Diecisiete de noviembre. Era el último día antes de las ferias universitarias de un mes y medio.
Aion se dio un largo baño que le había dado tiempo de pensar en todo lo que había transcurrido en los últimos meses, deseando que el agua caliente pudiera escurrir todos esos pensamientos negros fuera de su mente.
Su cumpleaños estaba cerca, él iría a ver a tía Helena y tal vez luego llamaría a Sebastián para ir a una larga caminata de dos días a las montañas del Arco Nevado, a trece kilómetros de Saint Vincent. Porque, ya que no tenía que pagar meses de alquiler ni los servicios básicos —algo que descubrió cuando fue a retirar las facturas de sus impuestos y estaban pagadas—, y Sebastián le seguiría dando la mitad de la renta, podía darse el lujo de tomarse unas inmerecidas vacaciones.
Probó usar ropa distinta. Vistió ese día con una fina camisa color vino, un par de jeans negros, un cinturón y zapatos de vestir. Todo era nuevo. Rastrilló su cabello hacia atrás con los dedos, descubriendo su frente y su rostro, y contempló su figura en el espejo sintiéndose un extraño en su propia piel. Tal vez eso era lo que necesitaba: enfrentar al mundo, con su cara descubierta, sin volver a agachar la cabeza nunca más.
Cuando se sintió un poco más cómodo consigo mismo, tomó su gabardina, su mochila, su billetera y caminó sin prisa hasta su salón.
Ese día todos habían llegado temprano. El cúmulo de personas dificultaba encontrar un sitio libre donde sentarse y pasó un buen rato escaneando el lugar, engañándose a sí mismo con la idea de que buscaba un asiento vacío, cuando en realidad la estaba buscando a ella.
Se movió con el flujo de la gente hasta encontrar un lugar más adelante, mirando el escritorio frente a él con enojo. Volteó para dar una última ojeada al salón. Gris no se dignó a aparecer, y que no lo hiciese le hizo dar rabia. Pero, peor que eso, ¿qué le diría a Maga estando allá, si era que ella tenía planeado regresar a España? Aion se frotó las manos y suspiró antes de presionar su cabeza contra el escritorio.
Odiaba a Gris Ledesma. Detestaba la manera en la que lo hacía pensar demasiado, odiaba sentirse ansioso y no poder hacer nada al respecto. Odiaba querer saberlo todo, pero al mismo tiempo, lo que Gris pudiera contarle sobre Maga le quitaba el aliento. ¿Le diría lo que le hizo o cómo había reaccionado? ¿Le mentiría a Maga? ¿Acaso seguía importando?
Cuando el profesor les deseó felices vacaciones, él le envió un mensaje de texto a su amigo y Sebastián ya lo estaba esperando en la entrada cuando Aion llegó a su apartamento. Llevaba la misma mochila negra que había traído consigo el primer día que Aion lo conoció y una maleta pequeña.
Sin frenar el paso, Aion amagó con un movimiento de cabeza a que lo siguiera adentro, y notó que Sebastián también había preparado una mochila para él junto a una maleta prestada. Él escaneó sus cosas mientras se sentaba en el sofá para tranquilizarse, y revisó su equipaje para ver que tuviera todo lo que necesitaba llevarse.
—¿Te puedes relajar un poco? Disney World no se irá a ninguna parte —bromeó Sebastián, a pesar de que su expresión le sugería a Aion que quería interrogarlo.
Bueno, no era necesario que lo hiciera, porque Aion tenía todas las intenciones de contarle lo que le estaba pasando con Gris. Nunca había necesitado de nadie más que de sí mismo para lidiar con toda su vida hasta ese momento. Pero tenía que sacarlo todo afuera, aunque fuera por desahogo, sin importar lo que Sebastián pensara luego. Tenía que confiar en él y sabía que estaba a punto de admitirle cosas de las que iba a arrepentirse después.
—Seb, eres mi mejor amigo —confesó Aion—. Tal vez… el único amigo que he tenido…
Sebastián se quedó en silencio por unos segundos, mirándolo como si no pudiera creer que él acabara de llamarlo su mejor amigo. Pero cuando curvó sus labios en una petulante sonrisita, Aion sintió un gran alivio. Sebastián tomó asiento en el sillón a su lado y afirmó sus codos en las rodillas.
—Te escucho —fue lo único que dijo.
Aion estaba asombrado por la manera en que Sebastián parecía entender todo sobre el procedimiento de… hablar. En cómo lograba con una o dos palabras tomar una situación incómoda y transformarla en un sitio mental reconfortante para que él se sintiera libre de hablar con honestidad.
Sebastián iba a ser un gran terapeuta.
Aion miró a un lado, apretando sus manos mientras tragaba saliva y empezó a contarle cuidadosamente todo lo que había pasado con Gris durante los últimos meses.
»Entonces —dijo Sebastián con una mano en el mentón—, tu exnovia envió a… ¿Gris? Okay, Gris… desde otro continente a que te vigilara todo este tiempo… ¿solo para fastidiarte?
—Eh…, sí. Supongo que puedes ponerlo así…
—Bueno, sabes que te respeto mucho, pero no es algo fácil de creer.
—Dios, ya lo sé, Sebastián, ¡ya lo sé! —profirió Aion llevándose las manos a la cara para borrar su gesto de frustración—. ¡Pero es la verdad! Yo tampoco podía creerlo, pero Gris sabe cosas de mí que nadie más sabe y solo Maga podría haberle contado todo eso. Y ahora que… Gris y yo peleamos… me preocupa que vaya con Maga o con alguien más y me meta en muchos problemas —dijo escogiendo cada palabra con cautela.
—Vaya… —Sebastián dio un pequeño silbido y pensó en sus palabras por unos segundos antes de ponerse de pie con una expresión conflictuada—. Es decir… ¡Guau, yo solo…! Acabo de darme cuenta de lo poco que te conozco.
#515 en Thriller
#345 en Detective
#264 en Novela negra
crimen, romance accion secretos, asesinatos violencia misterio
Editado: 06.09.2024