Los pecados de nuestras manos

Capítulo 3 Ep. 2 - "Resaca"

—Así que… ¿te fuiste a divertir y no me invitaste? —Dijo Sebastián a la mañana siguiente, sentado desde su cama—. Eso fue muy cruel y bajo.

—Ya te dije que nosotros dos tenemos un concepto distinto de diversión —gruñó Aion con la voz de lija sofocada y un dolor de cabeza insoportable.

El resplandor del sol le quemaba toda la cara y al abrir los ojos quedó tan ofuscado que se cubrió el rostro con la almohada negándose a enfrentar ese día a nada ni a nadie.

—No me dijiste a dónde ibas... —oyó a Sebastián aburrido.

—Como si te importara.

—Sabes, a diferencia de ti, la mayoría de las personas sienten algo que se llama empatía —empezó Sebastián—. Pero tal vez no sepas cómo funciona, así que deja que te lo explique.

—No necesitas explicar nada, Sebastián, sé lo que significa.

—La empatía es ponerse en el lugar del otro, pensar en cómo te sentirías en los zapatos de alguien más para poder demostrar apoyo o brindar ayuda —dijo su amigo de todos modos, haciéndolo entornar los ojos—. ¿Te suena? ¿Preocuparte por alguien más?

—No fastidies, Seb.

Aion lo espió por un pequeño agujero bajo las frazadas. Sebastián se puso de pie un momento y luego se acomodó en la silla junto a su escritorio, un poco más cerca. Parecía preocupado. Él se enderezó de inmediato, cosa que le hizo arrepentirse debido al mareo y el dolor palpitante en sus sienes.

—¿Por qué deberías preocuparte por mí? —Preguntó.

—Porque eres mi amigo. —Murmuró Sebastián cabeza gacha, tragando saliva repetidas veces y luego lo miró con una patética sonrisa—. No importa. Ya me tengo que ir.

—¿Te vas todo el fin de semana o vas al supermercado para reemplazar mi cepillo de dientes? —Aion intentó bromear para esfumar la tensión pero esta vez Sebastián no sonrió.

 —No, Aion. Me voy.

A él no le gustó para nada cómo dijo esas palabras. El cosquilleo en su espalda y las manos rodeando su cuello comenzaban a sofocarlo como cuando entraba en pánico.

—¿A qué te refieres con «me voy»? —Inquirió alarmado. Sebastián se limitó a bajar los hombros y dirigió su mirada hacia la puerta. Él solo siguió la línea de su visión y notó varias valijas acomodadas a la orilla del pasillo.

—¡Sebastián! —Se apresuró levantándose de la cama para enfrentar los ojos culpables de su compañero de renta—. ¿A dónde vas? ¿Por qué te vas? ¡Aún no ha terminado el año!

Su amigo parpadeó.

—Amigo, en serio no puedo dejar ir esta oportunidad. Voy a terminar mi carrera en Bennington para estar con mi hermano.

«Tu hermano —pensó él, mientras lo miraba con una seriedad funesta—. ¿Te quedarías aquí si me deshago de tu pequeño hermanito enfermo?»

Aion tembló ante aquel pensamiento. No por la naturaleza del mismo, sino por la posibilidad de ejecutarlo. ¿Podría él hacer eso? ¿Era rentable costearse un viaje a Bennington y mantener a Sebastián por seis meses más?  Al menos eso le daría tiempo para conseguir a un reemplazo…

—Pero no puedes irte —comentó mientras analizaba seriamente ese riesgo.

¿Qué contras tendría?: Tener que contener a un Sebastián devastado por la muerte de su hermano, una posible depresión post traumática, quizá quiera irse a lo de sus padres de todos modos para estar cerca de su familia…, sería un fracaso.

Pero era muy injusto. El dinero se había acabado y ahora, cuando lo necesitaba más que nunca, Sebastián le decía que se marchaba.

—Perdona, amigo. Es una decisión que sobrepasa mi voluntad —dijo Seb, afirmando sus manos sobre los hombros de Aion.

—Todavía no puedes irte, ¡tenemos un contrato! —Se quejó él haciendo que Seb plegara sus cejas.

—¿Eso es lo que te preocupa? Te digo que me voy, que tal vez no vuelva por un buen tiempo, ¿pero a ti solo te importa el contrato?

—¡Es que no entiendes!

—No, ya veo que no. —Sebastián se hizo a un costado, ofendido—. Y no te preocupes por el contrato, ya le pagué mi mitad del mes al contador —continuó, alzando todo con prisa mientras él lo seguía hasta la salida.

—¿Esta era tu sorpresa? ¿Dejarme solo?

—¡Es lo que querías! —Sebastián volteó en la acera y le gritó con cólera. Aion cerró la boca perplejo por su actitud. Era la primera vez que Sebastián le había gritado verdaderamente enojado. Por la calle se aproximaba un taxi que se detuvo justo frente a ellos y su voz tembló cuando le habló.

—Tú de mí no sabes nada —sentenció y vio por última vez a su amigo antes de cerrar de un portazo.

El estrépito solo intensificó la migraña en su coronilla y el mareo. Aion corrió descompuesto al baño sin llegar a tiempo y terminó vomitando en medio del pasillo, maldiciendo.

«Es por eso que no bebes», le habría dicho Sebastián, si no acabara de largarse, cosa que le hizo renegar con fastidio. ¿Cómo diablos pensaba que él podía pagar ese miserable lugar y las expensas solo? Todo se estaba yendo al mismísimo infierno.




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