La policía científica está tomando fotos y evidencias del lugar cuando llega allí. Él estaciona su coche particular bajo la sombra de un árbol frente a la calle perpendicular al muelle y empieza a dar órdenes.
Una de las agentes más jóvenes a cargo se acerca a solicitarle la autorización para hacer el peritaje en el edificio y le extiende unos papeles.
Gabriel asiente mientras firma las hojas, y obliga al sargento a cargo de la investigación a que hagan un perímetro de cien metros a la redonda a lo cual el hombre obedece de mala gana y carga a su equipo, yéndose a retirar a las personas que se asoman curiosas por la escena policial.
—Oye, tú —dice Gabriel y señala a la joven mujer que le pidió la firma de los papeles—. Evidencias —exige sin perder tiempo.
—Dos varones... en situación de calle, aparentemente asfixiados entre las cero y las dos horas de esta madrugada…
—Sí, eso lo sé. —Gabriel suspira descontento y alza una mano para detener el tren de palabras atropelladas de la mujer—. Dame los detalles.
La joven policía se aclara la garganta y tose para ocultar su incomodidad.
—Sí, los detalles... —Hojea nerviosa—. Sin muestras de sangre, cabello, huellas, ni fluídos corporales, no hay rastros del arma homicida, y no hay testigos, señor.
Ella lo mira, y hay una larga pausa antes de que Gabriel levante las cejas y su frente se arrugue.
—¿Es todo? —pregunta en un tono condescendiente.
—Sí, señor.
Gabriel se pellizca el puente de la nariz. Sin duda ha sido Sam, pero él aún no aparece, y como siempre, no hay nada por dónde empezar a buscarlo.
—Está bien —murmura con tranquilidad y le hace un gesto desdeñoso con la mano para que la joven se retire. Comienza a caminar a los alrededores con calma, alejándose de la escena del crimen cada vez más, hasta que algo unos metros más allá recibe toda su atención.
Mira sobre su hombro para asegurarse de que nadie lo observa y desaparece entre unos callejones sombríos. Se acerca al edificio que está más próximo al muelle. Marcas de llantas en el pavimento giran en un ángulo extraño en la esquina. Sigue el camino paralelo al muelle por la vereda y observa dos marcas más de ruedas a unos veinte metros de donde está.
Él puede ver toda la escena en su cabeza.
—Así que, caminas por este mismo lugar… —murmura—, te detienes justo aquí en el momento que notaste que alguien te seguía.
Gabriel vuelve en sus pasos y el fantasma de Sam lo atraviesa mientras él observa.
—Retrocedes hasta acá y doblas por la esquina. Es lo más lógico —dice, detrás los pasos de Sam.
Nota más marcas más allá de la esquina, y puede ver al vehículo subiendo a la acera y arruinando el césped y las florecillas.
«Te acorralaron aquí», piensa con los labios fruncidos al ver las manchas de un líquido oscuro en el cemento. Se agacha con cautela y pasa su dedo por una ellas.
—Eres arrastrado desde… —susurra, con la vista en el camino de sangre. A veces son pequeñas gotas, otras manchas forman una línea recta, como una gruesa pincelada, que se dirigen directo hacia el muelle—. Te hieren antes de caer, es probable que de un disparo —musita, y ve al fantasma de Sam caer al agua—. Luego te sacan, intentan tirar de ti para llevarte pero las gotas ocasionales me dicen que al menos dos personas tratan de alzarte del suelo para llevarte hasta el vehículo. —Se agacha y toma una pequeña muestra de sangre para analizarla más tarde—. Así que estás herido, confundido y ya estás muy lejos, pero ¿hacia dónde ibas?
Gabriel sigue al fantasma de Sam y llega hasta un enorme taller con vehículos destartalados en la entrada. Entra al desarmadero de autos en silencio, sin que nadie le preste atención y llega hasta un enorme cobertizo de metal oxidado. Escanea el lugar con atención y sus gestos severos se suavizan apenas al vislumbrar una carrocería demasiado nueva como para que sea chatarra, oculta bajo un edredón marrón y sucio. En la esquina de la ventana trasera del auto hay un cartel verde pegado:
“PRINCIPIANTE”
Gabriel aprieta sus labios y aparta el edredón, hallando el auto nuevo de Sam. La ira comienza a acumularse en su interior, le hace hervir la sangre; saca su celular para una llamada.
—Dante. Necesito que retires algo cerca del muelle. ¿Sam? No, no sé nada de Sam todavía. Pero sé de alguien que me puede ayudar a econtrarlo. Sólo tengo que esperar.
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La noche es clara y silenciosa, lo suficiente como para que Gris pueda oír el murmullo de la voz de Sam mientras habla con Sebastián, reunidos en la suave fosforescencia de la lámpara más allá. Hace frío. Ella toma una frazada del furgón y se acerca a ellos para ofrecérsela a Sam, que se rehúsa a apartarse de la luz de la lámpara.
Algo no está bien. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo vio. Debió suponer que Gabriel no hablaba en serio esa noche que ella lo dejó, debió saber que Gabriel le iba a hacer daño y debió quedarse hasta convencerlo de huir con ella. Porque esta versión de Sam tan jodidamente perdido y aterrado le causa escalofríos. Observarlo sonreírle con languidez a las cosas que Sebastián le relata es doloroso de ver. No es más fácil oír a Sam hablarles de todo lo que sucedió cuando los dos se alejaron. Ella oye con atención horrorizada cada acto atroz cometido por él e incluso por el mismísimo Gabriel.
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Editado: 06.09.2024