Los pecados de nuestras manos

Capítulo 9 Ep. 5 - "Criminal"

El nuevo boletín anual con el recorte de presupuestos que el gobierno le envió yace frente a sus ojos, mientras Eric presiona sus labios. El dolor de cabeza ya es una constante diaria, su estómago arde y duele como si sus propios ácidos estuviesen desintegrándolo desde dentro. El picor de su garganta y los mareos junto a la tos sanguinolenta, ahora son síntomas crónicos con los que deberá lidiar por un largo tiempo, a medida que el tratamiento para su enfermedad progresa.

Y a todo eso, se le suma que Gris a veces habla con él, otras ni se asoma por la Delegación; e Iván no se dignó a aparecer por lo que quedó del año e ignora todas sus llamadas últimamente. Eric inspira con pesadumbre. Ya no puede recordar la última vez que habló con él, pero entiende si sigue enojado. Sin embargo, no puede abandonar así como así el trabajo. Él hace una llamada y pide un telegrama para notificarle a Prado que reporte su estatus, es decir, si ha tomado vacaciones o si está enfermo; o de lo contrario él tendrá que suspenderlo por incumplimiento del deber.

Cuando Eric termina, se dirige a la oficina de Iván con el formulario en la mano. Enciende la luz y ve sobre el escritorio el GPS destruido con el que Iván había rastreado a Gabriel semanas atrás, dos fotografías de identificación impresas en unas láminas de papel muy finas, y un montón de reportes de trabajo sin hacer.

Eric Ross cierra la puerta y deja el telegrama sobre el escritorio un momento para mirar los documentos de Iván. El primero es el infame expediente 220.4.80 que él ya conoce como el padrenuestro, y debajo de este yace abierto un expediente nuevo:

243.3.87 <GABRIEL SAMARAS>

Eric le frunce el ceño al archivo, confundido al leer aquel nombre, y hojea el expediente: una recopilación de Iván donde reporta todo lo que ha dedicado a investigar sobre el tema. Y mientras lee aquí y allá las teorías de que Gabriel Franco es en realidad este sujeto, pequeñas memorias pinchan su mente.

«No confío en él. Creo que está ayudando a ese criminal», frases dispersas de discusiones que tuvo con Iván resuenan en su cabeza a medida que lee. Con sus cejas plegadas y sus labios entreabiertos, Eric pone la vista en las dos fotografías impresas a un costado. Una es de Gabriel y la otra es de Aion Samaras.

Dudando, Eric las alza a contraluz de la bombilla y lentamente las superpone una sobre otra, como si esto indicara de manera indiscutible que estos dos son parte de un mismo clan familiar. La complexión facial es similar, sin duda; la forma de la boca y el mentón se asemeja bastante. Pero lo más notable es que sus ojos son idénticos. Incluso la mirada, parece similar.

Eric exhala con pesadumbre y abandona las fotografías de nuevo en el escritorio de Iván mientras sucesos siguen allanando sus pensamientos.

«Voy a seguir a Gabriel también», había sido una de las últimas cosas que Iván Prado dijo antes de desaparecer. El sudor helado comienza a perlar su frente con pequeñas gotitas que cosquillean entre sus prominentes cejas. El calor estomacal cobra fuerza y el picor de su garganta se intensifica. La tos flemática se transforma en una tos convulsiva, y ya siente la sangre y el ácido subiendo por su esófago y humedeciendo sus labios.

Eric tose con frenesí, cubriéndose con un pañuelo hasta que oye a alguien detrás abriendo de un portazo.

—Dios mío, ¡Gris! —exclama al voltear. Ella lo mira a los ojos, y luego hacia el pañuelo manchado con rojo que él esconde de su vista.

—Lo siento —dice, cerrando la puerta tras ella—. ¿Cómo estás, pa?

—Un poco mejor que ayer —Eric miente descaradamente y hace un ademán despreocupado mientras aclara su garganta—. ¿Qué necesitas?

—Quería… preguntarte algunas cosas sobre Gabriel.

—¿Gabriel? —inquiere Eric mientras acomoda las cosas de Iván justo como estaban—. ¿Qué quieres saber de él?

—¿Tiene familia?

Su mirada va de manera automática hacia las fotografías.

—No.

—¿Hijos?

—No. ¿Por qué tanta curiosidad por él de repente? —pregunta Eric, estrechando los ojos hacia ella con exasperación.

—Creo que tiene algo que ver con…

—No puede ser. ¿Iván te metió esas ideas en la cabeza a ti también?

—Claro que no, papá, no es eso, es que él… me pidió que investigara un poco porque no…

—No confía en él, lo sé —termina Eric por ella. Y al notar su propio enfado, ablanda un poco el gesto—. Hija, si supiera que Gabriel está involucrado en esto, yo lo sabría. Créeme. No sé por qué Iván sacó estas conclusiones absurdas y no sé por qué te pidió que averiguaras todo esto. Pero si de algo estoy seguro, es que mi mejor amigo no es un criminal —enfatiza esto último alzando la voz, como si eso lo pudiera convencer a él también de que es una locura imaginar eso, pero advierte la duda y contradicción en el rostro de su hija.

—Sebastián Blake pensaba lo mismo de su mejor amigo, y mira lo que pasó —dice Gris, con un leve titubeo en su voz—. ¿Qué te deja exento de que con Gabriel no te pase lo mismo?

Aquellas palabras atraviesan su corazón con un profundo malestar.

—No tiene sentido —declara Eric Ross. ¿Que su mejor amigo sea un traidor? No tiene lógica. Él niega y reniega con la cabeza mientras su mente ya está empezando a pedirle algo que detenga ese malestar: alcohol.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.