Los pecados de nuestras manos

Capítulo 10 Ep. 1 - "Cementerio"

Las luces radiantes se abren paso en la oscuridad del camino al acercarse a ella. El motor del auto que divisa a lo lejos suelta un suave ronroneo que se intensifica un momento, y luego vuelve a atenuarse cuando el vehículo se detiene a varios metros más allá de la entrada.

Gris pliega el entrecejo al ver al hombre que baja usando traje, con el cabello completamente cano y luego este, sin siquiera dirigirle la mirada un momento, rodea el coche para abrir la puerta contigua.

El familiar rostro tampoco se enfoca en ella. Aion Samaras sale con una expresión retraída y llena de repugnancia. Una repugnancia, piensa Gris, que oculta algo más: ansiedad, quizá. Aion espera a que el coche dé la vuelta y se marche antes de avanzar a pasos lentos hacia ella, escaneando el sitio en busca de potenciales peligros y salidas rápidas por las que pueda huir en caso de que esto sea una trampa.

No es la primera vez que Aion Samaras actúa así cuando está alrededor de ella. Desde que las máscaras entre ellos se cayeron, siempre está en guardia, buscando indicios que le digan si ella lo va a traicionar.

Su corazón se agita ante aquel pensamiento.

—¿Aún no confías en mí? —pregunta inquieta.

—Ni siquiera confío en mis propias decisiones, ellas me trajeron hasta acá —contesta él alzando una ceja antes de centrar su vista en ella—. Además este no es un lugar muy confiable que digamos para nuestra reunión.

—Es seguro y eso lo hace confiable para mí.

—Pues aquí estoy —espeta intranquilo—. Dime de qué se trata todo esto.

—Lamento mucho lo de tu padre —dice Gris—. No sabía si...

—No sigas —interrumpe él bruscamente.

—B-bueno —, la voz de Gris trepida, mientras reformula sus siguientes palabras—. Fue Iván. Te incriminó con suficientes pruebas para que la policía pueda dispararte a matar si lo quisieran —dice, y agrega—: Sebastián estaba ahí.

La expresión de Aion cambia al oír aquello. Su mirada centellea con sorpresa y luego con culpa.

—Él está… —comienza, pero su voz lo traiciona obligándolo a hacer una breve pausa—. ¿Él está de su lado entonces? ¿Me odia?

—No puedes culparlo por eso —dice Gris.

Aion mira sus pies y luego a otro lugar antes de seguir.

—¿Cómo murió mi padre?

—De un disparo en el pecho.

Él asiente en silencio y traga saliva, su malestar se hace mucho más evidente en su rostro ahora aunque apenas puede verlo en la oscura noche. La vista se le empaña, sus ojos desvaídos parecen rehuír de sus propios pensamientos mientras infla su pecho y exhala con pesadumbre.

Gris ahora lo comprende. Su hipótesis, aunque triste, es cierta: Aion no sabía sobre la muerte de su padre, ni de que probablemente fue él quien lo mató sin tener idea; y tal vez ella no debió arrojarle esa bomba tan pronto.

Sin embargo, lo que importa es que alguien más lo obligó a hacerlo. Su tío. Una persona que Gris ya puede imaginar que es un manipulador perverso y sin una pizca de moral.

Verlo pugnando por mantener la emoción fuera de esto le hiere. Gris quisiera confortarlo, decirle cualquier cosa que pueda aliviar su duelo, pero nada de lo que se le ocurre parece que sea oportuno. Porque tratar con Aion Samaras cuando la emoción lo consume es como intentar desactivar un explosivo muy delicado y muy difícil de manipular.

—¿Qué vas a hacer ahora? —pregunta Gris cambiando de tema. Es entendible. Si él quiere fingir que no le importa y omitir esa conversación, ella lo respetará.

—Supongo que mi tío se va a encargar de eso.      

—Entonces, ¿de verdad tu tío no es un fantasma?

—No, no lo es en absoluto —contesta Aion y vuelve a suspirar con aflicción—. Aunque me hace sentir que nadie más que yo lo puede ver.

—Ese hombre que te dejó, ¿es tu tío?

—... Sí.

—Hum... Por un momento imaginé que el mejor amigo de mi papá... —infiere Gris sin terminar de decirlo, como sugiriéndole que él mismo se dé cuenta de lo que eso significa.

—¿Me dices mentiroso y luego crees que mi tío es el amigo de tu padre? —Aion Samaras le echa una mirada consternada—. ¿De Eric, la persona que quiere destruirme?

Gris ladea la cabeza, reconociendo a Aion Samaras mucho mejor ahora que no hablan de lo otro. Su semblante frío y altivo característico se ajusta como una armadura, porque eso es lo que conoce y sabe utilizar: una coraza ilusoria que cohíbe su verdadero ser.

—¿Cómo se llama entonces? —pregunta Gris, y él cambia el peso de sus pies tomándose su tiempo antes de responder.

—... ¡Ja! Conozco mis derechos, agente Ledesma —dice sin dejar de sonar exasperado—. No te diré  algo que luego puedas usar en mi contra.

—Claro. —Gris asiente otorgándose la libertad de la duda, porque las respuestas evasivas de Aion están muy lejos de ser verdaderas respuestas—. Mira, no quiero hacerte perder más tiempo, pero todavía tenemos mucho de que hablar antes de que…

Te encuentren.




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