Tomó un tren a la ciudad para despejar su mente. Había dejado a Gris atrás evitando pensar en lo que ambos sabían, porque ahora los dos compartían algo en común y eso significaba que no podía deshacerse de ella tan fácil si le contaba a alguien sobre su secreto del accidente.
Le tomó casi diez minutos contar el dinero que tenía en su billetera, puesto que pensamientos sobre ella asaltaban su mente una y otra vez, empezando por la idea de que ella se parecía mucho a Maga y además estaba interesada en él. Su celular comenzó a vibrar y a hacer ruido como loco mientras la pantalla se saturaba con notificaciones de mensajes. Eran de Sebastián.
Seb: VOY A MATARTE.
Seb: Suscribiste mi email a cientos de páginas para adultos??
Seb: EN SERIO??
Seb: Creíste que no me iba a dar cuenta?!
Seb: MI PORTÁTIL EMPEZÓ A HACER RUIDOS RAROS FRENTE AL SALÓN ENTERO
No pudo evitar reír con fuerza. Le envió:
Es mi venganza por robar mis encendedores y ocupar mi cepillo de dientes. Estamos a mano.
Seb: Definitivamente NO ESTAMOS A MANO.
Mientras Aion sonreía con satisfacción, alguien más también lo hacía. La mujer que estaba frente a él no dejaba de mirarlo. Usaba ella un vestido de franela amarillo con flores rosas muy discreto, que le llegaba a las rodillas. Su pelo, tan negro como el suyo, caía con gracia sobre sus hombros. Aion fingió estar ocupado con su teléfono mientras estudiaba en silencio a la chica. Su mirada deambulaba por el tren, pero cada pocos segundos volvía a fijarse en él; cuando estuvo seguro de que lo observaba, alzó sus ojos para atraparla.
Ella pareció avergonzada de haber sido descubierta mirándolo, su cara se tornó de un ridículo color rojo tomate. Aion le sonrió de regreso y bajaron la vista al mismo tiempo, sin tener más contacto visual en lo que quedaba del recorrido.
Al llegar al centro ingresó a un local de comida rápida para calentarse un poco. Los fines de semana solían ser muy concurridas las casas de comidas, y era más fácil conseguir una cena breve allí. Aion tomó su bandeja y se sentó junto al calefactor. Miró su comida largo rato, pensando en Gris, y en Ezequiel, y suspiró sintiéndose extraño.
—¡Sam! —gritó una mujer de pronto, y Aion volteó inconscientemente para ver a un pequeño niño que jugaba alrededor de las mesas de los demás clientes. Cruzó la mirada del pequeño, y este comenzó a correr hacia él con su madre siguiéndolo—. Sam, ¡no molestes al muchacho!
La mujer reprendió a su hijo y se lo llevó a su mesa. Al cabo de unos minutos Aion podía oír al niño riendo mientras comía junto a sus padres, y él continuaba mirando fijo su bandeja.
«Bonita familia unida —pensó, riendo brevemente—, una jodida familia feliz».
Luego de su solitaria cena, que no fue más que una hamburguesa con una bandeja de papas y gaseosa en lata, fue a dar una vuelta por el centro por donde solía caminar con Maga. La ciudad era tranquila ese viernes, aunque, al menos desde que él lo recordaba, siempre había sido así. Las personas pasaban ignorándolo, no había música ni muchos automóviles andando. Solo estaban él y las pantallas digitales gigantes que colgaban de los rascacielos, bombardeando con sus publicidades basura a cualquiera que pasara, y de las cuales nadie prestaba atención. Se preguntó por qué, siendo como era la ciudad de enorme, rica y avanzada, la gente parecía no darse cuenta de que podían salir más, vivir más… En cambio, parecían robots diseñados para trabajar y regresar temprano a sus casas, haciendo que el ritmo urbano muriera por las noches, desangrándose lentamente. Aion aún no había decidido si odiaba o amaba esa agonía de Wintercold.
Como un zombi más, deambuló por un tiempo, hundido en sus propios pensamientos; su mirada vacía en las pantallas y las ofertas de las tiendas ya cerradas, hasta que se percató de un patrón irregular en la cornisa de uno de los edificios más enanos. Por lo poco que alcanzó a distinguir, era una mujer. Y cuando su vista se agudizó un poco más, notó que ella vestía una prenda amarilla con unos estampados. Le tomó varios segundos caer en la cuenta de que era la misma persona que se había encontrado en el tren más temprano, parada en la orilla, demasiado inclinada hacia el vacío.
—Esto debe ser una broma —murmuró Aion sombrío y empezó a trotar hacia el edificio.
Se demoró ocho minutos en llegar hasta ella, y temía que fuese demasiado tarde, pero la mujer aún estaba ahí cuando él abrió la puerta de seguridad de la azotea que ya estaba entreabierta. El viento frío lo obligó a subir el cierre de su abrigo, y corría por encima de los edificios; su silbido era lo único que se podía escuchar además de los sollozos de la chica.
»Oye. Tranquila —musitó, acercándose a pasos lentos hacia ella.
La mujer volteó y lo miró con indiferencia a pesar de las lágrimas que desfilaban por su cara y que le arruinaban el maquillaje. Su semblante era apenas una mueca de desconcierto borrada de cualquier otra emoción, y la hacía lucir fantasmal y fría. Pero sus gestos cambiaron cuando él se acercó, y entonces ella lo reconoció.
—Eres el hombre del tren —susurró.
—Yo también te reconocí allá abajo —dijo Aion, dando un paso más cerca para ganar tiempo y cerrar el espacio entre ellos.
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Editado: 06.09.2024