Arruga la nariz cuando el olor a desinfectante usado y cigarrillos abofetean su rostro. La habitación es oscura y fría, y lo único que puede percibir es eso: hedores agrios y apestosos. Se quita los zapatos y los deja junto a la puerta para acercarse a él sin tener que despertarlo, pero Sam yace inconsciente en el piso, en una posición incómoda, su espalda afirmada contra su cama y la cabeza reposando sobre su hombro.
Gabriel suspira con pesar. Los repugnantes olores se van haciendo más reconocibles y el alcohol medicinal sabe áspero en su garganta, mezclado con el whisky, la sangre, el sudor y el tabaco quemado. Con la linterna de su teléfono celular alumbra buscando el interruptor de la luz —es tan raro volver a hacer las cosas manuales—, y enciende las lamparillas ubicadas en las cuatro esquinas del cuarto, haciendo que una luz tenue alumbre lo suficiente alrededor. La cama está vacía y desarreglada. Sus cejas se pliegan buscando entender cómo se ha movido Sam de allí hasta el suelo, que está lleno de colillas de cigarrillos y algodón usado. Hay al menos tres botellas de diferentes tipos de whisky, y un coñac de Hennessy volcado que empapa parte de sus jeans negros y sus pies descalzos, o al menos… él espera por su bien mental que sea eso y no que Sam se haya orinado encima.
Gabriel evita pisar la basura, y se pone de cuclillas frente a su hijo para contemplarlo. Sam exuda un calor abrasador que perla su piel descubierta. La bebida podría empezar a ser un problema si él no es bien supervisado. Lamentándose ante esa triste imagen de su hijo, Gabriel toma asiento a su lado en la cama, y luego hace que la cabeza de Sam descanse sobre su muslo; pasa sus dedos entre las hebras de su cabello y lo echa hacia atrás, examinándolo con paciencia.
El rostro de Sam está hecho un desastre: graso, húmedo y enrojecido. Dos medialunas amoratadas adornan la piel blanda por debajo de sus párpados, dos parches oscuros en sus ojos. Por su boca emite un leve aliento desagradable, pero no es nada que no se pueda aguantar. Gabriel se acerca aún más para examinar una herida importante en su cara. Es profunda y se expande en una areola, formando una magulladura rojoverdosa brillante. Sangre seca cae del lóbulo de su oreja izquierda, y va rectilínea por el contorno de su cuello, deteniéndose en el hueco de su clavícula donde se acumula en un pequeño charco rojo y coagulado.
Un gran desasosiego se asienta en su entraña. Fue él quien le hizo eso, y ahora debe hacerse responsable del daño que le causó. Se había excedido con el castigo, dado que no solo lo hirió físicamente: las botellas vacías y la preocupante cantidad de filtros de cigarrillos dan testigo de una inestabilidad mental importante. Tendrá que hacer algo al respecto.
El hombre más poderoso de Inteligencia se queda un largo rato en silencio, reflexionando en qué debería hacer con Sam, al mismo tiempo que este otro yace reclinado contra su pierna. Su respiración lenta y pesada mientras él le hace caricias con la yema de sus dedos en la cabeza. Gabriel pasa su índice con suavidad sobre algunas de sus heridas más recientes y luego inhala agotado, sus ojos cargados de sueño. El cansancio avanza bordeando suavemente sus pensamientos y comienza a dominar su cuerpo.
—No es la primera vez, ¿verdad? —musita a su hijo dormido y alza sus ojos al techo, emanando un suspiro pausado para tratar de aliviar la desazón que oprime su pecho—. Es muy triste verte así, Sam, tienes que detenerte. Esa chica significa mucho para ti, ya lo sé, pero yo… me sentí tan asustado…
Atormentado por sus propias palabras, mece la cabeza y se inclina sobre él hasta que la punta de su nariz toca la línea de su frente, justo donde empieza su cabello, y cierra los ojos un momento antes de seguir:
»Nunca podría admitirte esto, pero mi mayor miedo es que te vayas lejos de mí. Es una pesadilla, ¡simplemente…! —hace una pausa en la que vuelve a exhalar con congoja—, ya hemos estado separados por demasiado tiempo. No quiero perderte otra vez ahora que te tengo. No te lo acepto. De nuevo… cada uno por su cuenta… ¡No voy a permitírtelo, es lo único que no puedo hacer por ti, Sam!
Su voz cargada de la conmoción acelera su pulso cardíaco y tiene que detenerse otra vez para sosegar su aliento. Su rostro palidece como si ya fuese un hecho la idea de perder a Sam por segunda vez. El silencio vuelve a reinar por un breve lapso mientras acaricia el cabello de su hijo, su mirada vacía y brillosa hundida en un punto vacío. Pensamientos inconscientes traen de regreso muchos recuerdos que aún tiene de Sam.
»Cuando tenías cinco me llamaste «papá». Helena estaba tan celosa… —Una lánguida sonrisa brota de sus labios, pero al recodar más, su expresión se desvanece lentamente—. En ese entonces yo no sabía que estaba dispuesta a alejarte de mí. Lo hizo unos días después de eso.
Sam suelta un leve quejido, y aún soñando, trata de acomodarse mejor. Gabriel retira su mano cuando su hijo se aparta ligeramente de él, moviendo su cabeza hacia el lado opuesto para descansarla en su otro hombro. Y él espera con paciencia a que se detenga para poder seguir acariciando su oscuro cabello.
»Todo esto te está lastimando, hijo mío. Tú vales más que esto. —Se detiene para dejar salir un suspiro de resignación—. No puedo encontrarla. No importa, ya no le haré nada. Y me siento mal al decir esto, no porque esté mintiendo, sino porque no creo que sea capaz de cumplirlo… —revela culpable—. No es que te esté dando la razón, es… que quiero verte bien, ¿recuerdas? Yo soy tu ángel protector.
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Editado: 06.09.2024