—¿M-mi… tío? —tartamudea Aion.
—Bueno, sí, algo así. Escucha, Sam, sé que esta no fue una bienvenida muy… tradicional, pero esta —dice el hombre extendiendo sus manos alrededor—, es tu casa ahora.
—¿Mi…?
—Bueno, no. No exactamente. Es mía, pero eres bienvenido en ella para estar todo el tiempo que quieras.
El sujeto sonríe con los ojos fijos en los suyos, esperando que él diga algo, pero la verdad es que está tan desconcertado que apenas le salen palabras. Aion alza la vista a los ventanales de la cochera y nota que ahora son tres los coches negros, todos de la misma marca alemana, y en el fondo el lugar se divide con puertas de vidrio hacia un sitio de estar. Todavía más allá, más ventanales de color chocolate que van del piso al techo los separan de un patio que no puede distinguir dónde termina. De repente hace mucho frío allí dentro, y se siente sucio y muy desubicado entre esas lustrosas paredes y brillantes pisos encerados.
—Yo no necesito hospedarme aquí —dice tajante, volviéndose hacia su tío y registrando con disimulo las formas más rápidas para salir de ahí.
El hombre lo mira con sorna, rodeándolo con un brazo para acercarlo un poco, y lo empuja lentamente hacia la puerta que los invita hacia el interior de la casa.
—Seguro que no, Sam. No necesitas ocultarte de la policía o de tu bonita, pero muy torpe e idealista amiga federal. —Aion frena el paso bruscamente, con la vista atónita en el impecable piso de cerámicos de ajedrez bajo sus pies—. ¿Qué? ¿No lo sabías? ¡Oh, no lo sabías! Pero qué inoportuno he sido. —Su tío exagera con un sarcasmo que hasta para él se le hace excesivo y cruel—. Te ofrezco mis más solemnes disculpas.
—¿Cómo está tan seguro de eso? —farfulla Aion con la boca seca, incapaz de digerir lo que acaba de escuchar de sus labios.
—Ah, pues, como te dije. Yo sé todo de ti. Yo te he protegido todos estos años.
—¿Protegerme…? ¿Por qué? —cuestiona él, alzando sus ojos anonadados—. ¿De qué?
El hombre frunce los labios acercándose lentamente.
—Porque yo he visto todo lo que has hecho, agóri. Soy como tu propio ángel guardián —susurra, poniendo sus dos manos en sus hombros. La severidad cruza su mirada similar—. Durante todos estos años, yo estaba justo detrás de ti… —El tipo no termina de hablar cuando Aion se lanza contra él para intentar golpearlo. Pero su tío esquiva su puño haciendo que su cuerpo se balancee hacia adelante, y Aion rueda recuperando el equilibrio en un instante.
»¿Qué intentas…? —empieza el hombre, cerrando su boca cuando lo ve sacar la daga que Aion sabe llevar consigo, y la hace bailar peligrosamente entre ellos con cada movimiento, aunque ninguna embestida lo alcanza.
El hombre lo toma por la muñeca y de una artimaña bloquea una puñalada que va directo a su abdomen. Luego retuerce su brazo de manera tal que el cuerpo de Aion da un giro completo antes de caer con todo su peso en el suelo, soltando la daga en el proceso. Apenas intenta levantarse cuando el hombre lo alza sin esfuerzo y lo lanza violentamente de espaldas contra una pared que le termina de sacar todo el aire de sus pulmones cuando impacta.
Aion cae de bruces contra el duro piso de nuevo y gruñe de dolor, llevándose una mano a su cabeza. Aprieta y abre los ojos una vez, pero todo da vueltas mientras oye un pitido en sus abombados oídos, a medida que se esfuerza por levantarse poco a poco.
Cuando la imagen de su tío cruzado de brazos frente a él es lo bastante clara, le hace frente otra vez con la conmoción que aún circula por sus venas, pero da golpes torpes, porque nunca ha tenido que pelear mano a mano y ahora el tipo, casi aburrido, lo toma del brazo torciéndoselo hacia la espalda, quedando justo detrás de él para envolver su brazo libre alrededor de su cuello.
»¿Crees que sabes pelear? Eso fue estúpido —le dice imperturbable al oído—. No quiero lastimarte, malakas, estamos del mismo lado.
—Lo…
—Perdona, ¿qué? ¿Qué dices? —El hombre aprieta más su brazo en su garganta—. No te escucho, ¿estabas diciendo algo?
—Lo siento —balbucea Aion desesperado por atrapar aire, sin ninguna oportunidad de zafarse.
—Sí, eso creo. Creo que lo vas a sentir. —Su tío le pone un pesado pie en la flexión de la pierna para someterlo, y una vez de rodillas tira de su pelo hacia atrás y luego hacia adelante. Aion gime de dolor y toda su cara besa el piso mientras sus pulmones imploran un poco de aire mientras el sujeto da pasos suaves para rodearlo, hasta que Aion tiene prácticamente su cara besándole sus costosos zapatos también.
»Como te dije. Yo solo intento protegerte —dice, sacando elegantemente un pañuelo del bolsillo de su saco para limpiarse las manos, y luego le echa un vistazo—. Aunque… No lo sé, sí, creo que es probable que tenga que golpearte para eso algunas veces.
El hombre ríe con un tono burlesco en lo que Aion trata de incorporarse, su nariz goteando mientras se sienta en el suelo y se lleva una mano a la cara que se empapa de sangre.
Son contadas las veces que ha sentido genuino dolor. Aion lame sus labios, humillado, resignándose a que este hombre no lo va a dejar ir mientras lo mira a los ojos con mucho resentimiento. Una cosa está clara: No va a acobardarse, ni dejar que nadie excepto él mismo, lo haga sangrar.
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Editado: 06.09.2024