Los pecados de nuestras manos

Capítulo 8 Ep. 3 - "Asesino a sueldo"

—Estoy listo —dice a través del micrófono de su auricular.

«Maldita sea».

Realmente está siendo un sábado horrible. El Sniper reniega para sí mismo mientras camina con prisa y determinación por un largo y estrecho pasillo, a punto de irrumpir en el piso de algún político de segunda porque Gabriel así se lo pidió.

Y a medida que llega a su destino, piensa en que después de esto ya no será el mismo Aion Samaras que siempre ha sido, sino esta especie de asesino por contrato en lo que su tío le ha convertido.

Toda la preparación física y las tácticas que Gabriel le está instruyendo no son solo por las dudas, pero eso es algo que había asumido desde la primera vez que comenzó a entrenar con él.

«Solo será una vez», se alienta, tratando de convencerse a sí mismo de que así será. Y es que Gabriel había regresado de la Delegación 107 dando portazos y maldiciendo a los cuatro vientos, con un detallado informe forense en sus manos.

A él le pareció de muy mal gusto que su tío le recordara lo que había hecho con ese sujeto la noche anterior mientras desayunaba.

«Cuatro policías casi vomitan en la escena, dos de ellos se descompensaron. Y quedé yo, con unos cuantos bisturíes tirados en el piso, y un cadáver víctima de una tortura que no se me habría ocurrido ni en mis peores pesadillas. Fue repugnante —espetó Gabriel con seriedad—. ¿Y te quejas de que te muestre lo que hiciste mientras estás desayunando?»

Era natural que su tío se enojase cuando él había roto todas sus reglas. Pero si había algo que podía hacer para enmendar su «error», a eso iba justamente en ese momento.

—Estoy listo —repite Aion con su espalda pegada a la pared, aguardando instrucciones...

Bien, ¿puedes entrar? —dice Gabriel por el auricular y Aion ingresa sigilosamente al sitio, barriendo toda el área en busca del sujeto que debe encontrar, como le ha enseñado.

—Nada aquí.

La habitación.

—Entendido.

A punta de pistola, el Sniper empuja con un pie la puerta entreabierta del cuarto, hallando nada más que un traje de oficina arrugado sobre la cama y un gran televisor encendido. Ansioso, escanea cada rincón de ese insípido cuarto hasta que la puerta del baño se abre iluminando el lugar.

El hombre que sale con una bata azul, repara en él con una mirada casi desdeñosa a pesar de que él le apunta con un arma.

—¿Quién eres? —dice con voz áspera. Y el Sniper no duda en quitarle el seguro a la pistola mientras intercambian un par de palabras.

—No debería preocuparte quién soy sino lo que voy a hacer —, amenaza, pero la dura expresión del hombre no cambia ni una pizca. Este hombre parece acostumbrado a este tipo de situación.

—¿Y qué viniste a hacer, espectro? —pregunta con soberbia en sus ojos que son de un color verde agua y un leve tinte de exasperación en su voz.

—Gabriel me mandó.

—¿Gabriel? —el hombre titubea con cierta sorpresa que reprime de inmediato, reemplazándola con una mueca de escepticismo y burla—. Ya se estaba tardando. ¿Y dónde está él?

—En este momento no es de tu incumbencia.

—¿No es de mi incumbencia? ¿ Y tú quién te crees que eres?

Aion ladea la cabeza.

—Últimamente todos me preguntan lo mismo —contesta el Sniper y oye la ansiosa voz de su tío por el auricular:

¿Por qué te demoras? Hazlo. Ahora.

—Espera —dice el hombre—. Yo te conozco.

Aquellas tres palabras provocan que sujete el arma con más ímpetu y el cosquilleo frío en su piel le hace vacilar acerca de lo que vino a hacer.

—Eso también me lo dicen mucho últimamente.

—Dime tu nombre —exige el sujeto con una mirada dura, haciéndole fruncir el ceño. Este hombre está acostumbrado a mandar. La forma en la que controla la situación le hace sentir que es él quien tiene la ventaja a pesar de que Aion es el que está apuntándole con un arma.

La mirada del hombre se ensombrece con una emoción lóbrega.

—Que me des tu nombre, espectro.

Aion vuelve a dudar. Esto no está bien. Nunca lo ha hecho de esta manera, y no conoce a este hombre como para saber por qué tiene que morir. Pero las palabras de Gabriel más temprano fueron claras: «Si puedes torturar a un miserable demonio sin parpadear un ojo, entonces también puedes hacer esto».

Sin embargo no es lo mismo, porque el sujeto al que mató era un violador, uno que estaba en el lugar menos indicado, acosando a la persona equivocada, pero obviamente Gabriel no sabe eso. Así que sus opciones ahora son mantener la calma, y repetir mentalmente que hará esto solo una vez.

—Bien, si tanto quieres saber quién estará contigo por el resto de tu vida, te lo diré —dice con cierto hastío—. Me llamo Aion Samaras. Recuérdalo.

El hombre estrecha los ojos, suspicaz.

—¿Aion Samaras? —jadea con un deje de incredulidad y da pequeños pasos hacia él, a la vez que éste retrocede—. Ah. Ahora entiendo.




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