Debía esconderse en un lugar el tiempo suficiente hasta que pudiera salir de nuevo. Mientras tanto, se maldecía por ser tan confiado, porque debió predecir que esto podía pasar. Pero tenía tantas ganas de hacerlo, que no pudo arrepentirse ni siquiera en ese momento.
Miró sobre su hombro al policía que había dejado herido en el suelo y continuó cabizbajo y con prisa, intentando pasar desapercibido lo más que podía, aunque era bastante difícil considerando cómo se veía. Todo en él gritaba «arréstenme», y rumió esos pensamientos con preocupación.
«Necesito un camino más oscuro…» deliberó, y, tan pronto como lo pensó, un envión invisible atravesó en su espalda, y su sombra larga desapareció.
Aion Samaras frenó su andar en seco, con la mirada fija en el suelo. Las alarmas de algunos coches comenzaron a activarse una a una y a la vez pareció algo que ocurría simultáneamente. Las lámparas públicas reventaban a medida que el impulso electromagnético se retiraba. Las pantallas digitales de publicidad mostraron una interferencia y luego se apagaron. Los altavoces de emergencia emprendieron a tronar en Wintercold, y Aion alzó la cabeza para descubrir que todo alrededor de él desaparecía bajo el manto de una profunda noche, en una onda expansiva con un radio de varios kilómetros de distancia.
Wintercold se sumergió en un apagón total.
Aion sonrió.
El silencio se transformó en caos. Perros callejeros aullaban asustados como si se tratase de un coro macabro, las escasas personas todavía en la calle encendieron las pantallas de sus celulares aun funcionales apresurando el paso. Algunas pocas gritaban llamando a sus hijos, sus esposas y sus amantes. Otros borrachos soltaban insultos, y los aburridos alumbraban con linternas desde sus puertas y ventanas. Pero él estaba muy quieto, en el refugio que le brindaba la completa oscuridad, su tan preciosa oscuridad nocturna que apañaba sus crímenes, le permitía salirse con la suya con bastante ventaja.
Aion empezó a correr sin parar.
«Tili tili bom… Aves nocturnas cantan…»
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Cuando llegó al acceso del puente más alto de Wintercold, el Mason Bridge, se permitió detenerse a pensar. Aion se aseguró de que no hubiera nadie alrededor. Avistó a dos helicópteros con sus reflectores enormes a una distancia considerable de donde estaba; aprovechó esto para desprender el rifle de su correa y se puso en cuclillas, empezando a desmontar las piezas más evidentes.
El aliento frío del viento le hizo cosquillas en el cuello cuando se quitó la chaqueta, y con ella formó una especie de bolso donde podía guardar los artefactos sin dañarlos.
Frenético todavía, le temblaban las manos y su espalda dolía donde el electrochoque le había dado. Sus sentidos eran agudos, pero no le ayudaban a concentrarse. Sentía sus músculos y nervios tirantes y adoloridos; sus muslos dolían por la carrera olímpica que había dado.
Chasqueó la lengua en disgusto. No había podido esconder su rifle en el gabinete secreto que había ocultado en el sótano del centro de rehabilitación, y ahora tenía que pensar en otro lugar donde pudiera guardarlo y regresar por él en otro momento.
—Las manos arriba —dijo una voz masculina que lo sobresaltó, y se llevó una mano al corazón cuando vio al policía frente a él que apuntaba una pistola a su cabeza. Aion abrió los ojos con pavor—. ¿Qué es eso? —preguntó el oficial novato, sin poder figurarse lo que él tenía envuelto en el piso—. ¡¿Qué es eso?! ¡Las manos en la cabeza! —le exigió esta vez más alterado, y él tenía miedo de que este estúpido policía le disparara por accidente.
Así que tragó saliva y obedeció. Alzó poco a poco sus manos mientras el policía encandilaba su rostro con una linterna temblorosa, y lo obligó a darse la vuelta para que pudiera esposar sus muñecas.
«Estúpido. ¡Estúpido! —se culpó a sí mismo—. Se acabó. Este es tu fin…» Aion cerró los ojos, mientras exhalaba resignado.
»Nombre completo —exigió el nervioso oficial mientras caminaba hacia él.
Aion estaba a punto de abrir la boca cuando un sonido de disparo detrás de él lo hizo estremecerse y apretó los ojos, esperando sentir el impacto y más dolor. No hubo nada.
Sus manos enguantadas y aun alzadas sobre su cabeza tiritaban, mientras él volteaba encogido hacia el policía, pensando que había disparado el arma por accidente y que había fallado. Ahora veía bien su cara. Aion reparó en que quizá no tenía más edad que él.
El oficial estaba en silencio, con la mandíbula floja y los ojos dilatados. Su mano retemblaba todavía alrededor del arma y dio dos pasos torpes hacia él, hasta que una mancha roja en el medio de su pecho comenzó a empapar su uniforme.
Cuando el chico cayó al suelo, alguien más detrás vestido de negro extendía una pistola Glock. Por su uniforme de Kevlar de asalto que cubría la totalidad de su cuerpo y las siglas de la UIC[1], supo que era de las fuerzas especiales. El agente lo miró fijo a los ojos, dando respiraciones tranquilas y sostenidas como si no acabara de asesinar a un policía a sangre fría.
—No tienes idea de lo que he pasado esta noche y de lo agotado que estoy por tu culpa —espetó el agente con la voz acusativa, actitud que Aion no comprendió. Él lo miró con la boca entreabierta y con dos grandes ojos asustados, esperando a que este sí lo matara, lo torturara, o cualquier cosa peor que eso. Pero el hombre solo se limitó a ojearlo y a suspirar con cansancio—. Vete —le dijo bruscamente, bajando su Glock, y Aion contuvo el aliento, sin poder procesar lo que acababa de decir—. ¡Anda, vete ya! Llévate tus cosas —insistió el hombre, mirándolo de arriba abajo con absoluta circunspección.
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Editado: 06.09.2024