Sebastián hacía flexiones de brazos enérgicamente en el suelo, justo al lado de la cama de su compañero, quien leía un artículo de psicología publicado hace una semana en Yale que él mismo le había traído.
—Es en serio. ¿No odias este… maldito tragaluz? —Jadeó sin detenerse—. ¡Ufff!… De verdad… que no creo, que te guste despertar, ufff, con el sol… quemándote, en la cara todos los malditos… días… —exhaló entre respiración y respiración—. O esas… estúpidas gotas… heladas, que caen por la noche y te mojan la cara.
—Oh, para nada —emitió Aion sin mover un músculo—. Me encanta dormir en charcos y con los ojos deslumbrados. En realidad, me hace sentir que estoy acampando en mi propia habitación.
Sebastián empezó a reír por su comentario de mierda y la resistencia de sus músculos se venció haciéndolo caer.
—Eres un… patán… Desgraciado —murmuró desde el suelo, respirando con fuerza—. ¡Tú…! Y tu culo sarcástico, me tienen harto.
—Eso no es verdad.
Sebastián cerró los ojos sonriendo para él solo.
—Es verdad que no es verdad —aceptó, y aunque no pretendía que Aion lo escuchara, tampoco le importó—. ¿Cómo sería mi vida sin tu… antipática y… horrenda compañía?
Se levantó para mirarse en el espejo, feliz por lo que había logrado con el entrenamiento en el último mes y medio, y no quería parar ahora, luego de que había estado tirado en la cama por cinco días debido al shashlyk: una especie de kebab muy condimentado, y la sopa de betabel llamada borsch que había probado. El sabor le había dado escalofríos, nadie le había comentado que ese era un platillo frío y agrio. ¿A quién en su sano juicio le gustaría comer eso en una ciudad igual de fría y agria como Wintercold?
Pero lo vergonzoso fue el infierno color rojo que dejaba en el inodoro cada vez que le dolía el estómago y una terrible diarrea lo dejaba pálido. Aion había tenido que ir por mucho más papel sanitario que el que podían usar en un mes.
Sus ojos encontraron a Aion a través del espejo.
—Deberíamos salir. Juntos —le propuso mirándolo desde el reflejo, pero Aion siguió sin sacar la mirada de la revista.
—Solo estoy interesado en mujeres, Seb.
—No es cierto ¿acabas de hacer un chiste? —Sebastián ensanchó los ojos fingiendo sorpresa y sonrió—. Porque este debe ser el día más extraño de toda mi vida.
—«Pirqui isti dibi sir il díi mís ixtriñi di tidi mi vidi». —Aion lo imitó haciendo una mueca burlona que lo hizo sonreír todavía más.
—Lo escribiré en mi diario. «Querido diario, estoy feliz, mi amigo ya encontró el sentido del humor que había perdido hace ochenta años». —Sebastián advirtió cómo los labios de Aion amenazaban con tirar hacia arriba en una sonrisa que él reprimió con determinación. Y para ser honestos, ese era un concepto bastante nuevo para la cara de su compañero.
»Y entonces, eh… Mi taxi llega en quince minutos y yo, eh… ¿Me preguntaba si vas conmigo esta vez? Ya sabes, conocer a mi familia, a Owen. Pero antes tengo una reunión en…
—Tengo cosas que hacer —interrumpió Aion. Y aunque Sebastián no estaba sorprendido, no dejaba de sentirse decepcionado y herido cada vez.
—No me digas —declaró con sequedad—. Tienes que ir al centro a hacer vaya a saber Dios qué cosas. Que, por cierto, ¿vas a qué? ¿A comer? ¿Andar sin rumbo?
—Eso suena bien para mí…
—¿En serio? —preguntó Sebastián con sarcasmo, cruzándose de brazos. Aion pareció considerar la pregunta, y un instante luego se encogió de hombros, con los ojos puestos en la revista otra vez.
—Es un lindo día.
—Un lindo día, dices. —Sebastián soltó una risa aburrida—. A pesar de que está horrible, frío, nublado y gris.
Aion dio vuelta una página y no dijo nada por un buen rato hasta que se dignó a mirarlo a los ojos y dijo palabra por palabra:
—Me gusta así. Gris.
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El plan de Iván tenía sentido. Quitarle a Aion Samaras lo que él consideraba esencial para sobrevivir su día a día y así mantener al Sniper lejos de la superficie, podría estresarlo de forma tal, que se desataría su naturaleza asesina. Y como ya estaba «con la soga en el cuello», como había mencionado Eric, era fácil «patear la silla» donde el Aion Samaras sensato se mantenía equilibrado, y entonces devendría su destino fatal: el Sniper saldría a matar, y ellos lo atraparían, lo arrestarían y lo llevarían a prisión. Final feliz para todos. Y la silla, metafóricamente hablando, era su mejor y único amigo: Sebastián Blake.
Sebastián salió del taxi con un paraguas bajo el brazo; tenía cita en la delegación 107 para hablar sobre una oportunidad única que Eric e Iván iban a proponerle. Pero ella se había encerrado en su oficina, y yacía allí, jugando videojuegos porque no podía estar presente con los tres.
Su pie zarandeaba inquieto sobre el escritorio. Estaba ansiosa por saber cómo lo convencerían de que debía irse de Wintercold, dejando a Aion Samaras completamente solo, sin empleo, sin dinero y sin ayuda de ningún tipo.
La sola idea la hizo morderse el interior de la mejilla con culpa. Para cualquier persona común, sería devastador descubrir que lo poco que había logrado asimilar como una vida ordinaria de repente se desvanecía y se derrumbaba por completo.
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Editado: 06.09.2024