Los pecados de nuestras manos

Capítulo 11 Ep. 7 - "El final del camino"

El sol está en lo alto, imperante y despiadado, quemando cada centímetro de su piel descubierta. Se alza poco a poco del tocón sobre el que está tirado, descalzo.

Sus pies y piernas arden. Diminutas gotas de sangre salpicadas en su piel se deslizan hacia arriba desafiando la gravedad y se convierten en pequeñas bolitas de dolor agudo. Su vista se aclara y ve cómo las gotas se transforman en pequeñas hormigas rojas que lo devoran.

Aion se sacude del tocón asustado, enterrando los pies profundamente en la arena caliente para calmar el dolor de las picaduras. Mira por encima de su hombro y frunce el ceño cuando ve cuánto se ha alejado del la residencia donde el señor Amos lo había refugiado. Gris estaba ahí también.

Su estómago arde y las náuseas vienen como una avalancha. Intenta jadear, pero la picazón en la garganta lo obliga a toser.

Al principio es apenas un barullo, pero la tos se va intensificando al grado de que su pecho arde también y lo obliga a vomitar algo sólido que raspa su garganta e intenta escapar. Tose sin parar hasta que gotas de sangre tiñen sus manos. Mira fijamente el punto negro bañado en sangre sobre su palma, y al moverlo con su dedo nota que tiene movimiento propio.

La «cosa» se agita erráticamente. Al prestarle más atención, distingue un insecto. Una especie de mosca del tamaño de una uña que había salido de su garganta. Las ganas de vomitar vuelven pero no tiene nada más que sacar de su entraña.

Escupe el asco a un lado y pronto siente un golpeteo moribundo proviniente del cielo, que se va intensificando a medida que trata de descubrir de dónde viene.

Tac, tac, tac…

Sus oídos duelen, y después escucha una voz que lo llama desde la nada.

«¿Aion? ¿Estás bien?»

Busca alrededor sin ver a nadie en el vasto desierto y otra vez escucha los golpes más urgentes.

«¿Aion?»

Sin norte ni sur, da vueltas y vueltas. Busca por encima de él y cava un pozo cuando le parece que la voz proviene de las profundidades de la arena. Pero cuando alza los ojos la ve.

Parece una ilusión. Pero su piel, sus ojos árticos que podrían enfriar ese mismísimo desierto, su pelo negro y lacio cayendo a los costados y enmarcando su rostro ovalado y lleno de pequeñas pecas rosadas; son demasiado reales.

Demasiado difíciles de olvidar.  

La mujer que solo conoce por una sola fotografía vieja guardada en su billetera está frente a él.

¿Tú eres…? —dice, pero su voz suena como si intentara hablar debajo del agua. La mujer asiente llorando—. ¿Qué está pasando? —pregunta con el corazón martilleando en su pecho y su garganta cerrada.

No confíes en él. No confíes en nadie —dice su madre.

Está tan, tan aturdido y mareado.

Estoy muy cansado. —jadea y cae al piso hiperventilando—. Ya no sé que hago aquí. Quiero estar bien, ¡quiero irme! —le suplica al fantasma.

Su respiración es agitada y el aire que entra, no quiere volver a salir. Ella acorta la distancia cuando él parpadea. Lilith acaricia su pelo sucio y aplastado por el sudor, y enjuaga sus lágrimas con el dorso de sus huesudas, pero cuidadosas manos.

Aion apenas puede mirarla a la cara. Un rostro que siempre es ligeramente distinto a la última vez que lo ve. Ella curva sus labios hacia arriba, y toma su rostro. Su contacto es tan real, que piensa que todo ha sido un error, y que ella lo ha encontrado, Lilith ha vuelto por él.

Mi hijo. —Ella se levanta y lo deja ahí, todavía de rodillas en el suelo—. Eres fuerte —susurra y empieza a caminar de espaldas a él.

No te vayas. —Lilith se aleja y una nube de arena la cubre. Aion corre detrás de ella pero no logra alcanzarla—. ¿Por qué te vas? ¡No te vayas!

Más allá el piso de arena comienza a convertirse en cemento y luego baldosas blancas lo cubren. Ve a Lilith acercarse a una pared blanca frente a ella y él se llena de horror cuando la ve abrir una ventana y sentarse en el alféizar.

Tranquilo… —dice el espectro, sus lágrimas se convierten en sangre. Y la sangre también empieza a brotar de su cabeza—. Estarás bien.

Ella se tira de espaldas por la ventana pero él no la alcanza. Nunca logra alcanzarla. El desierto detrás de él desaparece y se encuentra encerrado en una sala de hospital que se hace cada vez más pequeña.

Oye a una mujer gritar horrorizada y el sonido le pone los pelos de punta. Aion traga saliva con fuerza. Sabe lo que pasará. Ahora tiene que voltear, y enfrentar a Helena, vestida de enfermera.

Tía Helena grita y llora mientras sostiene un bebé en sus brazos. Ella se acerca más y más a medida que las paredes los confinan y él aprieta los ojos con fuerza.

¡No! ¡No! —Grita también, cubriendo sus oídos con ambas manos. Los golpes provenientes del cielo son más ávidos ahora, retumbando en su cabeza.

¡Tac, tac, tac, tac, tac!

—¡¿Aion?! —Llama Gris desde la puerta.

Él despierta angustiado, con una parálisis que dura brevemente. Se incorpora rápido en la cama, secándose una lágrima que se había escapado mientras dormía.




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