Los pecados de nuestras manos

Capítulo 4 Ep. 1 - "Mantra"

Aion consiguió su primer trabajo como auxiliar en enfermería en Ravenville, después de ser dado de baja del colegio militar. Pero no sin antes haber obtenido su título intermedio como Técnico en Enfermería Militar, aunque su especialidad en aquel internado había sido los fusiles de largo alcance. Una historia aparte.

Había bajado sus maletas del coche que lo dejó en la puerta del hospital psiquiátrico, echó suspiros y empezó a caminar a la recepción. Después de firmar el contrato e instalarse en uno de los departamentos para nada acogedores que ofrecía el Estado para los enfermeros voluntarios, desempacó sus cosas y alguien golpeó a su puerta.

Una mujer poco agraciada, con una verruga justo en la punta de su nariz larga —su rostro le recordó los adornos de brujas de Halloween que su tía tenía en el sótano cuando vivía con ella en Saint Vincent—, lo miró con recelo y asintió hacia el pasillo para indicarle algo.

Aion asomó la cabeza por la puerta para ver a un ayudante muy delgado y pequeño cargar una maleta a duras penas.

—El taxista dijo que olvidaste esto en el maletero —declaró la mujer severamente y se rascó la verruga, cosa que lo hizo querer vomitar ahí mismo. Sin embargo, estaba bastante confundido como para no prestarle atención al equipaje que en ese momento le servía de silla al ayudante que aún jadeaba por aire.

—No es mía —contestó él, y vio al chico bajar los hombros mientras gemía un lamento.

—Dios mío, hombre, ¿sabes cuánto tiempo me llevó subir esto por la escalera? —se quejó.

—Lo siento —dijo Aion—, debieron preguntarme antes de traerme esto.

La mujer asintió de mala gana y suspiró con apatía mientras sacaba un portapapeles de su bolsillo.

—Aion Samaras, ¿no? —corroboró, hojeando con fastidio.

—Sí, soy yo, pero le digo que…

—Raúl, ¿serías tan amable de decirme qué dice la etiqueta de ese maletín, por favor? —preguntó con los dientes apretados.

—Hum, aquí dice… —Se levantó y miró la etiqueta—. Aion Samaras.

—Muchas gracias —sonrió la mujer en un gesto muy falso y volvió su mirada hacia Aion con las cejas alzadas.

Él pensó en ello un momento y luego echó un breve suspiro.

—Está bien. ¿Tengo que firmar algo o…?

—¿De qué me viste cara? —la mujer rezongó—. ¿De repartidora del servicio postal, muchacho?

El ayudante soltó una risa burlesca que escondió de inmediato en una tos.

—Claro, entiendo… —masculló Aion, mirando de ella a Raúl—. Gracias.

—Adiós. —La mujer asintió y soltó un gruñido, empezando a caminar por el corredor y llevándose a Raúl con ella.

Aion miró el maletín con desconfianza. Lo arrastró hacia adentro, pensando que sí estaba un poco pesado, pero no le dio muchos problemas. Lo subió a la cama y se alejó unos pasos, observándolo detenidamente. Ladeó la cabeza para leer las letras pequeñas de la etiqueta.

—«Aion Samaras, blablablá, Hospital Ravenville, RV» —Giró para leer en el otro costado— «Hyoga Village, WI»[1] —Inspiró aire con fuerza y miró al techo blanco sobre él—. Hyoga Village, lo recuerdo bien —se dijo en voz baja. La última vez que había oído de ese lugar fue momentos antes de que lo enviaran al colegio militar.

«¿Será la misma persona?», rumió para sus adentros, estudiando el maletín ahora un poco más de cerca. Deslizó sus manos sobre el material suave y limpio, dando pequeños golpecitos para adivinar qué podía ser, pero cansado de tanto suspenso, simplemente arrancó la etiqueta junto con el precinto y lo desbloqueó.

Le frunció el ceño a la gomaespuma negra aislante y luego sus ojos se ensancharon con sorpresa al abrirlo en su totalidad para descubrir un rifle nuevo. Quedó boquiabierto, con la mirada fija en el artefacto completamente negro.

Aparte del cuerpo desmontado del fusil semiautomático; había una mira telescópica, junto con media decena más de miras de marcas reconocidas de distintos zooms y objetivos. Numerosos cargadores, un supresor de sonido, un soporte con bípode, y un insólito reloj de muñeca que más tarde descubrió que funcionaba como lector digital de trayectoria y distancia. Estaba atónito.

Sus manos acariciaron cada pieza con fascinación y una ridícula expresión de incredulidad.

Tenía que probarlo. Si era pronto mucho mejor.

Aion pasó un buen rato sentado en el suelo frente al maletín abierto, con los codos apoyados en sus rodillas y sus labios contra sus manos entrelazadas, esperando que el objeto desapareciera. Porque la idea de tener uno de esos era bastante irreal para ser cierta, y más para un chico pobre que no tenía la posibilidad de conseguir el mejor y más exclusivo rifle que había salido al mercado, ni aunque había sido el mejor tirador de todo su pelotón. Sus ojos contemplaron con incansable deleite la pieza frente a él hasta que distinguió un pequeño pliegue que sobresalía a un costado, entre la gomaespuma y la caja del maletín.

Aion se inclinó y estiró la mano para sacar la tarjeta blanca que estaba allí. Se enderezó formándosele un pliegue entre sus cejas cuando leyó lo que decía:

Ellos no te merecen, pero tú mereces lo mejor de lo mejor.




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