Los pecados de nuestras manos

Capítulo 2 Ep. 2 - "Complejo de Dios"

Tomó un tren a la ciudad para despejar su mente. Había dejado a Gris atrás evitando pensar cuidadosamente en lo que ambos sabían porque ahora los dos compartían algo en común; y eso significaba que no podía deshacerse de ella tan fácil si le contaba a alguien sobre su secreto del accidente. 

Le tomó casi diez minutos contar el dinero que tenía en su cartera puesto que ella asaltaba su mente una y otra vez, empezando por la idea de que se parecía mucho a Maga y además estaba interesada en él.

Su celular comenzó a sonar y vibrar como loco mientras la pantalla se saturaba de notificaciones de mensajes. Eran todos de Seb. 
 



Seb: «AION, DATE POR MUERTO»

Seb: «¿Suscrbiste mi email a cientos de páginas para advltos??»

Seb: «EN SERIO??» 

Seb: «Creiste que no me uba a dar curnta?!»  

Seb: «MI PORTÁTIL EMPEZÓ A HACER RUIDOS RAROS FRENTE TODO EL SALÓN» 


No pudo evitar reír con fuerza. 


«Es mi venganza por robar mis encendedores y ocupar mi cepillo de dientes.» 

«Estamos a mano.» 


Seb: «Definitivamente NO ESTAMOS A MANO.» 


Mientras Aion se sonreía con satisfacción, alguien más también lo hacía. La mujer que estaba frente a él no dejaba de mirarlo. Usaba un vestido de franela amarillo muy discreto, con flores rosas que le llegaba a las rodillas. Su pelo, tan negro como el suyo, caía con gracia sobre sus hombros. 

Aion fingió estar ocupado con su teléfono mientras estudiaba en silencio a la chica. Su mirada deambulaba por el tren pero cada pocos segundos volvía a fijarse en él y cuando estuvo seguro de que lo observaba sin escrúpulos, alzó sus ojos para pillarla.

Ella pareció avergonzada de haber sido descubierta y su cara se tornó de un ridículo color rosa tomate. Entonces ambos se sonrieron y bajaron la vista al mismo tiempo, sin tener más contacto visual en lo que quedaba del trayecto. 

Al llegar al centro ingresó a un local de comida rápida para calentarse un poco. Los fines de semana solían ser muy concurridas las casas de comidas y era más fácil conseguir una cena breve allí. 

Aion tomó su bandeja y se sentó junto al calefactor. Miró su comida largo rato, pensando en Gris y en Ezequiel, y suspiró sintiéndose extraño.  

—¡Sam! —De pronto una mujer gritó y Aion volteó instintivamente para ver a un pequeño niño que jugaba alrededor de las mesas. Cruzó la mirada del pequeño y éste comenzó a correr hacia él, con su madre siguiéndolo—. Sam, ¡no molestes al muchacho!

La mujer reprendió a su hijo y se lo llevó a su mesa. Al cabo de unos minutos Aion oía al niño riendo mientras comía junto a sus padres, y él continuó mirando fijamente su bandeja.  

«Bonita familia unida —pensó, riendo brevemente—, una jodida familia feliz».  

Luego de su solitaria cena, que no fue más que una hamburguesa con salchipapas y gaseosa en lata, decidió dar una vuelta por el centro, por donde solía caminar con Maga.

La ciudad era tranquila ese viernes pero al menos desde que él lo recordaba, casi siempre había sido así. Las personas pasaban ignorándolo, no había música ni muchos automóviles andando; solo estaban él y las pantallas digitales gigantes que colgaban de los rascacielos bombardeando con sus publicidades basura a cualquiera que pasara y de la que nadie prestaba atención. 

Se preguntó por qué, siendo como era la ciudad de enorme, rica y avanzada; la gente parecía no darse cuenta de que podían salir más, vivir más; y en cambio parecían robots hechos para trabajar y volver a sus casas temprano, haciendo que el ritmo animado de la urbe muriera por las noches, desangrándose lentamente. 

Aion aun no había decidido si odiaba o amaba esa agonía de Wintercold. 

Como un zombi más, deambuló un tiempo, hundido en sus propios pensamientos con la mirada vacía en las ofertas de las tiendas ya cerradas y las pantallas; hasta que se percató de un patrón irregular en la cornisa de uno de los edificios más enanos.

Por lo poco que alcanzó a distinguir, era una mujer. Y cuando su vista se agudizó un poco más, notó que vestía una prenda amarilla con unos estampados. Le tomó varios segundos caer en la cuenta de que era la misma persona que se había encontrado en el tren más temprano. Parada en la orilla, demasiado expuesta hacia el vacío. 

—Esto debe ser una broma —murmuró sombrío y empezó a trotar hacia el edificio. 

Se demoró ocho minutos en llegar hasta ella y temía que fuese demasiado tarde, pero la mujer aún estaba ahí cuando abrió la puerta de seguridad de la azotea que ya estaba entreabierta.

Un viento muy frío que lo obligó a subir el cierre de su abrigo, corría por encima de los edificios y su silbido era lo único que se podía escuchar además de los sollozos de la chica.  

—Hey. Tranquila —musitó, acercándose a pasos lentos hacia ella. 

La mujer volteó y lo miró indiferente pese a las lágrimas que desfilaban por su cara arruinándole el maquillaje. Su semblante era apenas una mueca de desconcierto borrada de cualquier otra emoción y la hacía lucir fantasmal y fría. Pero sus gestos cambiaron cuando él se acercó un poco más, y entonces lo reconoció.




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