Los pecados de nuestras manos

Capítulo 8 Ep. 1 - "Fuerza bruta"

⚠️ DESCRIPCIONES SENSIBLES

 

Son contados los lugares favoritos de Aion en Wintercold. Pero esa vista hacia las aguas plateadas del río desde el antiguo puente ferroviario que conecta Ravenville con Wintercold, es lo mejor que ha contemplado hasta ahora.

Aion mira hacia abajo, entre las traviesas de madera de los rieles, recordando lo que le dijo Gabriel el día de su cumpleaños, y se echa a andar hacia donde dejó al pobre demonio desvanecido con el que tropezó más temprano.

Su tío había conducido en una camioneta hasta la calle de tierra debajo del puente donde ahora está caminando, para darle el regalo que había prometido. Pero se llevó una gran sorpresa cuando Gabriel le extendió un ordinario cerillo.

—¿Qué se supone que haga con eso? —Señaló el cerillo que sostenía Gabriel con dos dedos.

—Esto —dijo su tío—, esto es iluminación. Y no estoy hablando solo del fuego.

—¿Este es el presente que ibas a darme?

—Es más que eso —contestó, girando la cabeza para mirar a los cuerpos humanos que yacían ahí abajo. Aion también los miró. 

—¿Están muertos?

—Lo estarán. —Gabriel sonrió cuando volvió a mirarlo—. Habla despacio, o despertarán.

Aion no sabía el motivo por el que habían hecho semejante viaje hasta ahí, y miraba el cerillo ahora en sus dedos con el entrecejo plegado, pero bastaron unos pocos segundos para que empezara a conectar las ideas.

—Lo que haces es hermoso, agapité* —Gabriel susurró tomando unos lienzos de plástico que ponía con entusiasmo sobre la hilera de vagabundos dormidos. Algunos de ellos todavía sostenían botellas de alcohol en sus manos—. La cuestión es que has sido muy sutil y ordenado hasta ahora, Sam. Eso está bien, pero a veces, es bueno crear un poco de caos. ¿Recuerdas los explosivos que dejamos activados hace un tiempo en ese viejo edificio?

—Sí… —murmuró él, observándolo.

—Era veneno —jadeó su tío entre risas—. ¿Alguien se enteró? No. Veintisiete muertos pudriéndose ahí dentro. ¿Te enteraste de eso? Veintisiete —enfatizó Gabriel, y un sudor frío recorrió la espalda de Aion—. Y miles de ratas, y cucarachas, pero eso es daño colateral. Para cuando descubran eso, no sabrán qué los mató. Dante preparó las bombas de veneno. Tú y yo las activamos. Fue un trabajo en equipo. 

El sudor se arrastraba en la frente de Gabriel mientras este asentía feliz con el trabajo que había hecho. 

—El popular accidente que causó el incendio en tu Instituto fue lo mismo. Dante se aseguró de que las cisternas de gas estuvieran en malas condiciones, que las cámaras y los dispersores de agua contra incendios fallaran, y que no hubiera alarmas, matafuegos, ni salidas de emergencia. Le llevó una noche entera —murmuró, como orgulloso de eso—. Yo hice que el caos ocurriera. Pero tú —, le señaló con su índice—. Tú te encargaste de que toditos y cada uno de los que estaban ahí ese día estuvieran muertos. —Sonrió—. Tú terminaste el proyecto, tú lo mataste. ¿Fue trabajo en equipo? Yo creo que sí. Son crímenes organizadamente desorganizados. Y ahora…

Gabriel se aproximó y con ambas manos abrazó la de Aion que sujetaba el cerillo.

—Esto es exactamente lo mismo. Dante los bañó con gasolina y consiguió el plástico. Les trajo alcohol, comida y drogas; pero principalmente alcohol, para que se cocinen como un pavo de Navidad. —Se rió con malicia—. Solo faltas tú. Tu toque final. 

Aion miró el cerillo, y apartó la mirada hacia los vagos que dormían sin enterarse de nada, envueltos en sábanas de plástico. Mientras reflexionaba en todo lo que su tío decía.

—No pueden morir así —dijo con sequedad—. Tengo que darles una muerte rápida, sin dolor.

—No entiendes nada, ¿verdad? —dijo Gabriel exasperado y lo rodeó afirmando una mano en su hombro—. Tus actos rápidos y sin compromiso no reflejan más que tu ignorancia y la ausencia de un mentor que te explicara cómo es esto en realidad. 

—¿De qué hablas? —inquirió él, ahora más nervioso—. No quiero hacer sufrir a las personas más de lo que ya lo hacen. Debe ser pacífico. ¡Terminar con ellos así es cruel! Es…

—Es justo ahí donde te equivocas —le interrumpió Gabriel—. Ellos deben sentir dolor, mucho dolor —murmuró con un rostro sepulcral—. Es el mayor acto de purificación del alma. Un recordatorio de que el infierno existe justo antes de morir. —Su tío presionó un poco más su mano—. Una razón para que se sientan arrepentidos de desear la muerte. Te elevará aún más, ¿no lo entiendes? Cuando estén muertos, sabrán que los libraste de un maldito infierno. 

El vapor del aliento de Gabriel hizo dibujos en el aire. Aion mantuvo su mirada en él y lentamente volteó hacia ellos.

—Tienes razón —dijo, presionando el cerillo. «Si esto es lo que quieres... esto es lo que tendrás»—. Por el dolor.

Gabriel ensanchó su macabra sonrisa, orgulloso.

—Por el dolor.

Aion encendió el cerillo con su propia uña, y lo dejó caer a un lado. Todo sucedió en cámara lenta y a la vez demasiado rápido. El hilo de fuego se convirtió en una ráfaga caliente que serpenteó hasta los pobres diablos que descansaban debajo del puente.




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