Los pecados de nuestras manos

Capítulo 15 Ep. Especial - "Agápē"

—Sam, debes quitar poco a poco el pie del embrague al mismo tiempo que aceleras —le explica con paciencia—. No quites la vista del camino. Así es… ¡Cuidado con ese co...! Cristo…

Es invierno, y cumplió veintiséis hace unos días. Gabriel había preparado una comida especial para él, y Aion soportó la fiesta con una de sus mejores sonrisas y falsa alegría. Era mejor así, Dante siempre se lo recordaba: era importante mantener a su padre feliz.

Aion mira en el índice de su mano izquierda, el regalo de cumpleaños del año anterior: un anillo de oro con el escudo familiar que Gabriel mismo había heredado.

Había sido algo extraño ver a Gabriel entregarle aquel anillo de una forma tan fría, y al mismo tiempo, con cierto anhelo, como si se hubiese sentido mal por algo.

—Debí conseguirte un automático… —dice Gabriel, pero él está perdido en pensamientos oscuros sobre su linaje. En Gabriel y sus padres, y los padres de sus padres—. Pandora está a tu disposición. Esa pantalla te indica tu destino, el tráfico en tiempo real, el estéreo y demás.

Aion había quedado boquiabierto con el nuevo auto que le regaló. Estaba ansioso por aprender a conducir rápido, pero no tanto por el regalo en sí, sino por la tentadora idea de que Gabriel estaba dispuesto a dejarlo viajar por la ciudad sin él.

—No te centres mucho tiempo en la pantalla o no verás el camino que tienes delante, ¿entiendes? Puede ser confuso al principio. Empecemos de nuevo: colocas el cambio en punto muerto y enciendes el motor. Esto es muy importante. Entonces embrague, y… Eso es… Muy bien.

Hacía más de tres años que el mundo lo había desenmascarado y él había tenido que desaparecer del sistema, pero ahora nadie lo busca.

Wintercold al fin había superado al Sniper.

—Ahora tercera, un poco más rápido... yyy… te detienes. ¡No! ¡No tan bruscamente! 

Tiene recuerdos vagos de Gris o de Sebastián. No volvió a saber de tía Helena. Eric tal vez esté muerto. Ya nadie recuerda a Iván. Dante reemplazó su eterno periódico bajo el brazo por un agradable bastón. Gabriel sigue igual, solo con más canas alrededor de sus sienes. Y aunque su semblante se ha ablandado, su ferocidad sigue aún ahí, bajo su piel.

—¡Es un auto, Sam, no es ciencia de cohetes!

Se detiene en la meta que su tío señaló con unos cuantos conos anaranjados, cerca de la entrada de la casa. El silencio lo engulle todo dentro del coche, excepto por el ronroneo suave del motor mientras ambos miran al frente. Sus manos en las dos y las diez de la rueda del volante.

La calle les entrega una calma desoladora. Aion observa con su mirada muerta y cansada aquella serenidad indeseada que sólo intensifica la turbulencia en su corazón.

—No digo que eres el peor aprendiz de conductor del mundo, pero si mi vida dependiera de tu habilidad para manejar, ya estaría muerto —dice Gabriel en un enigmático tono, como si quisiera decir algo más, algo que le pasa por la cabeza, y a Aion lo invade la profunda necesidad de llorar sin saber por qué. Sus manos presionan con mayor fuerza en las dos y las diez.

—Hijo, apaga el motor.

Aion comienza a temblar, encogiéndose un poco, y un instante luego obedece. Traga con fuerza sin atreverse a mirar en su dirección. Gabriel aprieta los labios, mirando su reloj de muñeca, antes de inspirar con fuerza.

—Sé que… te cuesta escucharme hablar y prefieres que no haga esto —comienza—. He pensado mucho en todo lo que ha pasado entre nosotros, y he reflexionado mucho en la manera en que procesas las cosas. Dios, hay mucho que debo agradecerle a Dante… —musita, perdido en sus pensamientos, pero luego parece reaccionar y continúa hablando—. Pero quiero que sepas algo fundamental, algo que quizás no te parezca cierto en este momento...

Aion no dice nada. Traga saliva, mira  hacia abajo y luego hacia delante de nuevo. Sus manos bajan para presionarse juntas sobre su regazo. Vuelve a mirar hacia abajo.

Te amo, hijo. No hay nada en este mundo que no haría por ti, aunque puedas dudarlo. —Los ojos de Aion se ensanchan, dirigiéndose a Gabriel por primera vez, y ahora es su tío quien mira al piso—. Reconozco que he cometido errores en el pasado, he tomado decisiones que te han afectado, y dejé que nuestras peleas y diferencias nos distancien.

Hace una pausa, sus palabras atrapándose en su garganta por un instante.

»—Pero quiero que sepas que eso no me impide seguir esforzándome para ser el mejor padre que puedo ser para ti. No importa cuánto tiempo me tome, no importa cuánto duela, nunca dejaré de trabajar en ello.

Gabriel traga saliva. Las palabras parecen ser difíciles de decir para él. Su voz llena de calidez, hay un sentimiento genuino en ella. Aion mira hacia adelante, incapaz de enfrentar sus ojos. No es fácil para él. No le gusta escuchar a Gabriel hablar con amabilidad.

«Tantos años, tanto dolor. Y ahora me dice que me ama», siente un sollozo en su garganta. Sabe que si empieza a llorar, será difícil detenerse, por lo que hace todo lo posible para contenerse.

»—Puede que ahora mismo no quieras estar conmigo, puede que tus heridas estén demasiado frescas aún para ver más allá de la angustia que nos rodea. Pero… si te hice daño es porque tenía miedo. Miedo de perderte, Sam. A veces las personas heridas también hieren, porque nunca supieron cómo sanar. Y hay muchas cosas que yo nunca pude sanar de mí, esa es la verdad.




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