Los pecados de nuestras manos

Capítulo 6 Ep. 5 - "I.A."

Tiene una extraña sensación de incomodidad esa mañana. Aion se mueve bajo las suaves sábanas, la pulcra fragancia a ropa limpia invade su olfato y una completa oscuridad lo envuelve.

Enciende una pequeña lámpara sobre la mesita de luz y repara en las gruesas cortinas de un profundo color azul cobalto que caen de las barandillas de los ventanales, sin permitir que entre un rayo de luz a la habitación. Entonces se incorpora en la cama esperando oír algo, pero un extremo silencio le hace compañía.

Aion se levanta y tira de las pesadas cortinas de terciopelo solo para que su vista se estrelle contra unos vidrios negros que no dejan pasar la luz.

—No inventes. ¿Es otra de estas cosas tecnológicas? —cuestiona tirando la pregunta al aire.

El comando no es lo suficientemente comprensible —dice una voz que ocupa todo su espacio y él se ataja como si esperase sentir un impacto. Pronto recuerda a la mujer en el coche de su tío... ¿cómo le había dicho...?

—¿Pan... Pandora? —duda mirando arriba.

A su disposición. 

Él comienza a registrar todas las esquinas, las formas del cielorraso que zizaguean en el techo, la pared revestida de ladrillo a la vista con la maldita pintura de Pandora con su caja colgado en ella, y trata de averiguar de dónde es que proviene la voz.

«¿Cómo funciona esta casa?»

—¿Puedes… —Él titubea—. ¿Puedes hacer que entre luz a la habitación?

Enseguida —contesta la inteligencia artificial, y como si fuese magia las ventanas negras se iluminan con la luz del sol a medida que los rayos penetran el vidrio y lo vuelven más transparente.

—No me jodas… —musita, boquiabierto.

El comando no es lo suficientemente comprensible —vuelve a insistir la voz de la IA.

—Claro, lo siento —dice cabizbajo y se encierra en el baño. Inmediatamente después pliega el entrecejo.

«Le acabo de decir que lo lamento a un robot». 

Luego de darse una breve ducha se viste con unos joggers, una playera con cuello en V de color negro, un suéter del mismo color y baja descalzo a buscar a Gabriel.

Toda la casa está en penumbras excepto por las luces tenues de las escaleras. Él entra sigiloso a la cocina limpia y ordenada. Solo el diario de ese día descansa sobre una pequeña mesa redonda al lado de la ventana y el florero lleno de rosas y girasoles.

—¿Gabriel? —llama. No hay respuesta. Entonces mira las bombillas led apagadas del techo y sonríe—. Pandora, prende la luz.

La iluminación solo hace que aquella sala luzca mucho más asombrosa de lo que ya lo es. Aion exhala más relajado ahora. 

Vuelve a mirar hacia arriba y le ordena a la IA a que encienda la cafetera y la tostadora, luego toma leche de la heladera para calentarla, prepara un poco de jugo exprimido de naranjas y se sirve una porción del pastel de chocolate de bienvenida que su tío le preparó la noche anterior.

Cuando el café está listo, consigue una buena taza y la deja en el desayunador detrás de él mientras espera que estén listas las tostadas.

—Pandora, ¿Gabriel está en casa?

Positivo.

—Pandora, gracias.

Aion salta de un susto, al mismo tiempo que la tostadora hace saltar las tostadas, cuando una voz que no conoce le habla desde la entrada de la cocina.

—No es necesario que mire al techo... ni que le llame a su nombre o le dé las gracias —dice esta voz como un rayo, masculina, y él voltea para encontrarse con un viejo firme y derecho, bastante elegante, con poco cabello pero muy cano.

Aion lo mira arriba abajo con ojos bien abiertos por su semblante y por lo bien que viste. Ha cuidado que cada detalle en su indumentaria se vea perfecto. Su corazón empieza a latir fuerte y su piel cosquillea mientras se mantiene quieto.

—Con todo respeto, joven señor —añade el hombre inclinando su cabeza con reverencia.

—¿Quién es usted? —inquiere Aion hostil.

El hombre lo mira inmóvil sin siquiera parpadear hasta que Aion comienza a sentirse desnudo y acorralado como un perro callejero.

Pero luego el hombre baja la vista a algo que llama la atención en su suéter de algodón haciendo que Aion también observe el escudo bordado en él: un águila de ojos rubíes que sujeta una corona de laureles negros, en sus garras sostiene dos dagas y debajo del escudo dice Royal en hilo dorado.

No habría notado ese detalle si no fuera por este ser que, segundos después, reemplaza su rostro impávido con una mueca y un escalofrío estremece su cuerpo.

El gesto en ese hombre sonriendo le es muy familiar. Lo ha visto en algún lugar; pero no lo saca de dónde o cuándo o por qué. Y la alarma en su cabeza no le permite bajar la guardia mientras pone la mayor distancia posible entre el sujeto y él.

—Le sugiero que se tranquilice, joven Samaras —dice el hombre con enorme templanza justo cuando Gabriel aparece detrás de él, bostezando.




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