Los pecados de nuestras manos

Capítulo 2 Ep. 3 - "Aion Samaras"

Cruzó la ciudad para ir a un bar llamado Vegas sobre la calle O’Wilde al que solía ir y pidió una Coca-Cola sin azúcar.

Había bastante gente esa noche. Aion le echó un vistazo al reloj nacarado que estaba sobre la puerta de acceso, apenas era pasada la medianoche. 

De vez en cuando, una que otra mujer se le acercaba para tener una charla, pero él fingía estar demasiado ebrio o dormido para no prestarles atención; y la verdad era que deseaba con furia estar borracho, pero no le quedaba mucho dinero en el bolsillo ni era una buena idea de todos modos.

Más tarde, un sujeto en particular le sonrió desde el otro lado de la barra y luego de unos minutos, el barista dejó un vaso largo de cerveza para él. Aion se enderezó para encontrarse con que el tipo alzaba su propio vaso asintiendo hacia él y dándole un guiño. 

Aion rodó los ojos y vació el vaso de cerveza al salir del lugar; más fastidiado que cuando entró, y decidió que había sido suficiente por ese día mientras sus pies empezaban a caminar de vuelta a su apartamento.

A dos cuadras de llegar, recordó que le había dado las llaves a Sebastián y murmuraba en la soledad de la calle, esperando que las hubiese dejado escondidas debajo de alguna piedra o de otro modo tendría que escabullirse como un ladrón a su propio cuarto. 

La cruzó de nuevo ese mismo día. Había deseado —o más bien rogado— que nada se interpusiera en el trayecto entre Jeanine y su cama porque primero: no quería pensar en eso y segundo: estaba cansado como el infierno. 

Gris parecía asombrada de encontrarlo en la calle a las dos de la mañana, en cambio él, lucía resignado. Durante el poco tiempo que había interactuado con Gris, ella se había pegado a él como un chicle en su zapato.

Debía darle algo de crédito, porque esta mujer insistía en darse de encontronazos con él a pesar de que le había dejado claro más temprano, que él no quería tener nada que ver con ella. 

Se enfocó de nuevo. Ella estaba sorprendida, él… no tan entusiasmado. Quizá el sueño y el cansancio tenían que ver con la extraña serenidad que lo inundó en ese momento, con Gris parada ahí muy cerca. 

—¿Buenas noches? —Aion alzó una ceja al mismo tiempo que se cruzaba de brazos. 

—Buenas noches… —dijo ella mortificada. 

—Parece que no soy el único que se escapa por la madrugada. —Aion cambió el peso de sus pies y Gris miró hacia la calle mordiéndose el labio inferior, como si estuviera esperando que alguien viniera en esa dirección. Aion ladeó la cabeza y continuó—: ¿De dónde vienes, extranjera? 

—Vengo de España —respondió ella de inmediato, como si hubiese ensayado eso mil veces frente al espejo. 

—Sabes que no me refiero a eso —acusó él, siguiendo su línea de visión—.  Oh Dios, ¿te dejó plantada? 

—¿Qué? 

—El fanfarrón con el que sales —aclaró entretenido por la confusión que se dibujó en su cara—. Me apena ser quien te lo diga, pero creo que él ya no va a venir a buscarte. 

—Yo no estoy saliendo con nadie —Gris frunció el ceño y siguió—: Solo tomaba un poco de aire. 

—Me alegra mucho escuchar eso porque ya empezaba a ser raro que te quedes aquí parada mirando al vacío, sabes. Das un poco… de miedo. 

—No, yo… vengo de trabajar. 

—Ah, ¿y qué clase de trabajo requiere que estés hasta las dos de la mañana en la calle? 

—Todavía estoy trabajando —contestó ella ¡y diablos! Él la debió haber mirado raro porque ella rápidamente agregó—: ¡Dios, no! ¡No es lo que estás pensando! No es esa clase de trabajo. Me refiero a que tengo mucho papeleo todavía aquí —terminó, dando golpecitos en su bolso de cuero. 

—Bueno… —él tragó saliva incómodo—, no es que me importe lo que hagas con tu vida, sabes. 

—Ya sé. —Ella bajó la mirada, luciendo pequeña e insegura de cada cosa que decía.

Esta era la verdadera ella, pensó Aion; no la chica encantadora y sonriente que había conocido antes, y él tampoco era el apático y asocial tipo que era comúnmente. 

La noche causa cierto efecto en las personas, concluyó. Ni siquiera su acento era muy pronunciado. 

—¿Hace cuánto que vives aquí? —Cuestionó. 

—Unos cuantos meses, ¿por? 

—Tu acento —señaló él—. Ha cambiado. 

Gris soltó un leve suspiro y se aclaró la garganta. 

—Mis abuelos vivían en esta misma ciudad. —«Mentirosa»—. ¿Y tú de dónde vienes a esta hora?  

—Venía de una fiesta en el centro directito a mi cama hasta que te vi. 

—Entiendo. Te estoy estorbando —reconoció ella sin una pizca de remordimiento en su voz. Probablemente seguía cruzándose con él solo para molestarlo. 

—De verdad podría hablar contigo sobre trivialidades por el resto de la noche. —Aion miró por encima de su hombro—. Pero estoy exhausto y además estamos en el medio de la vereda de madrugada.  

—Sí, es…. No es el lugar o momento para considerar esto una cita ¿verdad? —Comentó ella, dándole una sonrisita. 




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