Los pecados de nuestras manos

Capítulo 12 Ep. 4 - "Peón de Alfil"

El sol besa el suelo con una luz áurea. El frío finalmente ha cedido en el fresco sur de Hyoga Village, y la estación comenzó muy calurosa. El Sniper observa hacia afuera en silencio.

Las diáfanas aguas de la piscina cuyos bordes son serpenteantes y que va de un extremo a otro, reflejan la calidez del sol en sus ojos. A dicha masa de agua la ornamenta un puente de piedra que permite cruzar al otro lado, barandillas de cristal espejado sujetadas por acero torneado.

La lluvia de la noche anterior intensificó los aromas que expelen los árboles y arbustos de diversos tornasoles que tiene Gabriel en el «jardín trasero». Aves vuelan sobre ellos y ululan alegremente. A la derecha de aquel jardín, los vidrios del invernadero empañan los matices de las distintas plantas que protege.

El paisaje raya entre lo fantasioso e intangible y lo real. Una pintura. Un Monet.  Una vista digna de ser contemplada por el célebre Corot. Demasiado hermoso, pacífico, disímil a las mentes criminales que habitan esa casa.

Resulta ser una hermosa mañana de viernes. Sin embargo, un mal sueño lo había perturbado. Aion recarga sus pulmones del aire puro, el polvillo de polen lo hace estornudar haciendo que su cuerpo se resienta con extenuaciones. Gabriel lo había dejado en paz, así que no importaba si él no bajaba a las seis para entrenar.

Va a la cocina con un vaso de jugo fresco en mente, hallándose con un tenue resplandor azul, casi cremoso, que se escurre por el brillante porcelanato negro a través del corredor que va a la biblioteca. Siseos animados provienen desde la oficina que frecuenta Gabriel. Distingue la voz de Dante primero, que menciona a Sebastián y él pliega el ceño, interesado en lo que puedan estar hablando.

¿Eso dijo? ¿Creyó que Sam era el que te enviaba y me mandó al demonio? —Gabriel suelta una menuda risa—. Qué bien me cae ese chico. Está bien ahora, ¿no? Que Pandora me mantenga al tanto.

En silencio, Aion regresa hasta la cocina. Siguen hablando de su amigo cuando vuelve con un grande y filoso cuchillo con el cual espiar por debajo de la puerta. Gabriel murmura algo sobre lo ventajoso que es para Sebastián agradarle a él, «poder contar con la simpatía de un Samaras», son sus palabras.

Se pone de rodillas, estrechando los ojos a través del pequeño redondel de la cerradura. La luz azulada lo ilumina haciendo que su rostro se torne de ese color etéreo e iridiscente, lo hace lucir muerto; Aion se recuesta cuidadosamente en el piso y pasa poco a poco el cuchillo, torciéndolo de modo que pueda hallar el reflejo de lo que hay en el interior. La gruesa sombra de Gabriel yace de espaldas a la puerta, la luz proviene de la pantalla proyectada contra la pared. Gris está en ella.

¿Eso es…? —Dante se detiene a centímetros de la puerta y, con sutileza, empuja el cuchillo con su zapato advirtiéndole a él que eso es una muy mala idea.

Es una grabación —dice Gabriel. Aion vuelve a afirmar su oído contra la madera.

¿Ya sabe dónde está? —Dante.

La última ubicación que Pandora me confirmó es en un auditorio, a quinientos metros del Instituto de Sam. Eric no lo sabe. Es mejor que Sam tampoco lo sepa.

¿Acaso piensa traerla aquí, señor?

Por supuesto que no. —Su voz sale dura, y el silencio prospera unos segundos antes de que Gabriel de un corto suspiro de frustración—. No quiero hacerlo, de verdad. Pero no puedo dejar que hable con nadie.

Ya veo —contesta Dante, tan inconmovible como siempre, y a él le recuerda cómo esta actitud lo había irritado en gran manera la primera vez que habló con él—. ¿Y cuando el joven se entere?

Creo que tus preguntas están fuera de lugar. Sam va a estar bien, no te preocupes.

Pero... mi señor, ella es nada más una niña.

¿Y desde cuándo eso te afecta? —inquiere Gabriel, seguido de un extendido silencio—. Mhmmm..., lo que imaginé. Empieza a hacer los preparativos.

¿Qué ornamentación será para ella?

Eso no me importa —dice Gabriel con desdén—. Prueba con orquídeas esta vez.

Aion retrocede hasta golpear la pared, produciendo un sonido duro y asfixiado que al entrenado hombre de Inteligencia no se le pasa por alto.

Ve a revisar.

Enseguida.

La puerta se abre, los ojos de Dante escanean el oscuro pasillo y podría decirse que un atisbo de alivio fugaz atraviesan sus ojos azules. Aion ya no está.

—No es nada —dice en voz alta, cerrando la oficina cuando Gabriel le pide que suba a buscar a Sam; pero Sam exhala estrepitosamente desde la biblioteca al final del pasillo. Gracias a Dios que la casa es grande. Pero no es momento de relajarse. Otra vez tiene un asunto de suma importancia del que debe ocuparse: Gris.

Que Gabriel la esté acechando no puede ser bueno en absoluto. ¿Dónde está ella? ¿Por qué él está tan empecinado en encontrarla? ¿No fue suficiente alejarla, volver con Gabriel a casa?

Un consistente peso se afirma contra su hombro y Aion se aparta de la pared sujetando el cuchillo con fuerza, listo para pelear.




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