Los pecados de nuestras manos

Capítulo 11 Ep. 5 - "Enmiendas"

Caminan casi dos horas en silencio hasta que distingue las pequeñas casas de adobe y edificios enanos en el valle, alrededor de una de las ramas del río moribundo donde se ubican.

Todavía deben bajar unos cuantos kilómetros entre las rocas, pisando cuidadosamente solo en donde Aion le dice que pise.

Durante todo el camino habían evitado hablar y Aion solo se limitaba a indicarle cosas con palabras cortantes y secas como «sube, aquí, camina, bebe». Gris se cuestionó si había hecho algo realmente malo entonces.

Cuando él la ayuda a bajar al valle, ya ni siquiera el contacto de su brazo rodeándola para darle estabilidad se siente igual. Es rígido y sistemático, como si lo hiciera más porque ella es una carga que una persona real.

Su corazón se retuerce ante la idea, pero trata de aceptar que éste es Aion y se obliga a prometer que guardará distancia con él entonces.

En el pueblo del valle, los espera una residencia mucho más grande que las que hay alrededor. Aion toca a la puerta sin perder tiempo ni aliento por ella.

Un hombre vestido con un antiguo pero elegante traje beige los recibe dándoles la bienvenida a la casa. Le ofrece un fuerte apretón de manos a ella y el olor a vainilla y azahar revolotean en su nariz.

Al parecer, Aion ya había acordado con ese hombre su tiempo de estadía ahí antes, mientras la había dejado durmiendo en la finca abandonada. Él había organizado todo con anticipo, nada más para darle un sitio digno donde ella pudiera sentirse cómoda.

Gris se cuestiona seriamente si fue tan necesario haberlo lastimado como lo hizo, pero sentirse culpable ya no va a cambiar nada, así que lo acepta también.

El hombre ya les tiene preparada una habitación con baño propio y agua caliente, lo cual es un alivio, pero Aion decide negociar con el dueño por una habitación extra, así cada uno tiene la suya propia.

La ficha le cae a Gris, al suponer que él planeaba que durmieran juntos y compartieran la misma cama. En primer lugar, se siente aún más culpable por hacer que él gaste más dinero del que disponen. Pero por otro lado, está aliviada de no tener que dormir con él en la misma cama y que su «relación» que acaba de arruinar terminara con la ropa de ambos en el suelo.

El hombre continúa hablando con la encargada del consorcio mientras Aion presta atención y  asiente a todo apretando los labios, sin dirigirle la vista a ella ni un segundo; así que Gris, antes de sentirse pintada entre ellos, toma sus pocas pertenencias y empieza a subir las escaleras.

El piso superior es mucho más amplio y grande de lo que parece. En una de las tantas pinturas que la rodean, un joven hombre de mirada penetrante la observa. Gris lee en la placa: «Para Sir Amos Jacques de Paris» y debajo «Estancia del río, Greenvalley», que es donde están.

Gris inspira aire, y hallándose frente a los pasillos de madera y las decenas de puertas blancas idénticas, no tiene idea de qué cuartos rentó Aion.

—Veintiuno B —dice la voz fría de él cuando pasa a su lado sin detenerse, con la vista fija hacia adelante. Gris sospecha que esas serán las últimas palabras que cruzarán por el resto del día.

Él abre su propio cuarto: el 28 B, que está bien apartado del suyo justo al fondo del pasillo. Al menos están en el mismo piso todavía.

Sus ojos se cruzan un instante antes de que él desaparezca tras la puerta, pero ese minúsculo gesto se siente como un portazo en su cara.

—Claro, gracias —masculla, resignada a que probablemente tendrá que soportar su actitud de «vete a la mierda» por un largo tiempo.  

Ni bien termina de decir eso, una arrugada y blanca mano se asoma por su campo de visión, meciendo en el aire una pequeña llave acordonada.  

De cerca, Gris ve al hombre que había hablado con Aion un rato antes.

Es mayor, quizá más viejo que Eric, y en su espeso pelo negro azabache, atado en una coleta detrás de su nuca, se cuelan algunas canas blancuzcas fáciles de advertir. Sus mejillas hacen muchos pliegues mientras sonríe y sus ojos grandes de un color chocolate rojizo brillan con la luz de las luces amarillas de los pasillos.

—Adivino que está muy cansada, señorita Ledesma. ¿Por qué no prepara su baño mientras envío a alguien a traerle la cena?

Gris toma la sugerencia del hombre como una orden y se mete a la ducha, agradecida por el agua caliente sobre su cuerpo. Se queda mucho tiempo bajo la lluvia, pensando en lo que hizo.

Saca una muda de ropa de su mochila y toma un paquete de galletas de avena que Aion guardó allí para ella. Dios, él lo hizo todo por ella. ¿Qué tan mal agradecida había sido? Las empieza a devorar, una tras otra. 

Cuando termina la cena que le traen al cuarto y ya se auto–detesta lo suficiente como para no poder dormir tranquila, toma la decisión de ir a hablar con Aion.

Golpea sutilmente y aguarda hasta que su voz amortiguada de él se escucha del otro lado.  

—Pase, Amos.

Ella frunce el ceño y entra de todos modos.

Aion está abotonando su camisa justo a tiempo, comentando algo sobre el agua caliente antes de voltearse a verla, lo que hace que se quede en silencio de inmediato.




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