Los dos guardaban un secreto. El día que vio a Maga por primera vez, ella estaba de pie en la entrada de uno de los dormitorios, donde él yacía presionando una almohada sobre la cara de un fresco cadáver que había sido, minutos antes, un paciente que sufría de esquizofrenia y que había intentado quitarse la vida esa misma mañana.
Maga lo estaba mirando con los ojos bien abiertos mientras Aion jadeaba por recuperar aire y su pelo caía desordenado por el esfuerzo que había hecho para asfixiar al tipo.
—¿E-Enfermero? —susurró ella con la voz temblorosa, haciendo que él contuviera el aire y ambos se quedaron quietos por unos segundos.
Aion no debió alzar la vista, pero no sabía en ese entonces que, con tal gesto ordinario, ella lo terminaría embaucando en un espiral hacia abajo. Maga era hermosa. Castaña, tan alta como él, y dotada de una criminal figura esbelta y curvilínea. Él aún la miraba a los ojos mientras se bajaba lentamente de la cama, alejándose del cuerpo y caminando directo hacia ella con una expresión sombría.
No le importaba matarla; tarde o temprano lo terminaría haciendo, al igual que con cualquier otro paciente sin remedio de ese loquero en Ravenville, al que él había ido a parar por trabajo. Lo tendría que hacer ahora.
Esperaba el momento en que ella empezara a correr, pero Maga no parecía querer estar en ningún otro lugar. Maga se mantuvo de pie frente a él, estudiando su rostro barrido de emociones, y Aion la habría estrangulado con sus propias manos allí mismo, si no fuera por lo que ella dijo momentos después:
»Eso fue piadoso —susurró. Tenía la respiración acelerada y sus rostros estaban ya casi rozándose—. Sufría mucho.
Aion retrocedió un paso y sus pensamientos murieron en esos ojos color caramelo que todavía danzaban entre los de él, como esperando que Aion aceptara la complicidad que sugerían sus palabras. Y aunque él podría haber besado sus jugosos labios y atreverse a palpar el calor que emitía su piel, se hizo a un costado y se fue.
No le pudo quitar los ojos de encima desde ese momento. Estuvo varias noches y mañanas siguiéndola sin que ella se diera cuenta. La estudiaba, preguntándose si era de fiar, mientras analizaba las maneras en que podía matarla. Pero más temprano que tarde, se sintió atraído por su personalidad compleja y su apariencia gentil y delicada. Aion descubrió que disfrutaba mucho contemplarla con vida.
Se cuestionó una noche después de una larga jornada, qué hacía ella allí si parecía tan feliz y llena de vida, y encontró la respuesta a eso muy rápido, cuando la vio lastimarse a sí misma mientas mantenía una mordaza en su boca hecha con sábanas, o se golpeaba la cabeza contra la pared y lloraba sin cesar, mientras tiraba de su cabello corto, hasta que el cansancio la vencía y se dormía en el suelo.
Aion sintió una horrible intranquilidad que no sabía que podía sentir cuando descubrió que Maga padecía una rara condición del trastorno de la personalidad límite, que la hacía pelear consigo misma como si estuviera peleando contra una persona invisible mucho más fuerte y grande que ella. Fue entonces cuando se convenció de que debía ayudarla a encontrar paz, y una noche calurosa de agosto decidió que iba a hacer su trabajo de una vez por todas.
Se sentó frente a su cama, cruzado de piernas, con guantes de látex en sus manos y una jeringa llena de un brebaje descolorido y mortífero que fabricaba él mismo.
La contempló toda la noche, meditando en sus pensamientos sin darse cuenta de que Maga estaba mirándolo también, adormecida desde su cama y con los ojos rojos e hinchados de haber luchado toda la noche contra su propio dolor.
Maga se acomodó en su cama, mirándolo con una expresión pacífica y rendida en su rostro demacrado.
—Sabía que vendrías —dijo, pero Aion no movió ni un músculo—. Sé que me has estado siguiendo, lo sé.
—… ¿De verdad?
—¿Por qué te tardaste tanto? ¿Por qué, eh? —le reclamó Maga con molestia, cosa que lo dejó bastante desconcertado.
—No lo sé. —Aion ladeó la cabeza.
—Yo no quiero morir —se apuró a decir ella.
—Te haces mucho daño.
—Pero no quiero morir.
—Yo creo que sí —dijo él, y al cabo de unos segundos, preguntó—: ¿Por qué sonríes?
—Nada, es que eres muy ingenuo —respondió ella, sacudiendo la cabeza y dejándolo aún más confundido—. ¡Es que todos estamos muriendo, enfermero! ¡Somos mortales desde el momento en que nacemos! ¿No entiendes? Tú estás muriendo, y también yo, pero lo que yo digo es que no quiero morir aquí y ahora.
Ella se recostó en la cama de nuevo y él estaba en silencio, con el ceño plegado, muy afectado por lo que Maga acababa de decir. Ella siguió con la mirada vacía en el techo:
»Tener plena consciencia de eso, es justo lo que te alienta a seguir viviendo y disfrutar de la vida a pleno. Eso es lo que hago, enfermero, disfrutar–de la vida–a pleno.
Aion agachó la cabeza y se reacomodó en la silla, mirando con mucha frustración el químico tóxico que tenía en la mano y con el que pretendía matarla.
—Pero yo soy diferente. Yo no hago esto porque sí —dijo—. Solo ayudo a la gente a encontrar paz sin que se vayan al infierno por eso. ¿Para qué seguir sufriendo?
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Editado: 06.09.2024