Gris no puede creer que luego de todo lo que han pasado juntos, y más aún después de toda una vida cometiendo crímenes imperdonables por culpa de Gabriel, él siga pensando que es bueno estar de su lado y llamar a eso familia, pero no puede culparlo. La soledad mata silenciosamente, incluso a aquellos que se acostumbran a sus engaños.
Empezamos pensando que estamos mejor solos, creemos sentirnos cómodos, pero con el pasar de los años, esa zona de confort se transforma en un pozo de depresión del cual es casi imposible salir. Requerimos de alguien que nos tire un salvavidas cuando más lo necesitamos, precisamos de que alguien nos extienda una mano; una sola persona a la que puedas llamar familia: un padre, Eric, o un hermano mayor, Iván. Incluso alguien tan corrupto como Gabriel Samaras puede ser un tío, un padre, una esperanza para Aion, aunque el mismo Aion sepa en el fondo, que es un riesgo confiar en alguien como el frío y calculador agente de Inteligencia.
Sam la había mirado casi disculpándose con ella en la armería, pero no tardó en notar por qué. Él no tenía por qué saber de la existencia de Gabriel Franco. Pero ¿no era ya demasiada coincidencia? ¿Que Franco apareciese justo antes de que todo el caso de Sam se fue al diablo? ¿Que Iván hubiera desaparecido unas semanas después? ¿Que un tío fantasma, que él no veía desde hace más de veinte años se lo llevara inesperadamente? ¿Cómo es que Eric no se daba cuenta todavía?
—Ya sabías todo esto —musita ella con la voz trémula—. Lo que iba a pasarle a Iván. Lo que hizo Gabriel, y también sabías de mí, de Eric…
—Sí, lo sabía —dice él sosegadamente, y odia que aun cuando él le mintió así, su voz suavice el golpe de su confesión.
—De verdad no confías en mí.
—No… No es así. Yo… no confío ni en mí mismo.
—Ya lo sé. Siempre me lo estás repitiendo —dice Gris, soltando una risa seca y sin gracia.
El tiempo pasa y el silencio hace que estar abrazados empiece a sentirse muy incómodo mientras Gris se debate en cómo es la manera más sutil de despegarse de él. Primero aparta un poco su cabeza del cuerpo de Sam y sus ojos quedan fijos en su pecho. Su camisa está tan estropeada que puede ver su piel a través y eso la pone aún más incómoda. Ella da un paso atrás, bajando lentamente sus brazos de la espalda de Sam. Los brazos que la rodean se apartan con gran delicadeza y Gris se estremece al dejar de sentir su cálida proximidad.
»Lo siento. No quise decir todo eso —musita, escondiendo su rostro para que él no vea lo avergonzada que está.
Bueno, no sirve de nada, porque un instante luego Sam toma su mentón, enderezando su rostro, y gentilmente pasa sus pulgares por sus mejillas para secarle las lágrimas. Ella mueve su rostro bruscamente a un lado para que deje de hacerlo, porque esas manos amables que borran sus lágrimas están manchadas con la sangre de inocentes. Porque la mirada comprensiva de Sam, alguna vez fue una mirada donde no había más que crueldad. Y esa maldita contradicción entre lo que él es, y lo que alguna vez fue, es insoportable para Gris.
Sam parece percatarse de su conflicto interior, y se aleja de ella para sentarse en el suelo, contra la fría pared que enfrenta la cama mientras bebe un poco de agua en silencio.
—¿Por qué no tratas de descansar un poco? —dice cruzándose de brazos. Gris no se opone ante ello. Además, en serio necesita dormir.
—Y tú ¿dónde vas a dormir? —pregunta sin prestar atención a sus palabras.
—No te preocupes, estaré bien aquí —contesta Sam, sus ojos brillan en la penumbra del amanecer que se desliza por las rendijas del cuarto, una sutil sonrisita permanece en sus labios, y parece… satisfecho, de que ella se preocupe tanto.
—Bueno, si quieres…, la cama es grande y no me importa que… No me importas tú.
—¿Perdona? —Él alza las cejas con diversión.
—Bueno, es decir, si… Si quieres, puedes dormir de este lado de la cama —le explica—. Sabes, si dividimos este espacio aquí, entonces… Entonces, de este lado yo y…
—¿Estás segura? —se burla Sam pellizcándose el labio inferior.
—Estoy intentando ser amable aquí, amigo —dice Gris poniendo los ojos en blanco.
—Pero ¿estás segura? —La sonrisa de Sam se ensancha aún más.
—¿Sabes qué? Eres un idiota —espeta Gris y él chasquea los dedos como si fuese eso lo que quería escuchar.
—Ahora sí te pareces más a ti. —Sam le pasa su mochila, y ella coloca ambas en el medio de la cama para dividir los espacios, así puede sentirse un poco más segura compartiendo la misma cama que Aion Samaras. Los oxidados resortes rechinan bajo el peso de ambos y el leve movimiento del colchón debajo de ellos es… cómodo, en un sentido extraño de la palabra. Las vibraciones le transmiten cierta seguridad. Es verlo, pero sin ver, y saber de algún modo lo que hace. Cada movimiento, cada respiración…—. Gris.
—¿Hmmm?
—Duerme, yo cuidaré de ti.
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Gris abre los ojos y queda encandilada por una línea de luz que se filtra por las persianas rotas de la ventana. Cuando su vista se acomoda a la penumbra de la habitación, nota a Aion… No, a Sam, de pie y de espaldas a ella, mirando hacia afuera con serenidad. Ella se desliza lentamente de la cama, hacia la improvisada mesa de luz a su lado para tomar una botella de agua.
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Editado: 06.09.2024