Estaba fresco en Hyoga Village ese día. El aroma a pinos y el murmullo constante del viento siempre le hacía recordar que había llegado a casa. Aion bajó del vehículo lentamente, sosteniendo a Nevan en sus brazos mientras el niño dormía contra su pecho. Había caído exhausto durante el viaje.
Aion se lo entregó a Dante para que lo llevara adentro mientras él se ocupaba de un asunto pendiente. La caravana de coches se detuvo detrás del suyo, y luego, los hombres vestidos de elegantes trajes negros bajaron los dos ataúdes.
No habría público, ni honores, ni discursos; solo tierra, silencio y el peso de la sangre derramada.
Apretó la mandíbula cuando hicieron entrar el féretro de Egorath Dangerov para depositarlo en su sitio final. El macizo de sangrientas rosas rojas esperaba por ella, tal como Aion se lo había jurado a sí mismo, y como se lo había jurado a su padre.
Un puñado de hombres cavaban las fosas. El sudor corría por sus frentes. Cada palada de tierra parecía arrastrar consigo fragmentos de memoria. Los dejó trabajar tranquilos; entonces, se dirigió al segundo ataúd. Uno que ya llevaba años conteniendo los restos de Gabriel Samaras.
Su corazón se comprimió con un profundo y punzante dolor. Era casi insoportable. Tenía la piel erizada. Apenas podía respirar mientras su mano tocaba la madera de ébano de aquel ataúd.
Cuando finalmente lo depositaron en su lugar final de descanso, Aion se quedó de pie frente a él. Respiró hondo, pero su pecho se estremeció. No había ira en su voz, solo un cansancio viejo, quebrado, que salió en un suave susurro:
⸺Gracias por todo…
Sonrió, pero era una sonrisa frágil que se deshizo en lágrimas. Su rostro se humedeció inevitablemente mientras el cuerpo le temblaba y las palabras salían entrecortadas:
⸺Tú me hiciste lo que soy… ⸺continuó, con un nudo en la garganta⸺. Y te culpo tanto como te agradezco por eso… Nunca te olvidaré. Siempre tendrás un lugar especial en mi corazón, papá.
Aion cerró los ojos, dejando que las lágrimas corrieran libremente. Su voz se quebró:
»⸺Te amo, papá. Y si nunca nos volvemos a ver… espero lo mejor para ti en tu próxima vida. ⸺Volvió a sonreír, una sonrisa angustiosa que parecía pedir perdón y darlo al mismo tiempo. Oyó pasos detrás de él y se volteó hacia Dante, con los ojos rojos⸺. ¿Cuáles eran sus flores favoritas? ⸺preguntó al anciano.
Dante lo miró con un dejo de melancolía.
⸺Los lirios blancos. Decía que eran la pureza entre tanta oscuridad.
Aion asintió lentamente, apretando los labios.
⸺Plántalos aquí ⸺dijo, señalando el macizo debajo del cual descansarían los restos de su padre⸺. Que sean lo primero que pueda ver desde la sala.
Dante lo observó un instante y luego asintió con una sonrisa amarga. Ese era el único monumento que Gabriel tendría: no habría estatuas, no habría placas, solo flores que cada primavera volverían a crecer.
Aion se enjugó las lágrimas, sintiéndose liviano como nunca se había sentido antes. Allí terminaba su duelo. Al fin había hecho las paces con su padre.
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Editado: 17.10.2025