Despertó, embrollado, al mediodía. El sol encandilador lo abrazaba desde el tragaluz encima de él. Aún estaba sentado en esa posición incómoda con un libro a medio terminar.
Se enderezó, tronándose los dedos y se fue al baño. Comenzó a cepillarse los dientes, y al mirarse al espejo reparó en la nota que tenía pegada en su frente. La apartó viendo que era de Sebastián:
(No tan) estimado amigo:
Si este fin de semana tampoco vas a despegar tu trasero de la silla, al menos puedes terminarte la pizza de anoche. En serio, necesitas comer.
PD: Ya no hay rollos de papel sanitario y tomé prestado tu cepillo de dientes. Lo siento, pero en realidad no lo siento. Seb.
Aion detuvo lo que hacía de inmediato. Miró su cepillo de dientes en su mano derecha y escupió con asco. Luego rompió la nota en pedacitos gruñendo de fastidio. Ya empezaba a reconsiderar la idea de vivir solo y de repente no parecía tan malo que Sebastián fuera a graduarse pronto.
Un gran bullicio afuera lo sacó de sus reflexiones. Salió de su habitación, tomando el abrigo junto a la puerta, y aún tenía el pelo mojado cuando salió a ver qué pasaba.
Camino al instituto vio a personas atropellándose unas con otras y pasando con horror por su lado. El desconcierto comenzó a cosquillearle en sus extremidades inferiores que insistían en trotar en la dirección contraria a ellas, hasta que se estrelló con un particular escenario.
El brillo encandilador del fuego envolvía en llamas la instalación del comedor y Aion jadeó incrédulo, pero no era el único curioso que se estaba acercando cada vez más. Gente huía y otros se amontonaban en grupos hasta que se halló apretujado por un gran número de testigos que murmuraban y lloriqueaban entre sí.
Oyó las palabras «explosión, accidente» y otras más escandalosas como «bomba» y «atentado». Mordió sus labios con escepticismo, y se alejó rápido hacia el lado opuesto del comedor donde había menos fuego y, por lo tanto, menos gente y melodrama.
Era mejor si no estaba allí luego de que la policía llegara, pero sus pies empezaron a ralentizarle el paso al notar la pequeña ventana que daba al sótano del edificio en cuestión. Tentado por la idea de entrar a ver con sus propios ojos la morbosidad del accidente, avanzó echando un vistazo sobre su hombro para asegurarse de que nadie lo estuviera observando.
Cuando consiguió escabullirse dentro, el sótano estaba cubierto de humo y apenas podía ver y respirar, pero en el momento en que abrió la puerta para salir al pasillo del comedor, sintió que había entrado al infierno. El calor era aguantable si era cuidadoso y se alejaba de los focos de fuego, pero el monóxido de carbono fácilmente podía asfixiarlo y el particular olor a combustible y carne quemada era insoportable.
Aion se quitó su cazadora de algodón para atarla alrededor de su rostro, quedando con su camiseta negra, un par de jeans iguales y sus zapatillas deportivas que había comprado con mucho esfuerzo hacía apenas dos semanas.
—¡¿Alguien necesita ayuda?! —gritó a través de su cubrebocas casero, pero no escuchó más que la madera crujiente ardiendo alrededor—. ¡¿Hay alguien aquí?! —repitió sin aceptar la mala espina que le daba ser el único ser vivo allí dentro y gritó lo mismo una vez más.
Entre escombros y muebles destruidos se abrió paso hacia la cocina, donde el fuego era despiadado, pero al cruzar el pasillo oyó un débil gemido de auxilio que lo hizo retroceder en sus pasos.
Aún había una persona con vida. Era uno de los cuatro chefs, y tenía el rostro herido y cubierto de sangre quemada y restos del equipo que trabajaba con él. Reconoció al hombre: era Ezequiel.
El cocinero lo miró con sus ojos llorosos mientras se arrastraba con sus manos hacia él. Estaba mutilado desde la cintura hacia abajo y se desangraba poco a poco. Sus manos ensangrentadas y ampolladas alcanzaron el borde de sus jeans y tiraron de él débilmente.
—Por… favor… —clamó—. Ayú-dame.
Aion quedó inmóvil, muy perturbado como para reaccionar y hacer algo al respecto. Sus entrañas le decían que lo dejara morir así y se largara de allí, pero si abandonaba a Ezequiel pereciendo de aquella forma, recapacitó, sufriría unos cuantos minutos más de agonía antes de desangrarse por completo, asfixiarse, o morir calcinado.
—Te ayudaré —dijo, inclinándose sobre él en cuclillas.
—¡Gracias!… ¡Gracias! —Ezequiel lloró, aferrándose a una inútil pizca de esperanza.
—Hoy por ti y mañana por mí, ¿cierto?
—Sí… —Ezequiel sonrió con ojos muy abiertos cuando reconoció con quién estaba hablando—. ¡Sí, Aion!… Hoy por mí… y mañana…
Las manos del chef treparon por su ropa, tirando de él de modo que levantó su torso unos centímetros del suelo, pero Aion lo tomó por las muñecas para apartar sus manos sucias del resto de su indumentaria.
—Bien… —dijo al tomar su cabeza con ambas manos, mirando a Ezequiel a los ojos. Le rompió el cuello en un rápido movimiento, y oyó el inconfundible sonido de huesos rotos que conocía muy bien.
Mientras veía una vez más ese horrible escenario, se incorporó para limpiarse la sangre y el hollín hasta que distinguió el anillo de oro de Ezequiel. Cinco segundos después, la nueva reliquia ya estaba en su dedo índice cuando continuó buscando.
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Editado: 06.09.2024