Un sonido lo suficientemente fuerte como para que pueda oírlo a través del metal macizo del vagón lo agarra desprevenido. Aion Samaras se pone de pie y busca su celular a tientas en la oscuridad para encender su móvil; la luz azul de la pantalla invade todo el lugar.
Se percata de Gris más allá, durmiendo en una esquina, su piel brilla con su sudor. El calor allí dentro se está volviendo sofocante. Su vista va hacia el techo cuando vuelve a oír un sonido más tenue afuera. Probablemente tendrán que irse de ahí de inmediato.
Aion se acerca lentamente para despertar a Gris. La llama en un tono muy bajo, pero no recibe respuesta. Entonces enciende la linterna de su celular para observarla mejor: ella está sumida en un profundo sueño, su pecho sube y baja con calma. En el fondo, él está aliviado de que nada esté perturbando su sueño, pues parece necesitarlo demasiado. Sus ojos grises permanecen fijos en ella mientras él se pone de cuclillas frente a su desfallecida silueta, luego deja su celular a un lado y se inclina lo suficientemente cerca como para poder escuchar su respiración pesada.
—Gris, oye. —Aion sacude su hombro con suavidad, pero aparta su mano rápidamente cuando ella despierta sobresaltada y se endereza abriendo sus ojos de par en par.
Aion reacciona al instante cubriéndole la boca con una mano y la otra justo detrás de su nuca, justo antes de que ella empiece a gritar.
»Shhh, soy yo —Aion le habla despacio, sosteniendo la cabeza de Gris y acercándola a su rostro para que ella pueda reconocerlo en la penumbra—. Gris —susurra él, buscando su mirada—. ¿Estás conmigo?
Ella lo mira agitada, su respiración errática y superficial mientras se demora unos segundos en entender lo que está pasando. Aion la mira aguardando una respuesta, hasta que ella asiente con la cabeza.
»Bien. —La libera cuando está seguro de que ella está totalmente despierta, y se pone de pie, tomando su celular.
—¿Qué pasa? ¿Más problemas? —susurra Gris con la voz trémula.
Con sus ojos fijos en la compuerta, Aion pone un dedo en sus labios en un gesto de «guarda silencio», y permanece así por un par de segundos.
—Tenemos que irnos —declara despacio y le ofrece su mano para ayudarla a ponerse de pie. La acerca junto a él, justo debajo de la compuerta, y le dice—: Te subiré a mis hombros para que abras la compuerta y ver si afuera está despejado.
La mano de Gris ejerce una mayor presión sobre la suya en un acto inconsciente, antes de que ella la aparte.
—Bien, entonces… correcto. —Gris vacila tragando saliva, y luego asiente con la cabeza torpemente—. Me subo y… miro alrededor. —Se aclara la garganta—. Sí, sí. Creo que puedo hacer eso.
Aion Samaras frunce el ceño levemente, contemplando a Gris con curiosidad. Puede notar la tensión en su cuerpo, la incomodidad en su mirada brillosa y el temblor de sus piernas; sus manos apretadas en dos puños como si así pudiese ocultar de su vista el hecho de que él la hace temblar. La idea de que él la pone nerviosa, por alguna extraña razón, hace que su sangre comience a arder y que su corazón lata con fuerza.
La mira de arriba abajo una vez más, entonces clava sus ojos en los de Gris, y comienza a bajar muy lentamente frente a ella, sin romper en ningún momento el contacto visual hasta que está arrodillado a sus pies. El rostro de Gris empieza a enardecerse y se torna tan rojo como la luz de un semáforo. Aion Samaras encuentra aquella reacción muy placentera.
—Acércate, te ayudaré. Ponte detrás de mí y sube una pierna, mientras te sostengo, sube la otra —le explica, tratando de sonar indiferente, aunque el tono de su voz bajó unos decibeles y sale casi en un ronquido de satisfacción.
Gris vuelve a tragar saliva, y Aion disfruta cómo se mueve la columna de su garganta mientras la mira desde esa posición sometida.
Cuando ella comienza a rodearlo para ubicarse justo detrás de él, Aion sonríe con engreimiento y autocomplacencia. Siente las manos de Gris sobre sus hombros y cómo estas tiritan. La oye soltar un breve suspiro, tomándose su tiempo antes de comenzar a hacer lo que él le indicó, y luego sube su pierna izquierda.
El contacto de su piel caliente rodeando de su cuello y su hombro lo obliga a contener la respiración. Aion sujeta su pierna para darle equilibrio mientras ella trata de subir la otra con torpeza. Pero cuando ella tira de su cabello negro con ambas manos por accidente, el dolor lo hace soltar un gemido involuntariamente.
—Per… ¡Perdón! —Gris se disculpa aflojando sus manos y sin dejar de temblar.
—¿Estás bien? —pregunta Aion, su tono sale ligeramente preocupado.
—Ehhh… sí, hum… Sí, estoy bien, todo bien. Estoy lista.
—Bien.
Aion sostiene sus piernas con firmeza, sus dedos presionan la masa de sus muslos que empiezan a perlarse con pequeñas gotas de sudor, y hacen que sus manos resbalen contra su piel. La sensación de que su cuello y su nuca se están prendiendo fuego debido al contacto, es estremecedora.
Los muslos suaves y torneados de Gris se ajustan alrededor de su cabeza, rozando sus mejillas, y Aion siente el aroma dulce y caliente que se desprende de su piel. Una piel que podría besar si girarse su rostro apenas unos centímetros.
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Editado: 06.09.2024