Al día siguiente, Aion abrió los ojos, pero no podía moverse. Respiraba, y estaba vivo. Oyó el enmudecido ruido del agua golpeteando el piso a su derecha y supo de inmediato que Sebastián estaba en el baño. Pero no podía pedirle ayuda.
Cerró los ojos con fuerza, concentrado en su respiración mientras lo escuchaba tararear algo y él gritaba por dentro, intentando moverse, pero sus dedos entumecidos se resistían y otras manos diferentes se arrastraban hasta su garganta para ahogarlo. Empezó a sudar frío, necesitaba convencerse de que no era real. No podía ser real, a pesar de que sentía todo. El rugido en sus oídos le hizo abrir los ojos de par en par, estaba en su cuarto, en su maldita cama, pero no estaba soñando.
Comenzó a agitarse, su rostro pálido reflejaba la angustia alimentada por la idea de morir recordando ese sueño. El gruñido en sus oídos se hacía cada vez más grave y ávido. Aion comenzó a hiperventilar y a sudar frío a medida que lo invadía el auténtico pavor de pensar que se había quedado parapléjico mientras dormía, aunque en el fondo sabía que ya estaba exagerando.
Está bien, quizá no iba a morir de una parálisis, pero podía morir si su pulso cardíaco seguía aumentando así. Sus pupilas eran dos tiritones puntos negros rodeados de un iris gris mientras pedía auxilio en silencio.
Cuando la parálisis se fue, se incorporó con prisa y soltó un grito que alarmó a Sebastián.
—¡Woah, tranquilo! —exclamó saliendo del baño con su oscuro pelo mojado, una toalla envolviendo su cintura, y la mitad de la cara todavía con espuma de afeitar—. ¿Estás bien?
Aion Samaras secó el sudor de su frente con una mano temblorosa mientras un escalofrío lamía su columna vertebral. Alzó sus ojos asustados a Sebastián y luego examinó la pequeña habitación que compartían. Solo entonces dejó salir un jadeo frustrado al reconocer que no había peligro de ningún tipo.
—Sí, yo… —«tuve esa horrible pesadilla otra vez». Tragó para sí mismo.
—¿Tuviste esa horrible pesadilla otra vez? —Sebastián arqueó una ceja y Aion se cubrió con la frazada de nuevo, pretendiendo que él no existía—. Está bien. —Seb dio unos cuantos pasos—. ¿Te vas a quedar ahí también hoy?
—¿Quién eres, mi madre? —bufó Aion, con su cabeza debajo de las cobijas—. Porque estaba bastante seguro de que está bien muerta.
Sintió náuseas y escalofríos al recordar el sueño que había tenido.
—Hermano, no tienes que pasar por esto solo —dijo Sebastián con más calma.
Aion apretó los ojos con fuerza hasta que lo único que vio en sus párpados eran destellos de luces brillantes. Soportaba la presencia de Sebastián desde que había aceptado su solicitud para compartir el apartamento y así dividir los gastos, pero era consciente que, desde entonces, Sebastián lo estaba «estudiando». Y aunque con mucha frecuencia hablaba sobre cosas que no parecían importantes, Seb tenía un interés casi científico en él.
»¿Hace cuánto nos conocemos? ¿Tres?, ¿cuatro años? —continuó Seb.
—¿Cuál es tu punto? —rezongó Aion y abrió una pestaña de Google para averiguar por qué había despertado con el cuerpo paralizado.
Sebastián tenía un interés científico en él. Lo sabía desde el momento en que le contó que se iba a especializar en psiquiatría. Aion no necesitaba un estúpido terapeuta, ya había tenido un puñado de esos cuando era niño, hasta que tía Helena ya no pudo seguir pagándoles los honorarios.
—Escucha. Vamos a superar esto juntos, ¿de acuerdo? Te cuento un par de chistes para empezar el día, ¿vas?
Aion tecleó en el celular: «Parálisis +sueño +pesadillas +realistas»
—Seb… ya hablamos de eso —le dijo con cansancio.
—Yo antes era muy indeciso, ahora ya no estoy tan seguro.
—Y aquí vamos… —murmuró, deslizándose por los enlaces que brillaban frente a sus ojos.
—Entra un tipo a un velatorio y dice: «Lo siento», y contesta la esposa del fallecido: «No, déjalo echao».
—Okay… ¡Guau! ¡Eso es grosero!
«Eso fue gracioso».
—Si yo pongo un plato encima de la mesa y mi mujer lo aparta…
—Ya basta.
—… ¿Quién de los dos está más loco?
—Seb, te lo estoy suplicando.
—Pues yo, porque yo loco loco y mi mujer loquita.
—Dios mío. Sebastián, tus chistes son tan malos que podrían clasificarse como método de tortura —suspiró sentándose en la cama.
Encontró un artículo que decía: Parálisis del sueño, estar despierto en una pesadilla.
—Espera. —Sebastián se detuvo con un dedo alzado y él lo miró, expectante—. ¿Has estado alguna vez en un laberinto?
Aion dudó.
—No…
—¡Pues no sabes lo que te pierdes!
El castaño lanzó una risotada estúpida.
—Ya tuve suficiente.
Saltó de la cama directo a encerrarse en el baño. Que un completo desconocido en Internet haya descrito exactamente lo que le pasó y que ahora sabía que era algo bastante común y que podría volver a pasarle, lo estremeció del horror. Aún podía escuchar las tontas carcajadas de Sebastián.
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Editado: 06.09.2024