—Estás muy serio —dice Gabriel cuando Aion sube al coche—. ¿Siempre eres así?
—Solo estoy agotado.
—Bueno, nos merecemos un buen descanso.
—¿Por qué querías que me encargara de ese hombre?
Gabriel aprieta las manos en el volante.
—Es una larga historia —responde—. Algún día te la contaré.
—¿Por qué no ahora?
—Porque todavía hay algo muy importante que tenemos que hacer.
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Iván sigue su coche de cerca, a unos trescientos metros de distancia así Gabriel no advierte su presencia. Su rostro es una lápida, pero su corazón late con fuerza. Lo mejor es que mantenga la calma. Aunque desea con todas sus fuerzas que sus sospechas sean ciertas, tiene un profundo temor de lo que pueda pasar cuando lo enfrente. Cuando los enfrente a los dos. Pero por el momento, solo los está siguiendo.
Gabriel maneja con tranquilidad mientras él trata de averiguar hacia dónde se dirige, hasta que su coche dobla en una calle poco transitada hacia el sur.
Iván sonríe. Ese patrón de viaje es predecible gracias al rastreador que instaló antes. Sin embargo, perseguirlo en una calle prácticamente desolada no es un buen plan de emboscada, así que un poco más allá los detendrá. Solo tiene que esperar un poco más…
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—Sam… —insiste Gabriel. La conversación entre ellos se estaba acalorando—. Las opciones que tenemos son cada vez más peligrosas y se nos acaba el tiempo.
—¡Pero es una locura! ¿Arriesgarme a hacer eso solo porque crees que saben sobre nosotros?
—No lo creo. Lo sé. —Gabriel dirige la mirada hacia el espejo retrovisor.
—¿Qué? —Aion imita a su tío y observa con cautela, percatándose del vehículo que les está siguiendo.
—Regla número cinco —dice Gabriel y Aion vuelve a mirar a su tío—: nunca bajes la guardia. Saber exactamente dónde estás parado y quiénes te rodean tiene que volverse un instinto. —Las luces azules y rojas de la patrulla los obliga a detenerse y Gabriel mira fijamente a Aion mientras desbloquea el seguro de su arma—. No te muevas.
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Iván obliga al otro vehículo a aparcar en la orilla y comprueba que su arma está cargada antes de salir de su coche, empezando a acercarse. Pero cuando la puerta del conductor se abre, su instinto de lucha y huida se dispara, obligándolo a actuar con rapidez.
—¡¿Qué haces?, detente ahora mismo! —le grita con el arma apuntándolo. El otro hombre se queda parado junto a la puerta y alza ambas manos—. ¡De rodillas, ahora! —ladra Iván. Sus pensamientos van a cien kilómetros por hora, pero él da un paso a la vez, y sonríe triunfal cuando reconoce el coche de Gabriel.
»¡Qué bueno! ¡Qué bueno que te encuentro, infeliz! —exclama el policía hasta rodearlo y alumbrarlo directo al rostro con una linterna, pero se le desfigura la cara cuando ve al hombre anciano directo a los ojos.
—¿Qué…? —jadea con asombro.
—Solo pasé una luz amarilla, oficial. ¿Va a arrestarme por eso?
—¿Quién eres? —brama Iván con furia. Sus ojos se dirigen al coche y de vuelta al viejo. Está seguro de que no se ha equivocado—. ¡¿Quién mierda eres?!
El hombre cubierto de negro, sonríe.
—Tranquilícese, oficial. Me llamo Dante Ziegel.
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Aion mira el oscuro camino que tiene por delante y oye con atención a Gabriel hablando con el oficial afuera del auto. Y aunque ahí dentro no hace frío, sus manos se sienten entumecidas, el sudor helado recorre su nuca mientras intenta comprender la naturaleza del hundimiento que siente en su pecho.
Ha sido un día espantoso. Lo único que desea es llegar a casa y olvidarse de todo; sin embargo, no puede tranquilizarse y pretender que no está ocurriendo nada.
—Estamos haciendo controles en Wintercold. Órdenes de arriba —dice el oficial que les obligó a aparcar a un lado de la calle.
—¿Órdenes de arriba? —cuestiona Gabriel en un tono condescendiente.
—Un dependiente, el señor Prado, ordenó la detención de un muchacho —contesta el policía—. Un tal Aion Samaras. ¿Le suena?
Aion aprieta sus manos contra el cinturón de seguridad. Su corazón comienza a palpitar con violencia ante aquellas palabras y traga saliva, mientras ve por el retrovisor al hombre extendiéndole una tableta digital a Gabriel. Desde el auto, Aion alcanza a distinguir claramente una foto de su cara en ella, y no puede evitar hundirse en su asiento aún más.
—No, para nada —declara Gabriel de una manera casual y aburrida—: ¿De qué se trata?
El oficial suspira largamente y recibe el dispositivo digital de vuelta cuando Gabriel se lo extiende.
—Iván Prado lo llamó el «Sniper». La noticia se difundió en la radio hace unos minutos. Parece que hay evidencias de que este chico está involucrado con muchas muertes aquí —explica el policía—. Nos pidieron que hagamos correr el dato. Creo que el señor Prado atrapó al pez más gordo de Wintercold. —dice, dejando salir una breve risa—. Prado indicó que podría viajar en un vehículo como este. Dígame, ¿usted es…?
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Editado: 06.09.2024