Los pecados de nuestras manos

Capítulo 4 Ep. 5 - "Identidad"

—Oye, oye, espera. ¡Espérame! —Gris lo siguió con prisa, sus pasos cortos marcando el ritmo de sus pasos largos—. ¿Por qué te vas?

A Aion no le gustaba hacia dónde estaba yendo todo ese asunto del tirador. Nunca había tenido que lidiar con operativos, con investigaciones, ni agentes especiales, pero debió suponer que tarde o temprano iba a pasar y sentía que tenía una soga alrededor de la garganta que apretaba cada vez más y más.

—¡Déjame tranquilo!

Aion se apartó de ella porque era lo último con lo que quería lidiar.

«Ese agente —pensó—. ¿Un sabotaje interno?… ¿Para qué? ¿Para ayudarme solo a mí? No tiene sentido».

—Aion…

«Pero si alguien me ayudó solo a mí, es porque ese alguien sabe quién soy y lo que hago…» Aion frenó en seco y giró para ver a Gris con los ojos abiertos de par en par. «Alguien que me conoce muy bien» concluyó, sin poder quitarle los ojos de encima.

Un pensamiento que ya se tornaba antiguo cruzó su mente de nuevo: ella quería algo de él. Sabía muchas cosas y eso no podía ser bueno.

Se enfocó por tanto tiempo en Gris, que hizo que ella diera un sutil paso hacia atrás, incómoda por la forma en la que él la exterminaba con su incriminadora mirada.

—¿Qué pasa? —preguntó, y él se forzó a sí mismo a apartar sus ojos hacia las vidrieras de los negocios que los rodeaban.

—Nada —declaró con brusquedad—. Tengo que volver a casa.

—Vale, hoy has estado un poco raro.

—Quiero estar solo.

Aion emprendió su andar, pero Gris se adelantó y plantó sus pies frente a él con determinación, obligándolo a enfrentar su preocupada expresión.

—¿Fue por algo que dije?

—Claro que no.

—¿Por qué estás tan raro? —exigió Gris alzando un poco la voz.

—¿Acaso eres la única que puede fingir que nada está pasando? —arremetió molesto. Su declaración tomándola por sorpresa.

—¿De qué… coño estás hablando, Aion? —Gris frunció el ceño.

—El otro día después de la llamada que recibiste te quedaste en silencio y un rato después desapareciste —respondió él, sin saber por qué sacaba el tema ahora, pero ella se quedó aún más petrificada que los propios maniquís de las tiendas, y Aion contuvo una sarcástica risa por el pensamiento—. Y ahí lo estás haciendo de nuevo.

—Creí que estábamos pasando un buen rato.

—¿Y qué te hizo pensar que podías meterte en mi vida como si nada y pasar un buen rato conmigo?

—No fui yo quien aceptó de todos modos.

—Porque quieres algo de mí, Gris —admitió Aion al fin—. Nadie aparece de la nada y empieza a hablar con un tipo desconocido.

—Bueno, ¡perdóname por querer hacer amigos!

—¿Amigos? —Aion alzó las cejas—. Dios, estás más loca de lo que pensé —jadeó sacudiendo su cabeza. Prácticamente ella había elegido a la persona menos indicada para convertirse en su amigo.

—¿Qué… mierda pasa contigo?

—Dime qué es lo que quieres.

—No quiero nada de ti.

—¡Deja de mentir! ¿Quieres? Te he visto seguirme, desde que apareciste. Estás en todas partes, a cualquier hora… ¡Tienes mi maldito número, por Dios!

—¡Tal vez es porque me gustas! —gritó Gris.

Aion cerró su boca bruscamente, conteniendo el aliento un par de segundos.

«Me gustas» era algo que había oído un par de veces a lo largo de su vida. De personas confundidas, que él había conocido brevemente, pero había sido lo bastante inteligente como para apartarse de ellas. Pero esta vez sintió cosas distintas. Era distinto, viniendo de Gris Ledesma. Aion sonrió con lentitud mientras se cruzaba de brazos.

Atónito. Ese era el adjetivo perfecto para describir lo que estaba sintiendo. Su corazón golpeaba su pecho con violencia.

Exhaló aturdido por la emoción y se apartó de donde estaban parados para marcharse.

—Eres muy mala buscando excusas —dijo, negándose a aceptar lo que ella acababa de confesarle—. ¿No podías inventar una mejor mentira?

—¿Por qué lo dices?

Aion se detuvo y miró alrededor. Ahora tenía el corazón en la garganta. Apenas podía emitir las palabras sin que ella supiera lo afectado que estaba.

—N-No estás estudiando, no la carrera que yo hago. Y en realidad… dudo que estés haciendo algo aquí en absoluto además de seguirme a mí —expresó, volviendo sus ojos a ella—. Y no es porque yo te guste.

—¿Y tú qué sabes de mí?

—Me parece curioso, sabes, porque nadie aquí te conoce excepto yo —continuó él y su semblante era rígido, su voz grave y sus ojos llenos de sospecha.

—¡Ya te dije que aún no hago amigos! —insistió ella.

—Entonces dime de una vez por qué te interesaste en mí. Treinta mil estudiantes en ese Instituto. Dos millones y medio de personas en todo Wintercold, ¿y quieres que te crea que solo te encontraste conmigo?




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