Los pecados de nuestras manos

Capítulo 3 Ep. 5 - "Franco-tirador"

Caminó a casa con los ojos en el piso, pensando en Gris y en sus misteriosas apariciones y desapariciones hasta que alzó la vista y vio estacionado un coche frente a su apartamento.

—¿Algo más me podría pasar? —murmuró, dirigiéndose al contador que venía cada mes a cobrar la renta—. Señor Heisenberg.

Le dio un firme apretón de manos con una forzosa sonrisa.

—¿Cómo está, señor Samaras? —El señor Heisenberg sonrió de oreja a oreja, sabiendo que Aion odiaba esa formalidad.

—… Bien. —Suspiró, metiéndose las manos en los bolsillos con mucha incomodidad—. Escuche, sé que me he atrasado un poco con el pago, pero he estado aplicando solicitudes para un nuevo empleo y le pagaré tan pronto como tenga el dinero. En el hospital hubo un… Hum… ¿Cómo se dice?, un… ¿recorte de personal?… Y yo era de los nuevos, así que… ya sabe cómo es… —El señor Heisenberg escuchaba atentamente sin borrar su expresión alegre mientras asentía a todo lo que él chachareaba—… lo que sea, es decir, agarraré lo que sea, el primer trabajo que consiga, con tal de pagar mis deudas y estar al día…

—Ajá. —El hombre infló su pecho, miró a un lado, luego al otro y finalmente exhaló—. ¿No sabes nada?

—¿Qué… debería saber? —Aion frunció el ceño.

El señor Heisenberg sacó unos folios del asiento trasero de su coche, hojeó un par de papeles sueltos y se enderezó poniendo un par de lentes en el puente de su nariz mientras indagaba en ellos.

—El pago de tu renta ha sido adelantado por… —Estrechó los ojos al papel—. Doce meses.

Aion parpadeó inmóvil ante la pronunciación de aquellas palabras.

¿Qué? —jadeó alzando las cejas con la mirada fija en el viejo.

—Así es. —El señor Heisenberg sonrió solemne y le entregó el papel que Aion tomó con apuro, sus ojos merodearon los números y las cuentas todavía con escepticismo—. Recibí el pago por correo, billetes de cien nuevos más un plus por intereses. Tuve que comprobar que fueran reales —comentó limpiando sus anteojos—. Pensé que habías ganado la lotería —bromeó Heisenberg cubriéndose la boca con un pañuelo para reírse sin escupir saliva.

»Oh, casi me olvido. —El señor Heisenberg sacó su billetera y Aion por fin alzó la vista de los documentos—. Esto es lo que me adelantó Sebastián Blake, lo cual ya no es necesario así que…, cuatro, cinco… Así que vine a devolvérselo. ¿Serías tan amable? Gracias —terminó, extendiéndole en dinero el equivalente a medio mes de alquiler.

—Pero ¿quién le hizo el pago?

—Es lo que yo quisiera saber. No sé —dijo el señor Heisenberg meneando la cabeza—. Me llegó el pago con específicas instrucciones de cancelar un año de renta a tu nombre. Y, y, y… creo que nada más. ¡Ah, sí! La correspondencia me llegó desde Hyoga Village.

—Hyoga Village. —Aion presionó sus labios en una delgada línea, examinando el papel—. No había escuchado ese nombre en años.

—Bueno, ya está. Me tengo que ir. Necesito eso. —El señor Heisenberg señaló el papel.

—Gracias.

—Gracias a ti. —El hombre sonrió una vez más y guardó todo, extendiéndole una mano—. Supongo que nos veremos dentro de un año.

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—¡No! No, no, ¿por qué haces esto, Eric?

—¡No me grites si no quieres que te suspenda sin goce de sueldo!

Gris se detuvo detrás de la puerta escuchando con atención. No era normal que Eric discutiera con alguien. Y, a decir verdad, creía que el hombre había perdido la capacidad para hacerlo. Pero Iván estaba para demostrar que eso no era cierto. Eric continuó:

—¡Él sabe lo que hace, es mi amigo!

—¡No puedes…! —exclamó Iván flemático antes de hacer una pausa—. Te he dicho que no puedes confiar en él. ¡Es impredecible, tiene malas intenciones!

—¡Por Dios, Iván! ¡Conozco a Franco desde hace años!

—¿De quién hablan?

Gris entró con despreocupación y se acomodó en la silla mientras seguía escuchando la agitada reunión profesional que tenían sus jefes, sin ningún interés real por saber por qué se estaban alborotando. Eric dirigió su mirada a ella mientras Iván exhalaba cansado, yendo hacia la cafetera.

—Nuestro colega aquí —dijo, señalando a Iván—, está molesto porque llamé a un amigo que acaba de volver del exterior para que investigue sobre nuestro caso de la mujer muerta. Que, por cierto, en el reconocimiento la identificaron como Jeanine Benjamin.

—Ah. —Gris se reacomodó en la silla con mayor cautela—. ¿Y qué pasó?

—Mi contacto ya resolvió el caso —respondió Eric—. Atrapó a un agitador que era sospechoso de varios homicidios por armas de fuego, pero Iván cree que está equivocado.

—¡Es que sí lo está! —se quejó Iván—. A él no le importan tus casos, Eric. Él fue, miró aquí y allá, sacó unas conclusiones y lo resolvió en tres jodidos días. ¡Se supone que yo me encargaría de eso!

—Sí, pero estabas ¡ocupado! —contestó Eric alzando la voz. Iván jadeó crispado y restregó su cara con ambas manos. Luego se acercó con determinación a Eric y lo apuntó con el dedo.

—Ten cuidado con ese hombre. No confío en él, lo sabes.




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