Los pecados de nuestras manos

Capítulo 3 Ep. 1 - "Repulsión"

La relación con Maga no fue siempre echarse flores el uno al otro mientras vivían juntos, pues Aion se encontraba en una frustrante contradicción día y noche. Agotaba todos sus esfuerzos en soportar el comportamiento errático de Maga, que no lo dejaba dormir, mientras pensaba en que la única manera de ayudarla era matándola, y descargaba esos deseos en otras personas que no eran ella para mantenerlos a raya.

Temía que no fuera así por mucho más tiempo.

Aunque ya se conocían por años y se habían mudado juntos hacía ya bastantes meses, Aion nunca se acostumbró a la enfermedad de Maga, y Maga nunca se acostumbró al trabajo retorcido de Aion.

—¿Por qué crees que seguimos juntos? —le preguntó ella una mañana, cuando lo vio regresar con el rostro salpicado en sangre, y Aion dio un profundo suspiro, guardando un cuchillo táctico mientras arrastraba los pies al baño y le contestó:

—Creo que seguimos juntos porque tenemos miedo de quedarnos solos.

Ese fue el principio del fin.

Estaba seguro de que la amaba. De otro modo, no veía por qué Maga seguía con vida y dormían aún en la misma cama, con las espaldas tocándose, cada uno perdido en sus universos particulares. Estaban rotos, pero aún se amaban.

Sin embargo, Aion ya no estaba siendo comprensivo cuando la veía lastimándose a sí misma y luego él tenía que limpiar sus desastres, cada día, mientras reía con sátira por toda esta situación. Él venía de desangrar a desconocidos en la calle, para luego llegar a casa a limpiar la sangre y curar las heridas de la persona que amaba, mientras pensaba que algo estaba mal. Sus manos no estaban hechas para curar.

Se preguntaba qué habría dicho su madre si lo veía haciendo tal cosa en ese entonces, o si se habría reído de él, y eso fue también uno de los factores por los que ya no estaba aguantando tanto: Maga le hacía pensar cada vez más en su madre, y en su mensaje.

«No la puedo lastimar. No puedo», pensó, mirándose en el espejo con una expresión sombría. Pero, ya cansado de aguantar que Maga no iba a mejorar nunca, resolvió que al menos podía dejar las cosas bien claras.

Aprovechó una noche cuando encontró a Maga en el piso del baño, haciéndose cortes en la longitud de sus brazos y la sangre corría por los azulejos blancos. Aion estaba afirmado contra el marco de la puerta, de brazos cruzados, observándola sin sentir ni una pizca de repulsión o, por el contrario, compasión por lo que ella se estaba haciendo.

Aguardó pacientemente hasta que Maga ya no podía alzar los brazos para seguir lastimándose, se acercó a pasos lentos, se afirmó en una rodilla de modo que quedaron enfrentados y tomó el objeto filoso de sus manos. Miró el bisturí con indiferencia y luego meció la cabeza, decepcionado.

—Maga, ¿qué haces? —preguntó con cansancio cuando la miró a los ojos. Ella apartó su mirada, y con esfuerzo se llevó ambos brazos al cuerpo para rodearse de una forma defensiva. No obstante, dado que él no tenía ganas de comenzar otra discusión con ella, guardó todas sus reprimendas y le habló con lentitud—. Esta no es una verdadera arma si quieres morir —dijo con naturalidad—. En cambio, esta sí es letal.

Aion sacó una daga de metal de unos quince centímetros de largo, con extraños dibujos tallados en el cabo, y la balanceó frente a ella estudiando su expresión facial con mucho detenimiento.

»Está hecha de bronce y zinc. Por los arabescos grabados en el cabo, puedo decir que data del siglo dieciocho. Pesa bastante, y eso le resta aerodinámica. Aun así… —Inhaló—. Es extremadamente filosa. La última vez que la usé, abrí a una drogadicta desde el esternón a la pelvis y evisceré lo que tenía debajo del abdomen. Algo asqueroso.

Ella tenía los ojos muy abiertos ahora, sin poder despegarlos del brillante filo de la cuchilla. Él sonrió de ella hacia la daga, y de regreso a ella con una diversión malévola y ahuecó sus mejillas con su mano libre para alzar un poco su rostro.

»Esa mujer repulsiva estaba tan drogada que empezó a gritar solo después de que vio sus propios órganos internos fuera de su cuerpo. No duró mucho, se desangró en veinte segundos —dijo Aion y se acercó al rostro de Maga—. Yo ya estaba caminando de regreso a casa, ayer por la noche.

Ensanchó su espeluznante sonrisa, tentado por la palpitante arteria carótida expuesta allí, pensó en lo fácil que sería por fin acabar con su triste, vacía y desperdiciada vida. Aion sostuvo su rostro con una mano firme y afirmó el filo de la daga contra su cuello, intentando no pensar mucho más en lo que deseaba en ese momento.

»¿Quieres morir? —susurró, muy cerca de su rostro, su aliento haciéndole cosquillas en los labios. Los ojos de Maga se llenaron de lágrimas cuando rompió a llorar en silencio, sin poder quitar sus ojos de los de él. Ella intentó sacudir la cabeza, pero Aion sostenía su rostro fijamente—. Quiero escucharlo —dijo en el mismo tono siniestro—. ¿Quieres morir?

Maga no respondió.

Aion Samaras presionó un poco más la daga contra su cuello, ansioso por saber qué figuras podían dibujar los chorros de sangre de ella como si los azulejos del baño fueran un enorme lienzo, y cortó con precisión quirúrgica la piel superficial hasta que un hilillo de sangre empezó a gotear. Ella cerró los ojos con fuerza y los abrió de nuevo.

—N-no —balbuceó, con la voz aguda y diminuta.




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