Los pecados de nuestras manos

Capítulo 6 Ep. 3 - "Juegos de ajedrez"

Un escalofrío eriza su piel y la sensación del sudor helado relame su espalda. Aion voltea a observar de dónde proviene esa corriente de aire fría, pero todo en esa sólida casa con ventanas cerradas y persianas abajo parece herméticamente cerrado.

El lugar es silencioso y lóbrego, apenas asoman algunas figuras de luz desde los pasillos sobre la escalera que se divide en dos alas superiores. A su izquierda hay una sala que tiene tres elegantes sillones beige, dispuestos alrededor de una mesita de cristal que enfrentan un enorme televisor con la pantalla curva en la pared. Inmediatamente a su derecha está el comedor.

Las diez sillas y la mesa larga de madera roja, se disponen perfectas sobre una alfombra negra con diseños góticos en hilo plateado, y más allá hay más de esos ventanales color chocolate que parecen estar por toda la casa.

Es, dentro de todo, una casa normal, con muebles normales y antiguos. Las paredes pintadas de blanco están llenas de cuadros enmarcados en metal negro, cada uno tiene su propia lámpara pequeña para iluminarlos.

Aion atraviesa la sala y pasa por dos anchas puertas plegables que le dan la bienvenida a la cocina: una enorme sala totalmente equipada, como aquellas que aparecen en los programas de cocina de televisión. Detrás de una breve división de madera hay una galería de vinos y licores a la vista.

El piso es de un color negro brillante, al igual que las bajo—mesadas, las encimeras, la mayoría de electrodomésticos, y la isla central. Pero esta última está cubierta de mármol blanco en la parte superior.

Las luces blancas salen de pequeñas pantallas led circulares de vidrio, dispuestas geométricamente en un patrón hexagonal muy elegante que se extiende en todo el techo. Y a cada lado de la puerta principal hay unas pocas macetas con plantas extrañas que le parecen helechos. Esa es quizá, la única sala que parece de este milenio.

A su diestra, un pasillo angosto recubierto con más singulares pinturas y varias puertas cerradas, se abre al final en una sala de estar más pequeña con una mesa ratonera de vidrio y un sofá negro. Todo alrededor está cubierto de pilas de libros que no tienen lugar en los estantes, una gran puerta de vidrio de dos alas, separan la modesta biblioteca repleta de libros por doquier.

—¿Qué es este lugar? —pregunta Aion—. ¿Dónde estamos?

El hombre que lo observa de brazos cruzados, se pone a su lado mientras repasa todos esos estantes con los labios apretados.

—Son tus libros —dice con una sonrisa casi paternal en su rostro.

—Claro que no. Yo nunca he estado en este lugar.

—Sam… —suspira el hombre—. Es triste que no lo recuerdes.

Le pone una mano en su hombro para darle un ligero apretón y mira Aion como si aún estuviera buscando algo en su rostro.

—¿Cómo sé que de verdad usted es quien dice ser?

—Mírame a los ojos y dímelo tú mismo.

El hombre se acerca todo lo que su discreción se lo permite y mantiene su mirada fija en la suya. Que este sujeto actúe tan relajado y cómodo, en contraste con lo nervioso que él se siente, lo llena de angustia. Aion está muy confundido todavía, pero nota lo que su tío quiere que vea: tiene la misma mirada. El mismo color de ojos que él.

El tipo sonríe apartando la vista con sutileza.

»Sé que tu madre te dejó un legado del que te sientes responsable —dice, sentándose con gentileza en el filo de la cómoda detrás de él—, y tu padre te dejó un legadogeneroso, que todavía no puedes tener.

El corazón de Aion se acelera ante la mención de su padre.

—¿Mi padre?

—Sí. Tu padre, mi hermano —contesta el hombre mordiendo su labio inferior antes de seguir—. Y sí, está vivo. —Aion retrocede dos pasos antes de tropezar con el sillón que tiene detrás. En shock, tantea el reposabrazos y se afirma lentamente sin siquiera parpadear—. Sí, buena idea —dice el hombre sonriente. Una vez que Aion está sentado, se detiene un momento para mirarlo de arriba abajo antes de inspirar con fuerza y mirar a otro lado.

»Me llamo Ángel Gabriel Samaras, por si te lo estabas preguntando —continúa, seguido de un silencio que parece durar minutos hasta que se encoge de hombros—. Solo Gabriel está bien.

—¿Ángel Gabriel? —Aion se mofa—. ¿En serio?

—¡Oye! —Gabriel curva sus labios hacia arriba, fanfarroneando—. ¡Soy el mensajero que te trae las buenas nuevas!

—No me diga, ¿y cómo se llama él? ¿Miguel Ángel? ¿Rafael?

Su tío entorna una sonrisa temblorosa en sus labios, resistiéndose a las evidentes ganas de reírse hasta que no puede más y rompe en carcajadas.

—¡Ja! ¡Miguel Ángel, dices! —exclama, incapaz de contener una risa muy exagerada que lo hace echar su cabeza hacia atrás. Su cara se torna de un absurdo color rosa melocotón—. ¡No, no! ¡Se llama Víktor! —sigue cuando se apacigua un poco y se seca la esquina del ojo—. Víktor con K.

—Ah, Víktor con K. —Aion asiente con sátira—. Es un buen dato, me estaba muriendo de la intriga todos estos años. Pero ahora que puedo escribir su nombre apropiadamente, le enviaré todas las cartas del día del padre que guardé estos últimos veinte años. Ya sabe, por si algún día aparecía un anónimo tío, y me decía que mi papá sigue vivo y se llama Víktor, pero con K.




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