Sebastián mira un punto fijo sin siquiera parpadear, acostado con sus extremidades extendidas en forma de estrella. Todo es silencioso. Su respiración es lenta. La nieve poco a poco se va acumulando en el tragaluz encima de él.
Debería haber ido a ver a su familia para las fiestas de fin de año, pero ahora que su mejor amigo no está, prefiere quedarse ahí completamente solo. La soledad y el frío que lo abraza entumecen su cuerpo, pero las lágrimas calientan su cara. Su cabeza duele a horrores. Sus oídos quieren reventar desde el interior.
Seb medita en aquellos días en los que Aion pasaba todo el día encerrado en ese lugar, mientras él prefería salir con sus amigos o ir a Bennington a ver a Owen. Pero ahora que todos saben la verdad sobre Aion, él no tiene a dónde ir sin ser apuntado con el dedo y sin que murmuren por lo bajo. La vida secreta de su mejor amigo arrastró toda su vida con él, y ahora tendrá que esforzarse el doble, solo porque eligió mal a su compañero de renta.
Es de tener muchos amigos, pero ahora apenas habla con nadie, y ¿quién podría culparlos? Después de todo, él es el amigo más íntimo de un criminal; su nombre pasará a la historia por ese pequeño detalle. Los libros hablarán de Aion Samaras, y Sebastián Blake será una nota al pie.
Ojalá pudiera reírse de la situación, pero la verdad es bastante grave. A donde quiera que vaya, sean amigos, compañeros o nada más conocidos; las personas guardan su distancia. Las sonrisas se esfuman de sus rostros, su celular deja de recibir un mensaje o una llamada. Las miradas cambian de dirección al cruzarse con él o se tornan hostiles.
«Seguro que él sabía de todas sus fechorías», «Quizá eran algo más que amigos». Él puede oír sus pensamientos sin siquiera intentarlo.
Poco ayuda que la policía lo siga a todos lados. Un mofletudo oficial de aspecto amigable, cuya piel rosada por el acné se asemeja a la piel escamosa de los peces, es su vigilante día y noche. Lo sigue incluso a sus clases. Cuando presentó su proyecto de fin de año para poder ser el tutor de Owen, el profesor apretó los labios.
—Señor Blake, no puedo darle un permiso profesional a un estudiante que está siendo investigado —le dijo, dirigiendo la vista hacia el oficial que esperaba de pie afuera, justo delante de la puerta que estaba abierta para que pudiera oír y ver todo lo que Sebastián hacía. Entonces Seb asintió amargamente y se retiró de inmediato.
Le duele que todo el esfuerzo que había dado fuera en vano. Las horas extras de trabajo de mamá como empleada doméstica para ayudarle a cubrir los gastos de su matrícula, papá haciendo promociones para atraer a más clientes a la barbería… Casi cinco años de estudio, dieciséis horas diarias en total, con la residencia hospitalaria; mantener el promedio, conseguir buenas referencias de los profesores y recalcados psiquiatras…
Ya no sirve de nada.
Si Aion le hubiese confesado sus crímenes… No. Si lo hubiese descubierto antes, quizá se habría ido. Quizá sería distinto.
«Ojalá hubiese sido de otra forma», es el pensamiento más recurrente ahora.
Sebastián se echa a andar por la calle. El lugar más lejano al que puede llegar es la nueva cafetería que abrieron a dos cuadras de su casa. Algunos rostros que conoce están ahí cuando él entra por la puerta, pero él gira para irse a otro lado, haciendo una pausa. Entonces se arma de valor, y se sienta cerca de la ventana. Le pide un café irlandés al mesero, y al alzar la vista, divisa la eterna foto de Aion Samaras en las noticias.
La amargura se esparce por su sangre como un cruel veneno. Él lo sigue a todos lados.
Seb agacha la cabeza y presiona sus manos una sobre la otra. Sus hombros se encogen, encorvándose para que nadie le preste atención, y exhala compungido al oír cómo los demás cuchichean a su alrededor.
—Yo sabía que había algo raro con ese estudiante —dice una mujer morena unas mesas más allá—. Los solitarios son los más peligrosos.
—Sí, ahora que lo dices, siempre fue así de anormal, ¿verdad? Se comportaba como si fuera superior a todos. Era desagradable —murmura otra mujer rubia.
—Y pobre —agrega la primera—. Por eso era enfermero. ¿Te imaginas a alguien así atendiéndote en el hospital? Qué horror… Me da escalofríos.
—Da más escalofríos cuando te acuerdas de los rumores en la facultad de Letras.
—¿Como ese en el que empujó a uno de sus compañeros debajo de un camión?
—¡Sííí! Todos dicen que la policía se lo llevó para interrogarlo y luego lo tuvieron vigilado por dos semanas. Faltó a clases para que nadie lo supiera.
—¿Qué crees que le van a hacer cuando lo encuentren?
—No sé, pero ojalá que maten a esa escoria —espeta la rubia, y la morena ríe por lo bajo.
—¿Sabes qué? Alguien debería ir a su casa… ¡y prenderla fuego!
Sebastián se incorpora con brusquedad dirigiéndose a ellas.
—Discúlpenme, pero un par de mujeres respetables no deberían hablar así de alguien —masculla, enfrentándolas.
—¿Y a ti qué te importa? —dice una de ellas, la rubia.
—Métete en tus asuntos —rezonga la morena.
—¡Sí! ¡Métete en tus asuntos!
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Editado: 06.09.2024