Los pecados de nuestra sangre

Capítulo 10 Ep. 9

Habían pasado algunos meses desde aquel día. El invierno había cedido al fin. La nieve que cubría el jardín se derritió lentamente, dejando al descubierto la tierra húmeda donde Aion había enterrado a Gabriel y a Ego el mismo día.

Ahora era primavera.

El aire olía a lluvia reciente y a flores nuevas, y por primera vez en mucho tiempo, la casa no parecía un lugar sombrío, sino un espacio que respiraba por su cuenta.

Aion solía sentarse en el porche trasero al atardecer, en silencio, observando cómo los brotes verdes asomaban entre las piedras y los fantasmas del pasado se disolvían con la luz.

Esa tarde, el sol se filtraba por entre los árboles de Hyoga Village, bañando el patio con una luz dorada. Aion, de pie junto a la galería de madera, observaba en silencio a Nevan correr por el césped. El niño reía, tropezaba y volvía a levantarse, ajeno a todo lo que había ocurrido, ajeno al cementerio oculto más allá y a las batallas que su padre había librado para salvarlo. Esa inocencia era un recordatorio brutal y, a la vez, un agasajo para su alma.

⸺Míralo, Gris… ⸺murmuró Aion, sin apartar la vista de su hijo⸺. Está feliz. Finalmente podremos empezar de nuevo.

El viento sopló suave; creyó escuchar la voz de Gris en el aire.

⸺Aion… ⸺dijo ella a su lado⸺. Ya no tienes que cargar conmigo.

Él tragó saliva, la vista se le nubló por un instante.

⸺No quiero olvidarte, Gris. No quiero que seas solo un fantasma.

Ella negó con dulzura.

⸺No me olvidarás. Estaré siempre en Nevan, en su risa, en sus ojos. Pero tú… ⸺Lo miró con una suave sonrisa⸺. Tú necesitas dejarme ir. No podemos seguir atados el uno al otro de esta forma.

Aion jadeó, apretando los ojos antes de girar un poco hacia ella, temblando. La contempló por unos instantes, intentando recordar sus rasgos, el tono exacto de su cabello, sus ojos verdes, porque presentía que esta sería la última vez.

⸺Te fallé tantas veces… Si hubiera hecho las cosas distinto…

⸺No ⸺lo interrumpió Gris⸺. Hiciste lo que pudiste. Con el corazón que tenías en ese momento. No te castigues más, Aion. No me odies por marcharme, y no te odies por sobrevivir.

El silencio los envolvió. Solo se escuchaba el viento y, a lo lejos, las risas del niño.

Aion cerró los ojos e inhaló hondo, dejándose envolver por los ruidos y la voz de Nevan más allá. Se recordó a sí mismo que había recuperado a su hijo, que ahora podía recuperar su paz. Pero, a veces, incluso aquello era más difícil que vivir entre caos y persecución.

Asintió despacio. Su voz temblaba, pero tomó una decisión.

⸺Está bien. Si debo dejarte ir… lo haré. Pero antes quiero que sepas que te amé. Te amo todavía. Y aunque ya no estés… aunque tenga que aprender a vivir sin ti… siempre quedarás grabada en mi alma.

Las lágrimas le corrían por el rostro, pero había paz en su confesión. Gris lo miró con brillo en los ojos, sonriendo como si al fin la liberaran.

Aion apartó la vista y miró a su hijo. Nevan estaba llevándose los dedos a la boca, y él sabía con ese simple gesto que ya era hora de hacer la cena.

Sacó el libro de recetas de su padre que solía llevar consigo más seguido ahora que pasaba más tiempo en casa con Nevan, y lo hojeó, eligiendo qué le haría de cenar a su hijo.

Sin embargo, cuando alzó la mirada, su corazón se detuvo por completo. Allí, a lo lejos, entre los troncos, distinguió una silueta conocida.

Gabriel.

Su padre estaba erguido, con los brazos cruzados, observándolo en silencio. Tenía esa misma sonrisa presumida, la que combinaba burla y orgullo. Aion se quedó paralizado, incapaz de pestañear. El corazón le martillaba en el pecho.

Entonces, a un costado de Gabriel, apareció Gris, la misma Gris que estaba a su lado hace un momento.

Ambos le sonreían, como si también hubieran hecho las paces entre ellos.

Ella fue la primera en darse la vuelta. Comenzó a caminar entre los árboles hasta desaparecer. Gabriel permaneció quieto unos segundos más, aún sonriendo con esa serenidad imposible. Luego, sin dejar de mirarlo, caminó despacio para alcanzarla.

Aion tragó saliva, contemplándolos por última vez, grabando en su mente sus rostros, sus gestos, hasta el último detalle. Los vio desaparecer juntos, difuminándose entre la espesura de los árboles, hasta que no quedó nada.

El viento volvió a soplar, y el bosque recobró su ritmo habitual. Aion respiró hondo. Por primera vez en mucho tiempo, no sintió peso en el pecho. Solo la certeza de que aún quedaba vida por vivir, y que, en ella, su hijo Nevan era el centro.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.