Cruzó la ciudad para ir a un bar llamado Vegas, al que solía ir sobre la calle O’Wilde, y pidió una Coca-Cola sin azúcar. Había bastante gente esa noche.
Aion le echó un vistazo al reloj nacarado que estaba sobre la puerta de acceso: apenas era pasada la medianoche.
De vez en cuando, una que otra mujer se le acercaba para conversar, pero él fingía estar demasiado ebrio o dormido como para prestarles atención. La verdad era que deseaba con furia estar borracho, pero no le quedaba mucho dinero en el bolsillo, ni era una buena idea de todos modos.
Más tarde, un sujeto en particular le sonrió desde el otro lado de la barra, y luego de unos minutos el barista dejó un vaso largo de cerveza para él. Aion se enderezó para encontrarse con que el tipo alzaba su propia copa asintiendo hacia él y dándole un guiño. Aion rodó los ojos, más fastidiado que cuando entró, vació el vaso de cerveza a un costado de la calle al salir del lugar, y resolvió que había sido suficiente por hoy mientras sus pies empezaban a transportarlo a su apartamento.
Recordó que le había dado las llaves a Sebastián a dos cuadras de llegar, y murmuraba en la soledad de la calle con la esperanza de que su amigo las hubiera dejado escondidas debajo de alguna piedra, o de otro modo, tendría que escabullirse como un ladrón a su propia casa.
La cruzó de nuevo esa misma noche.
Había deseado —o más bien rogado— que nada se interpusiera en el trayecto entre Jeanine y su cama, porque primero: no quería pensar en eso, y segundo: estaba cansado como el infierno. Gris parecía asombrada de encontrarlo en la calle a las dos de la mañana, pero él se veía resignado. Durante el poco tiempo que había interactuado con Gris, ella se había pegado a él como un chicle en su zapato y debía darle algo de crédito, porque esta mujer insistía en darse de encontronazos con él, a pesar de que le había dejado claro más temprano que él no quería tener nada que ver con ella.
Se enfocó de nuevo. Ella estaba sorprendida, él… no tan entusiasmado. Quizá el sueño y el cansancio tenían que ver con la extraña serenidad que lo inundó en ese momento, con Gris parada ahí muy cerca.
—¿Buenas noches? —Aion alzó una ceja al mismo tiempo que se cruzaba de brazos.
—Buenas noches… —dijo ella mortificada.
—Parece que no soy el único que se escapa por la madrugada. —Aion cambió el peso de sus pies y Gris miró hacia la calle, mordiéndose el labio inferior como si estuviera esperando que alguien viniera en esa dirección. Aion ladeó la cabeza y continuó—: ¿De dónde vienes, extranjera?
—Vengo de España —respondió ella de inmediato, como si hubiese ensayado eso mil veces frente al espejo.
—Sabes que no me refiero a eso. —Aion rodó los ojos con exasperación, y luego siguió su línea de visión—. Oh, Dios, ¿te dejó plantada?
—¿Qué?
—El idiota con el que sales —aclaró, entretenido por la confusión que se dibujó en la cara de Gris—. Me apena ser quien te lo diga, pero creo que él ya no va a venir a buscarte.
—Yo no estoy saliendo con nadie. —Gris frunció el ceño y añadió—: Solo estaba tomando un poco de aire.
—Me alegra mucho escuchar eso porque ya empezaba a ser raro que te quedes aquí parada mirando al vacío, sabes. Das un poco… de miedo.
—Ay, nada de eso —rezongó ella con molestia—. Vengo de trabajar.
—Ah, ¿y qué clase de trabajo requiere que estés hasta las dos de la mañana en la calle?
—Todavía estoy trabajando —contestó ella, y la cara de Aion pareció haberse desfigurado del shock porque ella rápidamente agregó—: Oh, Dios, ¡no! ¡No es lo que estás pensando! No es esa clase de trabajo. Lo que digo es que tengo mucho papeleo aquí todavía —explicó dando golpecitos en su bolso de cuero.
—Bueno… —Él tragó saliva—. No es que me importe lo que hagas con tu vida, sabes.
—Ya sé. —La mirada de Gris cayó al piso.
Aion notó lo pequeña e insegura que era. Esta era la verdadera ella, pensó, no la chica encantadora y sonriente que había conocido antes, y él tampoco era el apático y asocial tipo que era comúnmente.
«La noche causa cierto efecto en las personas», concluyó. Ni siquiera su acento era muy pronunciado.
—¿Hace cuánto que vives aquí? —cuestionó.
—Unos cuantos meses, ¿por?
—Tu acento —señaló él—. Ha cambiado.
Gris soltó un leve suspiro y se aclaró la garganta.
—Mis abuelos vivían en esta misma ciudad —mintió—. ¿Y tú de dónde vienes a esta hora?
—Venía de una fiesta en el centro directito a mi cama hasta que te vi.
—Entiendo. Te estoy estorbando —reconoció ella sin una pizca de remordimiento en su voz. Probablemente seguía cruzándose con él solo para molestarlo.
—De verdad podría hablar contigo sobre trivialidades por el resto de la noche. —Aion miró por encima de su hombro—. Pero estoy exhausto además estamos en el medio de la vereda de madrugada.
—Sí, es… No es el lugar o el momento para considerar esto una cita ¿verdad? —comentó ella dándole una sonrisita.
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Editado: 06.09.2024