La desesperante y amarilla sonrisa de Eric era algo que Gabriel toleraba poco…
—¡Gabriel! ¡Hasta que por fin llegas, amigo!
Y no fue mejor cuando su amigo de casi toda la vida se acercó con los brazos abiertos, y el olor repugnante a colonia barata que emanó de su ser lo abrumó. Aun así, se las arregló para sonreír y fingir un abrazo acogedor.
—¡Oye! ¿Cómo estás, champ?[1]
Eric palmeó su espalda con fuerza, casi sacándole el aire de los pulmones. Pues comparándose con él, Gabriel seguía siendo pequeño para el gorila oscuro de un metro ochenta y seis que tenía en frente. Por alguna razón enigmática, necesitaba a Eric al menos a dos metros de distancia de él desde que se habían hecho amigos. Pues bien, eso no ha cambiado hasta el día de hoy.
Cuando Eric Ross voltea un momento para dirigirse a su escritorio, él aprovecha para acomodar su abrigo y se vuelca un poco del parfum de H. B. que suele traer consigo en un pequeñísimo frasco de vidrio.
—Todo es un perpetuo caos, lo normal —dice un Eric lánguido, que luce más reconocible ahora que el entusiasmo del momento se ha esfumado—. Wintercold está cada vez más hundido y cada vez hay menos de nosotros dispuestos a revertir la situación. Los homicidios se dispararon, los vagabundos se multiplican, pero hay un maníaco que disfruta aniquilarlos y podría ser cualquiera —resopla con pesadumbre—. Podría ser un perturbado con secuelas postguerra, podría ser tu padre, tu hermano, o tu hijo, si es que tuvieras alguno de esos…
Eric se encoge de hombros mientras Gabriel sonríe de brazos cruzados y dice:
—Hombre, te volverías loco allá afuera. —Eric menea la cabeza como estando de acuerdo con su comentario, y se pone de pie para servirse un vaso de whisky—. Sigues bebiendo, ¿eh?
—Bebería menos si me hicieras compañía —comenta su viejo y melancólico amigo sin darle importancia. Gabriel podría alarmarse por el hábito con el alcohol que tiene, pero anota mentalmente ese detalle para más tarde.
Tal vez su difunto padre, Lord Sage Samaras, tenía razón cuando le dijo que él era esta desquiciada y egoísta monstruosidad que no podía sentir nada, pero ahora da igual, porque no hay nadie de este lado del mundo con el poder o siquiera la osadía para decirle a Gabriel Samaras tan insultantes palabras. Gabriel nota con curiosidad cómo los labios de Eric se mueven como si estuvieran hablando, entonces sus sentidos se conectan nuevamente y suena una alerta en su cabeza:
«Eric te está hablando».
—¿Eh?
—Te pregunté en qué has andado últimamente —repite Eric.
—Reuniones clasificadas… —Gabriel infla su pecho y exhala antes de nombrarle algunos de sus numerosos trabajos—. Dirección de operaciones secretas… Por lo general operaciones negras, sistematización con SIG para misiones de búsqueda y rescate, tráfico de datos, seguimiento de contrabando entre criminales de guante blanco y todos esos asuntos de Inteligencia que odias.
—En resumen, has estado muy ocupado —señala Eric—. Sería una lástima que tu viejo y senil amigo te pidiera un poco de ayuda por aquí.
Gabriel estudia la oficina de su amigo y excompañero de armas con lástima. Hay pilas de fotocopias apiladas en una esquina llena de cajas roídas —la idea de que está inhalando mierda de ratas lo hace sentir asqueado—, los vasos descartables con restos de café —probablemente de otra persona— yacen desparramados por toda la mesa de atrás y el olor a tabaco está impregnado en las cuatro paredes. Comparado con una pocilga de cerdos, probablemente la pocilga sea más limpia.
—No creo que me hayas presentado una solicitud formal de quince páginas a mitad de una divertida excursión suicida solo para que yo venga a tomar café contigo, ¿verdad? —exagera, analizando seriamente si debería estar allí, respirando el desagradable tufillo de esa sala—. Porque sería muy decepcionante, amigo.
—Pues yo no te esperaba hasta dentro de una semana —dice Eric, que parece muy cómodo con su oficina así de abandonada—. Así que podemos ir a tomar un decepcionante café sin problema.
—Bueno, en realidad volví hace un par de días, pero tenía que hacer unas cuantas cosas antes de pasar por acá.
—¿Más importante que venir a ver a tu amigo de toda la vida?
—Sabes que soy un hombre ocupado, pero eso no me impide venir a verte. —Gabriel se arremanga el pantalón para sentarse en la única silla disponible que hay, soltando un gruñido de satisfacción cuando toma asiento—. Bueno, ya estoy acá. Así que ya suéltalo. ¿Qué te angustia tanto como para que necesites mi ayuda exclusiva?
—Todos los casos son un dolor constante en el culo —rezonga Eric—, especialmente desde que Gris quiso retomar el del Sniper.
—Ah. —«Así que es eso», Gabriel confirma sus sospechas. No es como si Gris hubiera estado ocupada haciendo otra cosa más que fastidiar a Aion—. ¿Y quieres… que trabaje en ese caso, contigo? —pregunta cuidadosamente, puesto que tendría una gran ventaja si trabajara directamente con ellos. Gabriel aguarda expectante mientras sostiene la mirada quieta de Eric, como dudando, hasta que el hombre suelta un resoplido risueño y sacude la cabeza.
—No, no puedo —le responde, cosa que lo decepciona mucho—. Te llamé para esto, pero no puedo involucrarte. Lo lamento. Es mi responsabilidad.
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Editado: 06.09.2024