Los pecados de nuestras manos

Capítulo 11 Ep. 2 - "La verdad que ignoramos"

Es inútil seguir con esta farsa. El pensamiento lo tortura como una molesta espinilla. Aion toma la mano de Gris y salen de la armería, comenzando a caminar con prisa. 

Es demasiado tarde y demasiado estúpido inventar una mentira ahora. Que Gris sepa de la existencia e identidad de Gabriel Samaras y su vínculo con él, no les traerá ningún beneficio. 

Confesar aquello fue una sentencia de muerte prematura para Gris Ledesma. Sin embargo, ¿no es ya una muerte segura desde que decidió huir con él? Tal pregunta vuelve a atormentarlo mientras da vuelta la esquina, casi tirando de Gris, que a duras penas le aguanta el paso. 

Es un desconsiderado y un egoísta. Debió apartarla de esto y no lo hizo. Pero, ¿por qué? ¿Por qué no le evitó este sufrimiento y todo el porvenir? El futuro pinta lóbrego para ambos si esta locura continúa escalando así. 

Aion Samaras frena bruscamente su andar cuando por la esquina aparece otra mujer. La sorpresa los alcanza inadvertida. Ella le frunce el ceño y él le devuelve el gesto. Nadie aquí esperaría cruzarse con otro donnadie en esa calle desolada, plena noche de invierno, a las cuatro treinta de la madrugada. 

Sin dudar da media vuelta para no seguir sumando testigos  —o más bien, víctimas— a la lista de Gabriel Samaras cuando vaya tras él, y avanza unos metros antes de oírla hablar. 

—Ustedes —dice a sus espaldas. La mano de Gris presiona con fuerza la suya, antes de que este voltee hacia la mujer.

Es esbelta, y muy alta. Debe alcanzar casi los dos metros debido a sus zapatos de tacón. Debajo del opaco abrigo que trae puesto, resalta un vestido azul eléctrico. Lo más probable es que sea una prostituta. Pero eso no es lo llamativo. Ella llora, y el maquillaje escurre por su cara a causa de las lágrimas. 

—¿Qué quieres? —indaga Aion con seriedad, para involucrarse en lo más mínimo. 

—Ustedes son a quienes Eric está buscando —responde, lo que causa que ellos intercambien una mirada de desconcierto. 

—Sam... —Gris musita con preocupación, sujetando su mano con mayor firmeza, pero él no despega sus ojos de la mirada colmada de dolor y resentimiento de aquella otra.

—Quédate aquí —, le dice a Gris. Entonces suelta su mano, y camina hacia la mujer lentamente hasta quedar a algunos pasos de distancia. 

—¿Sabes quién soy? —pregunta con lentitud y calma. Ella sabe algo, pero no está seguro de querer saberlo también. 

—Tú eres el Sniper de Eric. Me adviritió que saliera de las calles porque tú andabas suelto. 

—Entonces sabes lo que hago con personas como tú —dice Aion, esperando que la oscuridad de esa sentencia sea suficiente para que esta mujer de expresión afligida se marche. Sin embargo, ella acorta aún más el espacio. 

—Sí. Sé qué hacen los bastardos como tú —masculla con rencor a pesar de su evidente tristeza. 

—Entonces lárgate —profiere él también con un tono lóbrego, pero antes de que pueda reaccionar, ella lo toma por el cuello de su camisa rasgada, fijando sus ojos muy cerca. 

El aliento agitado de ambos se hace uno solo en el pequeño espacio entre sus rostros, entretanto él la ve con ojos muy abiertos. Ella es, en efecto, muy alta. Lo sostiene de modo que Aion está casi de puntillas sobre sus pies. 

—¿Crees que te tengo miedo? —cuestiona con odio, y acto seguido lo sacude con violencia, como queriendo hacerle entrar en razón—: ¿Crees que te tengo una pizca de miedo? 

Aion apenas puede controlar su conmoción. Pero no es por temor o algo parecido, sino por el dolor que transmite su mirada, un dolor profundo del cual él parece ser el único culpable. Aion Samaras a duras penas consigue respirar bien. 

—S-suéltame —susurra, envolviendo sus manos alrededor de las muñecas de la mujer. 

Esperábamos un bebé... —musita ella de pronto, rompiendo en llanto desconsolado, y un espantoso estremecimiento sube por la espalda de Aion—. Esperábamos un bebé, y lo perdí. 

El golpe de esa segunda confesión lo hace temblar aún peor. Aquellas palabras salen desgarradas, desde lo profundo de su garganta. La emoción que transmiten sus ojos nublados es de una intensidad tan ofuscante y negativa, que inevitablemente se le empañan los suyos también. 

—¡Y no pude decírselo a él! —Ahora ella grita lo suficientemente fuerte como para que Gris pueda oírlos—. ¡¿Dónde está Iván?! ¡¿Qué hiciste con él?! 

Aquel reclamo despierta una emoción podrida, guardada en su interior. Ojos cafés dorados destellan en su memoria. Golpes, sangre, insultos y el fulgor de un disparo que produce un sonido hueco dentro de su cráneo. Ahora lo entiende. Todo esto tiene que ver con Iván Prado. 

—¿Dónde está? ¡Contéstame! 

Sus ojos se ensombrecen. Esta situación se está saliendo de control, y no puede permitir que Gris siga enterándose de sucesos que aún no está listo para contarle. 

—Suéltame, o te enviaré junto con él —masculla despacio. 

El shock la alcanza sin cuidado. Su cuerpo se agita con violencia. El vapor de su aliento se torna irregular al comprender que Iván no regresará. Ella lo libera empujándolo hacia atrás mientras retrocede. 




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