Caminan casi dos horas en silencio, hasta que Gris empieza a distinguir las pequeñas casas de adobe y los edificios enanos en el valle, alrededor de una de las ramas moribundas del río Pomeroy, donde se encuentran. Descienden por las sierras entre las rocas y los senderos durante unos kilómetros, pisando cuidadosamente solo donde Aion le indica que lo haga.
Durante el camino, habían evitado hablar, y Aion se limitó a darle instrucciones con palabras cortantes y secas como «sube», «aquí», «camina», «bebe»… cosa que hizo a Gris cuestionarse si había hecho algo realmente malo.
Cuando él la ayuda a bajar al valle, ya ni siquiera el contacto de su brazo rodeándola para darle estabilidad se siente igual. Es una acción rígida y sistemática, como si lo hiciera más por considerarla una carga que por ser una persona real. Su corazón se retuerce ante la idea, pero trata de aceptar que este es Aion y se obliga a prometer que guardará distancia con él entonces.
En el pueblo del valle, les aguarda una residencia mucho más grande que las que se encuentran a sus alrededores. Aion no pierde tiempo y toca a la puerta. Un hombre vestido con un antiguo, pero elegante traje beige, les da la bienvenida. Le ofrece un firme apretón de manos a ella, mientras el aroma de vainilla y azahar revolotea en su nariz. Al parecer, Aion ya había acordado con ese hombre su tiempo de estadía allí antes, mientras la había dejado durmiendo en la finca abandonada. Él había organizado todo con anticipación, simplemente para proporcionarle un lugar digno donde ella pudiera sentirse cómoda. El pensamiento la hace cuestionarse con seriedad si fue tan necesario haberlo lastimado como lo hizo, pero sentirse culpable no va a cambiar nada, así que lo acepta también.
El hombre ya les tiene preparada una habitación con baño propio y agua caliente, lo cual es un alivio, pero Aion insiste en negociar con el dueño por una habitación extra, así cada uno tiene la suya propia. La ficha le cae a Gris un instante después, al suponer que él planeaba que durmieran juntos y compartieran la misma cama, y se siente aún más culpable por hacer que él gaste más dinero del que disponen. Pero, por otro lado, está aliviada de no tener que dormir con él en la misma cama y que su «relación» que acaba de arruinar termine con la ropa de ambos en el suelo.
El hombre continúa hablando con la encargada del consorcio mientras Aion presta atención y asiente a todo apretando los labios, sin dirigirle la vista a ella ni un segundo; así que Gris, antes de sentirse pintada entre ellos, toma sus pocas pertenencias y empieza a subir las escaleras.
El piso superior es mucho más amplio y grande de lo que parece. En una de las tantas pinturas que la rodean, un joven hombre de mirada penetrante la observa. Gris lee en la placa: «Para Sir Amos Dupont de Paris» y debajo «Estancia del río, Greenvalley», que es donde están.
Gris inspira aire, hallándose frente a los pasillos de madera y las decenas de puertas blancas idénticas, y no tiene idea de qué cuartos rentó Aion.
—Veintiuno B —dice la voz fría de él cuando pasa a su lado sin detenerse, con la vista fija hacia adelante. Gris sospecha que esas serán las últimas palabras que cruzarán por el resto del día.
Él abre su propio cuarto: el 28 B, que está bien apartado del suyo justo al fondo del pasillo. Bueno. Al menos están en el mismo piso todavía. Sus ojos se cruzan un instante antes de que él desaparezca tras la puerta, pero ese minúsculo gesto se siente como un portazo en su cara.
—Claro, gracias —masculla Gris, resignada a que tendrá que soportar su actitud de «vete a la mierda» por un largo tiempo.
Ni bien termina de decir eso, una arrugada y blanca mano se asoma por su campo de visión, meciendo en el aire una pequeña llave acordonada. De cerca, Gris ve al hombre que había hablado con Aion un rato antes. Es mayor, quizá más viejo que Eric, y en su espeso pelo negro azabache, atado en una coleta detrás de su nuca, se cuelan algunas canas blancuzcas fáciles de advertir. Sus mejillas hacen muchos pliegues mientras sonríe, y sus ojos grandes de un color chocolate rojizo brillan con la luz de las luces amarillas de los pasillos.
—Adivino que está muy cansada, señorita Ledesma. ¿Por qué no prepara su baño mientras envío a alguien a traerle la cena?
Gris toma la sugerencia del hombre como una orden y se mete en la ducha, relajándose con el agua caliente que llueve sobre su cuerpo. Permanece allí durante mucho tiempo, pensando en lo que hizo. Luego saca una muda de ropa de su mochila y toma un paquete de galletas de avena que Aion guardó allí para ella. Dios, él lo hizo todo por ella. ¿Qué tan mal agradecida había sido?… Las empieza a devorar, una tras otra.
Cuando termina la cena que le traen al cuarto y ya se autodetesta lo suficiente como para no poder dormir tranquila, toma la decisión de ir a hablar con Aion. Ella toca a su puerta sutilmente y aguarda hasta que la voz amortiguada de él se escucha del otro lado.
—Pase, Amos.
Gris frunce el ceño y entra de todos modos. Aion está abotonando su camisa justo a tiempo, comentando algo sobre el agua caliente antes de voltearse a verla, lo que hace que se quede en silencio de inmediato.
—¿Amos? —le pregunta ella alzando una ceja.
Aion le sostiene la mirada un par de segundos y después voltea buscando algo en su mochila.
—Así se llama el hombre con el que hablé —dice, sin la severidad que tenía antes de llegar aquí—. ¿Qué buscas?
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Editado: 06.09.2024