion cerró los ojos, inhaló profundo. La desesperación poco a poco se convirtió en un combustible que hacía arder su deseo de aniquilar a Ego. Iba a destruir su organización, e iba a hacerla sufrir las consecuencias de haberse metido con él.

Había pasado años aprendiendo a soportar humillaciones y convertirlas en cálculo. Su padre se lo había dicho alguna vez: «Conocer tus debilidades no te hace débil, te hace inteligente.»




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